*Por María del Carmen Verdú
Mar del Plata, invierno de 1997. Como en Varela para la misma época, el hambre y la desocupación impulsaban la organización de trabajadorxs desocupadxs en las barriadas de la Feliz. El corte de la ruta 88 visibilizó la protesta. Un nombre, Chacho Berrozpe, una maraña de rulos blancos, empezó a destacarse como referencia de esa pelea. No tuvo nada de extraño que nos conociéramos a los pocos meses. CORREPI venía viajando con frecuencia a Mar del Plata, por los asesinatos de Christian Domínguez Domenichetti, torturado en la cárcel de Batán en 1995, y el “Chavo” Campos, fusilado y quemado por la policía en un descampado en 1996. Fue nada más que natural cruzarnos con Chacho, y empezar a coordinar con su organización las movidas antirrepresivas en la zona.
Siguieron la toma de la Catedral de Mar del Plata en 1999, “desalojada” por los mismos fachos que el actual gobierno municipal usa de fuerza de choque, liderados por Pampillón; la defensa de Chacho, Jorge Carballo y Emilio Alí en esa causa; el 26 de junio en Puente Pueyrredón; la acampada por Navidad sin Presos Políticos de diciembre de 2004; la marcha contra Bush en 2005, y desde entonces, todas las luchas compartidas.
A lo largo de más de 20 años nos hicimos hermanos del corazón, de esos que discuten todo y de vez en cuando acuerdan, pero como están seguros que se quieren, pueden seguir debatiendo con franqueza. Discutimos incluso el 9 de diciembre de 2005, en la celda de la Delegación de la PFA, desde que llegué de Buenos Aires a la madrugada hasta que nos trasladaron al juzgado federal para la indagatoria. O meses después, en la alcaidía de Comodoro Py, mientras la selección jugaba un Mundial, y entre gol y gol logramos arrancar su excarcelación por la causa de la Cumbre, para enseguida pelear con el juez Castellanos, que por “razones procedimentales” no quería autorizarlo a ir al velorio de su mamá, fallecida en Avellaneda mientras estábamos en el tribunal.
No nos privamos de los asados compartidos, los guisos piqueteros, ¡el chupín de pescado!, los tomates de su huerta y algún buen vino tinto. Era el secretario general de la cofradía de lxs que sólo podemos militar con alegría.
No puedo calcular cuántas veces marchamos a la par o a cuántas cárceles y comisarías entramos juntos a visitar presxs. Sí sé que cada vez que fue necesario, Chacho estuvo, como esa noche de abril de 2007, cuando se apareció en mi casa con una toalla enrollada bajo el brazo y el cepillo de dientes en el bolsillo. Se había enterado que a la tarde me habían atacado en el auto, y sin tomarse ni el tiempo de pensarlo vino a ponerse a disposición.
Lo vi construir desde abajo y a la izquierda el movimiento de desocupadxs, siempre con la mirada en el horizonte socialista, siempre pensando y haciendo por la revolución.
Lo vi pelear desde que supo que estaba enfermo, con la misma energía y tenacidad que luchó siempre por sus convicciones.
Siguieron la toma de la Catedral de Mar del Plata en 1999, “desalojada” por los mismos fachos que el actual gobierno municipal usa de fuerza de choque, liderados por Pampillón; la defensa de Chacho, Jorge Carballo y Emilio Alí en esa causa; el 26 de junio en Puente Pueyrredón; la acampada por Navidad sin Presos Políticos de diciembre de 2004; la marcha contra Bush en 2005, y desde entonces, todas las luchas compartidas.
A lo largo de más de 20 años nos hicimos hermanos del corazón, de esos que discuten todo y de vez en cuando acuerdan, pero como están seguros que se quieren, pueden seguir debatiendo con franqueza. Discutimos incluso el 9 de diciembre de 2005, en la celda de la Delegación de la PFA, desde que llegué de Buenos Aires a la madrugada hasta que nos trasladaron al juzgado federal para la indagatoria. O meses después, en la alcaidía de Comodoro Py, mientras la selección jugaba un Mundial, y entre gol y gol logramos arrancar su excarcelación por la causa de la Cumbre, para enseguida pelear con el juez Castellanos, que por “razones procedimentales” no quería autorizarlo a ir al velorio de su mamá, fallecida en Avellaneda mientras estábamos en el tribunal.
No nos privamos de los asados compartidos, los guisos piqueteros, ¡el chupín de pescado!, los tomates de su huerta y algún buen vino tinto. Era el secretario general de la cofradía de lxs que sólo podemos militar con alegría.
No puedo calcular cuántas veces marchamos a la par o a cuántas cárceles y comisarías entramos juntos a visitar presxs. Sí sé que cada vez que fue necesario, Chacho estuvo, como esa noche de abril de 2007, cuando se apareció en mi casa con una toalla enrollada bajo el brazo y el cepillo de dientes en el bolsillo. Se había enterado que a la tarde me habían atacado en el auto, y sin tomarse ni el tiempo de pensarlo vino a ponerse a disposición.
Lo vi construir desde abajo y a la izquierda el movimiento de desocupadxs, siempre con la mirada en el horizonte socialista, siempre pensando y haciendo por la revolución.
Lo vi pelear desde que supo que estaba enfermo, con la misma energía y tenacidad que luchó siempre por sus convicciones.
Esperé hoy en vano tu mensaje de cumpleaños, era fácil para vos acordarte: en tres días, el 7, era el tuyo. Tantas veces lo celebramos a dúo.
Esta vez levanto el puño sola, hermano, por el privilegio de haberte conocido y querido.
Te llevo en el corazón, Chacho, hasta la victoria, siempre.
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