El abogado Luis Virgilio Sánchez, representante de la comunidad Paichil Antriao escribe sobre la historia y los orígenes del reclamo.
28/04/2020
Por Luis Virgilio Sánchez
Cuanta la historia que en 1879 el Perito Moreno, mientras realizaba una expedición al Nahuel Huapi, tanteando el terreno, previo a la “conquista” del desierto, se topó en el camino con el Cacique Inacayal, quien lo recibió con trato cordial y afectuoso, le dio de comer lo mejor que tenían y le ofreció descanso en su ruca, con su esposa y sus hijos. Un par de años después, Inacayal y su familia fueron “capturados” por el ejército argentino y confinados como prisioneros en la Isla Martín García. El Perito Moreno, recordando la amabilidad que le habían dispensado Inacayal y su familia en aquella oportunidad, decide devolverles la cortesía, realizando gestiones para que los mismos sean trasladados al Museo de Ciencias Naturales de la Plata. Allí los mapuches, tehuelches y de otras etnias, además de recibir tratos aberrantes, eran exhibidos como especímenes de gran interés para los antropólogos, por quienes debían dejarse estudiar, incluso dejarse retratar frente a vitrinas donde eran exhibidos los restos óseos de los compañeros de cautiverio que iban falleciendo.
Cuanta la historia que en 1879 el Perito Moreno, mientras realizaba una expedición al Nahuel Huapi, tanteando el terreno, previo a la “conquista” del desierto, se topó en el camino con el Cacique Inacayal, quien lo recibió con trato cordial y afectuoso, le dio de comer lo mejor que tenían y le ofreció descanso en su ruca, con su esposa y sus hijos. Un par de años después, Inacayal y su familia fueron “capturados” por el ejército argentino y confinados como prisioneros en la Isla Martín García. El Perito Moreno, recordando la amabilidad que le habían dispensado Inacayal y su familia en aquella oportunidad, decide devolverles la cortesía, realizando gestiones para que los mismos sean trasladados al Museo de Ciencias Naturales de la Plata. Allí los mapuches, tehuelches y de otras etnias, además de recibir tratos aberrantes, eran exhibidos como especímenes de gran interés para los antropólogos, por quienes debían dejarse estudiar, incluso dejarse retratar frente a vitrinas donde eran exhibidos los restos óseos de los compañeros de cautiverio que iban falleciendo.
Dicen que Inacayal, luego de ver los restos óseos de su esposa allí exhibidos, se volvió loco y un día, desde lo alto de las escaleras gritó algo indescifrable en su lengua, y luego se arrojó al vacío, perdiendo allí su vida. Sus huesos, propiedad del Museo, se reunieron con los de su esposa en esas vitrinas.
La escala que hizo el Perito Moreno en el territorio de Inacayal, camino al Nahuel Huapi, le sirvió -entre otras cosas- para comprender algo fundamental: que jamás se podría llevar adelante una tarea de conocimiento y demarcación de límites de tan vasto territorio que habían conquistado, sin la ayuda de quienes verdaderamente lo conocían, es decir, sus verdaderos dueños. Pero también sabía, por la experiencia con Inacayal, que sería difícil obtener esta ayuda sin ofrecer nada a cambio. Y así, las familias mapuches que habitaban las márgenes del Nahuel Huapi que logró conocer el Perito Moreno en aquella expedición, aceptaron realizar sus servicios de vaqueanos para amojonar los límites entre argentina y chile, a cambio de que les permitieran conservar una porción de su territorio.
La escala que hizo el Perito Moreno en el territorio de Inacayal, camino al Nahuel Huapi, le sirvió -entre otras cosas- para comprender algo fundamental: que jamás se podría llevar adelante una tarea de conocimiento y demarcación de límites de tan vasto territorio que habían conquistado, sin la ayuda de quienes verdaderamente lo conocían, es decir, sus verdaderos dueños. Pero también sabía, por la experiencia con Inacayal, que sería difícil obtener esta ayuda sin ofrecer nada a cambio. Y así, las familias mapuches que habitaban las márgenes del Nahuel Huapi que logró conocer el Perito Moreno en aquella expedición, aceptaron realizar sus servicios de vaqueanos para amojonar los límites entre argentina y chile, a cambio de que les permitieran conservar una porción de su territorio.
En aquél entonces, las márgenes del Nahuel Huapi eran tan lejanas e inaccesibles, y las tierras tan extensas, que al Gral. Roca le habrá parecido una bagatela entregar en pago de tan estratégicos servicios, un lote pastoril inaccesible, perdido en la cordillera, que habitaban estas familias mapuches. Así que, el 18 de septiembre de 1902, mediante una Resolución del Ministerio de Agricultura, División de Tierras y Colonias de un Estado Argentino en ciernes, se entrega a Ignacio Antriao y José María Paichil en propiedad el Lote Pastoril N° 9, que consistía en 625 hectáreas que conforman lo que hoy es Villa La Angostura en la Provincia del Neuquén. Este acto de contenido claramente político, por cuanto constituía, en definitiva, un reconocimiento territorial, fue interpretado luego como una mera “transacción” a título individual, la que sería fácil de deshacer en un futuro.
Como si el grito indescifrable que Inacayal hubiera proferido en su lengua nativa, antes de matarse, hubiera instaurado una maldición: aquellos que confiaron en la palabra y la ley winka, no sólo terminaron sin nada, sino doblemente despojados de su territorio y de su historia. Las 625 hectáreas que conforman el Lote 9, estaban en manos de mapuches analfabetos en situación de vulnerabilidad, a quienes el winka podría volver a despojar sin dificultades. Y así lo hicieron, los particulares mediante la compra a precio vil y el Estado, bajo el dictado de normas a medida de estos intereses, como la Ley 21.477 suscripta por Jorge Rafael Videla y Albano E Arguindegy, que permitía a los municipios “prescribir” la propiedad individual con el solo dictado de un acto administrativo.
Todos los títulos de propiedad que existen actualmente en Villa La Angostura, han sido obtenidos en forma original por la firma dígito pulgar de un heredero analfabeto de José María Paichil o Ignacio Antriao, el caso más sonante es el de José Salamida, intendente de facto, que subía el cerro Belvedere acompañado de un escribano. La distinguida visita era recibida por las familias mapuches con la misma cortesía y afecto que otrora le dispensara Inacayal al Perito Moreno. Pero el Intendente Salamida, luego de dejar dinero y enseres para mitigar necesidades básicas y realizar promesas que brindaban esperanzas a corazones crédulos, bajaba el cerro con las escrituras traslativas de dominio a su nombre, suscriptas a ruego con el dígito pulgar, por esos dueños que no sabían leer ni escribir y que tenían muchas necesidades que se podían satisfacer con poco, incluso con promesas.
Quizás más que una maldición indescifrable, el grito de Inacayal pudo haber sido una advertencia que, quienes la escucharon, omitieron transmitir. A la luz de los resultados, poco les ha quedado a los hijos de la mapu de ese legado, sólo la certeza de que luchar y resistir, es la única forma de recuperar algo de su territorio y su cultura. A partir de la reforma constitucional de 1994, con el dictado del art. 75 inc 17, la incorporación a nuestro ordenamiento jurídico de tratados internacionales como el Convenio 169 de la OIT, es un hecho el reconocimiento jurídico del derecho a la propiedad comunitaria del territorio de los pueblos originarios, e incluso el dictado de leyes nacionales de orden público, como la Ley 26.160, instrumentan el cumplimiento efectivo de estos derechos, ordenando un relevamiento territorial y la suspensión de todos los procesos de desalojo en curso.
Sin embargo, estos derechos que se han logrado merced a una incansable lucha de quienes creen en la multiculturalidad, terminan siendo ilusorios frente a un Estado que ofrece aparentes soluciones “jurídicas” a reivindicaciones históricas que no tiene la voluntad “política” de hacer reales. Hoy la Comunidad Mapuche Paichil Antriao enfrenta causas civiles y penales promovidas por el Estado y los particulares, en casi todas se los acusa de “usurpadores” de su propio territorio.
Las víctimas o los despojados, generalmente resultan ser “titulares de dominio” que residen en otras provincias o en otros países, como el caso del basquetbolista Emanuel Ginobili, que compró doce hectáreas de bosque nativo en el Cerro Belvedere a los herederos de Salamida, y hoy despliega una gran actividad litigiosa contra el Lof Paichil Antriao y a su vez es Querellante contra siete miembros de la comunidad, a quienes les imputa el delito de “usurpación”.
El Municipio de Villa La Angostura también es otro de los titulares de dominio que acciona de modo recurrente contra la Comunidad Paichil Antriao y recientemente ha logrado que la justicia haga valer la legitimidad de sus títulos, sobre la base de la “vigencia” de aquella Ley de la dictadura que, aunque no lo crean, está vigente.
El Grito de Inacayal antes de morir fue indescifrable o, por lo menos, así lo contaron quienes lo presenciaron. Algo de ello puede evocarse cuando no se quiere oír o “descifrar” el reclamo de quienes fueron despojados de manera sistemática, cuando los jueces no logran descifrar los derechos claramente reconocidos por nuestras normas constitucionales a los pueblos originarios, cuando el Estado trata como “Locos” a quienes siguen reclamando lo que les pertenece y los sienta en un banquillo de acusados como criminales usurpadores.
El Grito de Inacayal era un grito de locura donde dijo algo incomprensible, según cuentan los historiadores por el testimonio de quienes lo presenciaron, pero lo que sí comprendieron todos, y eso es lo que importa, es que ese grito y luego su arrojo al vacío, fue su último acto de dignidad.
Luis Virgilio Sánchez
Apoderado de la Comunidad Mapuche Paichil Antriao.
Vicepresidente de la Asociación Gremial de Abogados y Abogadas de la República Argentina.
Apoderado de la Comunidad Mapuche Paichil Antriao.
Vicepresidente de la Asociación Gremial de Abogados y Abogadas de la República Argentina.
FUENTE: DIARIO ANDINO
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