Declaración de la corriente internacional Socialismo o Barbarie, 15/04/2013
La elección de Maduro
Un triunfo mínimo que
abre interrogantes sobre el futuro del chavismo
En el momento que estábamos cerrando esta declaración,
Capriles acaba de hablar para los medios venezolanos e internacionales
desconociendo el resultado de la elección. Su argumento es que hay 3.000
“incidentes”, que “con los votos del exterior” serían ganadores y que “si se
proclama a Maduro presidente, sería ilegítimo, espurio”; en rechazo a eso
convocó a un cacerolazo para esta noche.
Sin embargo, aunque la diferencia en votos haya sido
muy estrecha, los 230.000 votos que sacó Maduro sobre Capriles no parecen ser
tan pocos como para cuestionar el resultado de la elección: ni los “incidentes”
ni los votos del exterior alcanzan para ello, además del hecho que hubo
veedores internacionales de 50 países y que el sistema electoral venezolano es
reconocido como uno de los más transparentes del mundo.
Ante la crisis política de incalculables consecuencias
que parece estar abriéndose en Venezuela, desde la corriente internacional Socialismo o Barbarie nos
posicionamos de manera categórica en
defensa del resultado del voto popular que, más allá de haber sido por un
margen estrecho, le ha dado el triunfo a
Nicolás Maduro del PSUV. Por esto mismo, rechazamos el cacerolazo convocado por la oposición de derecha y cualquier maniobra golpista que esté
poniendo en marcha Capriles.
El chavismo ha logrado una de sus victorias más
difíciles, que abre serios interrogantes sobre el futuro de la “revolución
bolivariana”. Nicolás Maduro se impuso por un muy ajustado margen, el 50,7%
frente al 49,1% de Fernando Capriles, dejando en claro una transferencia de
unos 700.000 votos que perdió el PSUV chavista y que fueron a parar al
candidato de derecha. El PSUV bajó de 8,05 millones de votos (54,4%) en las elecciones del 8 de octubre del año pasado a 7,51 millones, y Capriles subió de 6,46 millones (43,7%) a 7,27 millones ahora. Tan estrecho es el margen, que Capriles no reconoció la derrota y exige un recuento de los votos, aunque es altamente improbable que eso ocurra o que se altere el resultado final de la votación. Lo concreto es que, políticamente, más que nunca, el país quedó partido en dos mitades casi exactamente iguales.
Tras los números, lo que se evidencia es un nuevo salto en el deterioro político del chavismo, que ya había sufrido en parte el propio Chávez en la elección presidencial de 2012, pero que ahora estuvo al borde (menos de 250.000 votos) de dar lugar a un vuelco completo: la salida del chavismo del poder.
Varios analistas llaman a la elección “la última victoria de Chávez”. Los habilita a decirlo el hecho de que toda la campaña de Maduro fue centrada en presentarse como si su propia personalidad no existiera y él no fuera otra cosa que el “hijo”, el “legatario”, el mismísimo Chávez, sólo que por interpósita persona.
Éste y otros errores, como insistir en un discurso que combinaba misticismo pagano y cristiano a la vez que manías persecutorias y comentarios homofóbicos, sin hacer mayor referencia a los problemas que quitan el sueño a la gran mayoría de los venezolanos, contribuyó a despilfarrar un capital político que ya venía en mengua. La elección presidencial, a sólo 40 días de la muerte de Chávez, llegó a cortar la sangría en el momento justo. Quedó la impresión de que con sólo unas semanas más de campaña Capriles habría logrado dar vuelta el resultado, para lo cual le faltó poco.
¿Cómo es posible que este candidato de derecha haya logrado darle un susto mortal al chavismo, a apenas seis meses de haber perdido con holgura? ¿Cómo es posible que, como reconoció Diosdado Cabello, presidente de la Asamblea Nacional y rival interno de Maduro en el PSUV, “sectores del pueblo pobre votaron por sus explotadores de siempre”?
Maduro, en su mensaje de “victoria” tras el anuncio del Consejo Nacional Electoral, deslizó que hubo sectores del chavismo que “se confiaron” y “no fueron a votar”. Pero este argumento fue otra de las debilidades de un discurso en el fondo a la defensiva, nada eufórico y cuyo centro fue sólo desafiar a Capriles a que reconozca la derrota. Según los datos oficiales, la participación electoral fue del 78%, contra un 81% en octubre (pese a los variados llamados oficiales, que iban de la súplica a la amenaza, llamando a votar). Esa diferencia no explica por qué el chavismo estuvo a punto de perder la elección.
Las razones pasan por otro lado: mientras que Chávez logró, en octubre, convencer a la base chavista de que todo el proyecto estaba en juego y que se imponía la necesidad de salir a votar para defenderlo (lo que explica el altísimo nivel de participación en un país donde el voto no es obligatorio), Maduro no logró retener a la totalidad de esa base electoral, y el sector más desencantado, harto de promesas incumplidas, quiso cambiar. Aunque ese cambio fuera Capriles.
Maduro fue visto, sencillamente, como menos de lo mismo. Ya Chávez, en su última elección, había tomado nota del desgaste de la “revolución bolivariana”, había hecho un esbozo de autocrítica y prometió “rectificaciones”. Es muy dudoso que esas rectificaciones, si llegaban, hubieran ido en el sentido de profundizar un rumbo anticapitalista. Más bien, las señales del “comandante” iban para el lado de una estrategia más conciliadora. Pero, en todo caso, su enfermedad y posterior muerte abortaron las esperanzas de amplios sectores en que el propio Chávez hiciera algo distinto.
El escenario económico y social es de agravamiento de la creciente inflación, alentada por la devaluación del 46% en febrero, y sin solución a la vista para problemas muy sentidos como la inseguridad. Y ni hablar de las cuestiones más estructurales, como la falta de tramado industrial, la petróleo-dependencia y la necesidad de importar el 40% de los alimentos.
La presidencia de Maduro estará en peores condiciones para enfrentar este panorama. Si la situación ya era difícil para Chávez, con su inmenso prestigio y carisma y con el indiscutido control sobre el PSUV, el Ejército y todos los resortes del aparato estatal, Maduro aparece desde el comienzo de su mandato como mucho más débil.
Chávez ha muerto del todo este 14 de abril. La influencia que podía ejercer en el chavismo se terminó en esta victoria electoral agónica. Maduro ya no podrá apelar al “padre y comandante”, y presentarse como “el más leal de sus hijos”. Esto le alcanzó a duras penas para ganar la elección, pero no para gobernar. Como candidato, puede haber sido un Chávez de segunda categoría; como presidente, las masas lo juzgarán como a Nicolás Maduro, no como a un “enviado”.
Por supuesto, no se trata de una cuestión de “estilos” personales (aunque Maduro casi no mostró otra cosa que sobreactuaciones y palidísimos remedos de Chávez), sino de que el PSUV tiene mayoría absoluta en la Asamblea Nacional , 20 de 23 gobernaciones y el Ejército, pero difícilmente el chavismo se encolumne sin fisuras detrás de Maduro.
Las primeras declaraciones de Diosdado Cabello, el otro “hombre fuerte” del PSUV, después de la elección, reclamando “autocrítica” y deslizando que Maduro no hizo muy bien las cosas, son un adelanto de las luchas intestinas que vendrán más pronto que tarde en el partido de gobierno. Con un componente adicional: un típico argumento de Chávez y los chavistas era justificar los problemas o flaquezas políticas culpando al “entorno” que rodeaba al comandante (un recurso que emplearon todos los populismos latinoamericanos, de Perón en adelante). Ahora esa excusa no sólo no será posible, sino que el poder mismo estará en manos de ese “entorno” al que se hacía responsable de los errores... y de la corrupción.
El escenario de dificultades que se plantea para el chavismo, que de todos los movimientos políticos surgidos del ciclo de rebeliones populares en Latinoamérica es el más antiguo, el más profundo y el más “radical”, muestra a la vez sus límites insalvables.
Un balance cada vez más necesario
Tanto los chavistas venezolanos como los del resto de Latinoamérica hasta ahora son remisos a hacer un balance serio y profundo del movimiento bolivariano. La desaparición de Chávez y la nueva etapa que supone el primer gobierno chavista sin el líder obligan a sacar conclusiones sobre los alcances y límites del proceso bolivariano.
Al respecto, los resultados están a la vista. Hasta los enemigos de derecha del chavismo se ven obligados a reconocer que Chávez operó transformaciones en la sociedad. Esas transformaciones tienen un alcance claro: desde 1999, los pobres de Venezuela, olímpicamente ignorados por la IV República de AD y COPEI, han recibido mayor acceso que nunca, sobre la base de una redistribución de una renta petrolera acrecida por los precios internacionales, a ventajas materiales como comida, salud y educación; vivienda, en mucho menor medida. La pobreza ha bajado del 49,4% en 1999 al 27,8% en 2011. El analfabetismo, la mortalidad infantil y la desnutrición bajaron a la mitad, la matrícula secundaria subió del 47 al 73% y la universitaria se triplicó.
Y, sobre todo, el chavismo ha instalado en la sociedad algo tan simple como que las mayorías populares existen, tienen entidad política y no volverán a la “oscuridad social” de la que venían. En suma, un legado similar al de otros movimientos nacionalistas burgueses como el primer peronismo (aunque éste se apoyó de manera más explícita en la clase obrera, mientras que el chavismo siempre diluyó esta identidad en el “pueblo”, y en especial en los más pobres).
Los límites, desde el punto de vista del marxismo revolucionario, son igualmente claros. Más allá de algunas nacionalizaciones (y de discursos incendiarios), el chavismo jamás rompió con el capitalismo, ni con el imperio de la propiedad privada. Incluso en el plano internacional, el enfrentamiento con EEUU no sólo no afectó el comercio con ese país sino que el chavismo se fue deslizando a la aceptación del statu quo capitalista regional con el Mercosur (cuando se había insinuado algo distinto vía el ALBA, hoy muy secundaria).
El destino de la barriada del Petare, el mayor conglomerado de población precaria de América Latina, con casi dos millones de habitantes, es una buena síntesis y símbolo de lo que ha cambiado en Venezuela y lo que no en 14 años de “revolución bolivariana”. En este bastión del PSUV, las “Casas de Alimentación” han casi erradicado el hambre, y puertas adentro de las viviendas humildes (que comprenden el 77% de todos lo hogares venezolanos) son visibles algunos signos de acceso al consumo: celulares, lavarropas y otros electrodomésticos (gracias al plan “Mi Casa Bien Equipada”), televisión por cable, etc. Pero las viviendas y los servicios siguen siendo de baja calidad, y la mitad no tiene agua ni cloacas. Lo que es mucho peor, la falta de desarrollo económico y la dependencia extrema de la asistencia estatal hacen que miles y miles de jóvenes y de sectores de más edad, no tengan actividad formal alguna, sino trabajos precarios y/o el “cuentapropismo”.
Esa falta de perspectivas laborales y culturales está en la base del fenómeno del desarrollo de las bandas juveniles, la corrupción a todas las escalas y niveles en las actividades del Estado, la masificación de la posesión de armas de fuego (entre 9 y 15 millones de armas ilegales con 29 millones de habitantes, según cálculos del legislador chavista Juan José Mendoza) y el consiguiente aumento de la violencia civil (unos 60 asesinatos cada 100.000 habitantes, cifras casi de un país en guerra).
La profesión de fe a la vez nacionalista y capitalista de Chávez hizo que Venezuela siga siendo hoy, como bajo la IV República , un país absolutamente dependiente de los ingresos del petróleo. La renta petrolera de 60.000 millones de dólares anuales ha financiado las misiones que elevaron el nivel de vida del pueblo, pero no ha puesto jamás en marcha un proyecto económico socialista digno de ese nombre, es decir, con centralidad en la actividad y desarrollo de la clase obrera y de la industria moderna.
El proyecto político chavista tiene en su centro al “pueblo”, al que se le ofrecen beneficios y a la vez se lo controla verticalmente desde las instituciones del Estado capitalista. Su eje nunca ha sido la clase trabajadora, con sus propias instituciones, organismos y partidos.
El proyecto económico bolivariano, al no afectar los límites de la propiedad capitalista, se traduce, como los propios chavistas reconocen, en una redistribución del producto nacional arbitrada y controlada políticamente desde el Estado, pero nunca en una puesta en marcha del conjunto de la producción misma en manos de la sociedad y en particular de los trabajadores, condición indispensable de cualquier proyecto realmente socialista.
Son estas conclusiones y este rumbo las que la Corriente Internacional Socialismo o Barbarie ofrecen al debate en la izquierda y la juventud, especialmente en Latinoamérica, de cara a la experiencia que comenzarán a hacer los trabajadores de Venezuela con el chavismo sin Chávez. Esto plantea la exigencia de poner en pié alternativas verdaderamente independientes, de los trabajadores, socialistas y revolucionarias que superen los límites del nacionalismo burgués del siglo XXI que encarna el chavismo en Venezuela, y que reproducen aliados y simpatizantes del mismo en otras partes de América Latina.
Lunes, 15 de Abril de 2013
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