CORREPI
DESCLASADOS,
NUNCA TRABAJADORES.
CORREPI
repudia la asonada del aparato represivo del Estado.
El conflicto por la
paga de los prefectos y gendarmes, que se ha extendido por todo el país, y que
amenaza con extenderse a otras fuerzas represivas, pone en evidencia la
verdadera naturaleza de su despreciable función.
Con este motín, una
falsedad queda al descubierto: no existe la profesionalización ni la
democratización de las fuerzas represivas como garantía de paz social. La
represión es, antes que nada, expresión del monopolio de la violencia del
Estado, en una sociedad con privilegios de clase.
La naturaleza del
reclamo (estrictamente monetario) pone también en evidencia otra falsedad: no
es sindicalizando a las fuerzas de represión como se logra desbaratar su enorme
capacidad de violencia sobre el pueblo pobre. La sindicalización, sólo mejora
su relación con el Estado, pero no cambia la perversa naturaleza de su razón de
ser.
Los prefectos,
gendarmes, y el resto de los represores, no son trabajadores; no se trata de
una huelga, sino un motín o asonada. La obtención de sus objetivos, más que
acercarlos al pueblo, los envalentonará aún más para ejercer la función para la
que existen: reprimirlo.
El hecho de que los
policías provengan en gran medida del pueblo no significa nada. Es la
existencia la que determina la conciencia. Y la existencia no se encuentra
determinada por la percepción de un salario sino por la función social que se
ejerce. Aquél que, perteneciendo por origen a la clase trabajadora, se vuelve
policía, es un policía de la burguesía y no un trabajador. Todo policía está
entrenado para reprimir al pueblo cuando éste se moviliza por sus justas
reivindicaciones. Además, saben que los gobiernos cambian, pero la policía
permanece.
La relación entre la
clase dominante y el pueblo pobre es la de una guerra de clases, algunas veces
más evidentes, otras, más larvada. Aunque se la disfrace mediante discursos que apelan a la
paz social o a la justicia social, a la igualdad de oportunidades o de
derechos, a la naturalidad del dominio de un ser humano por sobre otros, no
significa que, porque las fuerzas represivas encaren un reclamo salarial, hayan
abandonado, por un segundo, su función de perro guardián. Morder y cumplir la
función del perro, no implica ser el amo. El perro le pertenece al amo, le
obedece, cumple.
Es la naturaleza misma
de su despreciable función, la que torna insostenible el argumento de "si
los ganamos, si los aparateamos, si conseguimos que se autodepuren y defiendan
organizados, como trabajadores, entonces quebramos al sistema opresor".
Casi la misma
"lógica-absurda" que los quiere profesionales y democráticos.
Estamos ante quienes
postulan el posibilismo, esa despreciable posición para legitimar al
capitalismo desde posiciones presuntamente progresistas; es decir, de quienes
no se atreven a ser abiertamente capitalistas.
Todas las experiencias
de sindicalización (en Argentina existen varias agrupaciones o asociaciones de
policías y miembros del aparato represivo del Estado) conducen inexorablemente
a mejorar la capacidad de fuego, y las condiciones en las que ejercen la
represión.
El sistema capitalista
no se concibe sin trabajadores disciplinados para tolerar los niveles de
explotación y alienación. Cualquier atisbo de levantamiento provoca la suelta
de la jauría. Porque no pueden prescindir de los trabajadores, necesitan
todavía más de la policía, gendarmes, prefectos y todo pedigree por el estilo.
Los reclamos por la
paga, son mostrados por derecha, y por alguna izquierda también, como un
reclamo laboral más. Con esposas e hijos aplaudiendo a columnas de uniformados
que entran vociferando mientras entorpecen el tráfico, el panorama se parece
mucho al de los numerosos reclamos que se formulan los trabajadores.
La diferencia - entre
otras- es que en estos reclamos no hay nadie legitimado con balas y gases
amenazando con reprimir.
Los reclamos por la
paga de prefectos y compañía, llevan a graves preocupaciones de funcionarios y
legisladores, que intentan rápidamente disolver el conflicto cumpliendo con
cada uno de los requerimientos, a diferencia de cuando el recorte se opera
sobre los salarios de los empleados públicos.
Se trabaja en las
fábricas y en los comercios, se trabaja en las obras y en el campo, en la
montaña y en el agua, se trabaja en las oficinas y en los hospitales, en
espacios públicos y privados.
Formando parte del
aparato represivo, NO SE TRABAJA, SE CUMPLE LA FUNCIÓN DE DISCIPLINAR
Y CONTROLAR A LOS QUE TRABAJAN, lo que impacta en la subjetividad de la clase
trabajadora.
Eso se hace, con o sin
profesionalismo, con o sin instrucción democrática, con o sin cursos de
derechos humanos, con o sin sindicalización. En todos los casos, quienes
cumplen esa función inherente al monopolio de la fuerza por parte del Estado,
reciben también otros favores de parte del mismo Estado a la hora de examinar
sus conductas (impunidad, ventajas, beneficios procesales, asistencia jurídica,
etc). Y no es casual que salgan a exigir más beneficios cuando más visible se
hace la necesidad que el gobierno de turno tiene de las que la ministra llama
sus "fuerzas de confianza", las "profesionales", las
"no corruptas", para invadir los barrios, patrullar las calles y
prevenir, con la invasión uniformada, cualquier atisbo de más organización
popular.
Lo que verdaderamente
importa, es que esté garantizado ese monopolio del ejercicio de la fuerza
para desplegarla contra las masas.
Recordamos que los que
reclaman, son los mismos que hace poquitos días desalojaron salvajemente la Panamericana y
apalearon y metieron presos a 60 trabajadores en Campo de Mayo (por primera vez
desde 1983), cuando se conmemoraba el día del detenido desaparecido, por orden
de un ex carapintada, segundo de la ministra más "progre" del
"gobierno de los derechos humanos"; los mismos que en 2005 y 2006
militarizaron y torturaron en Las Heras y reprimieron a los trabajadores
pesqueros en Mar del Plata; los mismos que, en 2007, reprimieron a los
trabajadores del Casino; los mismos que se infiltran y espían trabajadores con
el "Proyecto X"; en fin, los mismos que, en 1999, asesinaron a Mauro
Ojeda y Francisco Escobar en el puente de Corrientes, cuando la ministra más
"progre" del "gobierno de los derechos humanos", era la
viceministra del Interior del gobierno de la Alianza.
Buenos Aires, 3 de
octubre de 2012.-
Periódico "El Roble"
http://periodicoelroble.wordpress.com
periodicoelroble@yahoo.com.ar
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