9 ago 2009

HONDURAS

LOS NUESTROS EN LAS CALLES
8 de agosto- día del combatiente argentino internacionalista


Por Jorge Luis Ubertalli
Periodista y escritor argentino

Francisco, Santiago y el negro Hugo, junto al gordo Pepe, salieron nuevamente estos días a las calles de Honduras. Gritaron, se rieron, lloraron por los gases, tiraron piedras, alzaron los puños. Se juntaron en las esquinas, y fueron miles; en la Universidad, y fueron jóvenes aguerridos; en los mercados y las canchas de fútbol, y fueron muchedumbre haciendo historia.
Organizaron, direccionaron, agitaron, propagandizaron, instruyeron en el arte de combatir; aprendieron de todos, que eran ellos mismos. Enseñaron a todos sus abecedarios libertarios y hasta consiguieron yerba para tomar mate, porque el pueblo la sembró para ellos en las milpas populares y las tapiscas rebozantes de albricias.
Francisco y Santiago se conocían de antes, el negro Hugo no llegó a conocerlos. Pepe conoció solo a uno de los tres. Distantes y cercanos, anduvieron por los erizados caminos de la militancia y el compromiso revolucionario hasta que la tierra los hermanó en la memoria, o la metralla que, como a Pepe, le arrancó un brazo. Son y fueron nuestros, en el centro de América, sencillos combatientes.

De Lanús a Teguz
Carlos Leoncio Balerini, el ‘flaco Francisco’, había nacido el 12 de febrero de 1952 en Capital Federal. Vivió en Lanús y militó en las Fuerzas Armadas de Liberación (FAL) y en la Organización Comunista Poder Obrero (OCPO), hasta que, ya imposibilitado de andar a salto de mata tuvo que salir para México con su familia a fin de conservar la vida de los tres y prepararse para nuevas batallas. Casi a fines de los 70 llegó a Costa Rica para instruir política y militarmente a los combatientes sandinistas del Frente Sur. Lo conocí en casa de compañeros argentinos en San José de Costa Rica, mate de por medio. Esmirriado, flaco, escuchaba sin hablar mucho. Después no lo ví más, aunque estaba mas cerca que nunca. Amigo de Santiago, la heroica muerte de este en tierras pinoleras lo afectó mucho, pero como buen revolucionario se la bancó y siguió su camino internacionalista, sirviendo a la revolución salvadoreña. Afectado a la logística de una organización integrante del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), se trasladó a Honduras el 27 de abril de 1981 para monitorear los embutes [1] de armamento que iban desde San José a El Salvador. Con documentación ecuatoriana, entró con su mujer a Honduras e instaló en la Colonia Palmira de Teguciglpa una sucursal de la empresa “Atahualpa SRL”, dedicada a la producción y venta de artesanías en San José. Una vez realizado el trámite y ya al cabo de unos meses, viajó a San José el 5 de agosto de 1981, regresando a Tegucigalpa el 5 de ese mes. Tres días después, cuando salió de su casa para trasladar a una compañera salvadoreña y sus dos hijos, una patota paramilitar, algunos de cuyos integrantes hablaban con acento argentino, entró a la vivienda, maltrató y torturó a su mujer, disparó un balazo de pistola cerca de su cabeza, amenazó y agredió al resto de las mujeres y niños que allí estaban y se marchó luego de dar vuelta toda la casa buscando dinero. Al flaco, según se supo después, lo secuestraron el mismo 8 de agosto junto a siete salvadoreños y tres hondureños. Los hijos de la compañera salvadoreña secuestrada pocas horas después que a Francisco, pequeños en ese momento, recuerdan todavía hoy haberlo visto al “flaco”, el “tio Francisco”, en un cuartel hondureño, con un “ojo saltado de la órbita, mientras era arrastrado hacia un avión de transporte militar argentino”, según consignó Raúl Cuestas en un libro de su autoría publicado en el 2005.[2]
Según se supo, a Francisco lo trasladaron a Campo de Mayo antes de “desaparecerlo”, pero su memoria quedó en la tierra de Lempira y Morazán, también de Sandino y de Farabundo Martí.

A tiro limpio
A José Ramón Morales, ‘Santiago’, no llegué a conocerlo. Aún así bauticé con su nombre a un equipo de fútbol infantil nicaragüense que formé en la Colonia 14 de Septiembre de Managua, Nicaragua, a fines del 79. Lo conocí, eso sí, de mentas en Costa Rica, cuando ya había caído en combate defendiendo la colina El Naranjo en el Frente Sur. Instructor político-militar de combatientes nicaragüenses, al igual que Francisco, se había fugado a fines de 1976 de “Orletti”, un Centro Clandestino de Detención (CCD), ubicado en Venancio Flores y Emilio Lamarca, del barrio de Floresta, que era utilizado por la SIDE (Secretaría de Informaciones del Estado) en conjunto con la OCOA uruguaya, a cargo los generales Otto Paladino, de Argentina y Amaury Prantl, de Uruguay, y por la Superintendencia de Seguridad Federal. Denominado el “chupadero” del Plan Cóndor, este antro no pudo sin embargo con Santiago y su esposa, militantes de los Comandos Populares de Liberación (CPL), que lograron fugarse a tiros del lugar luego de ser torturados y vejados, dejando allí a tres integrantes de la familia que nunca aparecieron. Clandestinos, partieron hacia México con sus hijos y desde allí, y al año siguiente, Santiago se allegó a Costa Rica para incorporarse a la lucha sandinista, hasta su caída en combate poco tiempo antes del triunfo del 19 de julio de 1979, una vez agotadas las municiones de su pelotón. Su corazón revolucionario e internacionalista, grande como el mundo, fue arrancado por un esbirro somocista y exhibido ante la soldadesca sedienta de sangre de la Guardia Nacional. Una vez en la Argentina, en 1984, visitamos varias veces con su madre, Elsa de Morales, la Embajada de Nicaragua, a fín de lograr que se le rindiera un homenaje a su memoria, sin conseguirlo.

Bigote
La mentada dureza del ‘negro Hugo’ comentada por muchos compañeros, nunca me pareció tal. Aindiado, ex zumbo de la marina, militó en Montoneros, salió del país, regresó a la Argentina, volvió a salir y se enganchó en el Frente Sur del Frente Sandinista de Liberación Nacional. Entró a Managua, si no me equivoco, manejando un tanque. Lo conocí en Managua, a poco del triunfo, grueso bigote zapatista, acompañado de su compa mexicana, luego caída en combate en El Salvador, cosa que lo jodió mucho. El negro, como buen internacionalista, también se acercó al FMLN y había obtenido el grado de capitán de una de sus fuerzas cuando cayó combatiendo en Chalatenango en 1983. Nos reuníamos con él en Managua en un boliche literario, donde tomábamos café y hablábamos sobre Argentina, El Salvador, Nicaragua libre, las mujeres y los chantas, luego de habernos reencontrado en una actividad de la agencia de noticias Salpress, perteneciente a la organización integrante del FMLN en la que el negro militaba. Poco tiempo antes de su caída, y como buenos compañeros “salvadoreños”- puesto que yo también me había integrado a la lucha de ese pueblo- charlamos largo rato en Managua. Como un hermano mayor, sufriendo el tembleque y la tensión fruto de los morterazos y acosos varios de la Guardia salvadoreña en Chalatenango, donde pasaba la mayor parte del tiempo, me habló sobre el futuro y me aconsejó sobre los rumbos a tomar en el accidentado y nada fácil camino de la revolución.
Nunca conocí su nombre y apellido legales, tampoco creo que él conocía el mio. La revolución centroamericana lo había bautizado así, el ‘negro Hugo’, y con ese santo y seña sembró la hermosa y rebelde tierra de Anastasio Aquino y Farabundo Martí.

Córdoba va
Anarco y cordobés, fundador de sindicatos en su provincia natal, el gordo Pepe se arrimó a la revolución centroaméricana hastiado de su exilio sueco. Junto a la Miri y sus tres hijos se vino a Costa Rica y se dedicó al quehacer que lo había caracterizado siempre: la revolución social. Una vez desarticulada la logística salvadoreña en Honduras con la caída del ‘flaco Francisco’, el Pepe se dio a la tarea de reorganizarla desde Costa Rica. En eso estaba cuando una patota policial, acompañada ¡Cuándo no! por uniformados argentinos, le allanó la vivienda y lo encarceló, junto a compañeros chilenos y salvadoreños. Le dieron picana, golpes, submarinos de todo tipo, pero el Pepe no dijo ni mu. Luego de un secuestro frustrado por parte de los uniformados argentinos que hollaban Costa Rica, El Salvador, Guatemala y Honduras, la justicia tica le encajó doce años de cárcel. Pero Pepe logró zafar y retomar sus actividades en el marco de la revolución salvadoreña y centroamèricana. Cuando armaba un explosivo, perdió un brazo. Pero no las ganas ni la vocación libertaria, que ahora conserva a pesar de sus traspiés, pérdidas y tristezas ocultas. Lo conocí de pié en Managua, a principios del nuevo siglo, en su oficio gastronómico que compartía con su ex compañera. Una prótesis marca su derrotero en tierras centroamericanas.


Los cuatro ahora están en las calles de Honduras, batallando, creciendo, organizando, instruyendo. Siempre jóvenes, nuestros, queridos, queridos nuestros en tierras catrachas, nos representan a todos los que quedamos y estamos.
Sus verdugos y torturadores no pudieron con ellos.
El corazón de Santiago late más fuerte que nunca en los pechos acorazados de Tegucigalpa, San Pedro Sula, El Paraíso…
El ojo de Francisco ilumina y observa el camino de una revolución inconclusa que ahora se halla en las honduras más ardientes…
La tierna dureza del negro Hugo blinda los cuerpos en tensión, lacerados, humillados, en vela, torturados, asesinados, de un pueblo que no se rinde…
El brazo intacto y limpio, extendido, de Pepe, señala el horizonte…




[1] Compartimientos secretos en los vehículos para transportar armas y equipo militar.
[2] “La Dictadura Militar Genocida y el Genocidio en Centroamérica”, Raúl Cuestas, 2005. El autor fue director de Radio Noticias del Continente, emisora instalada en Costa Rica por Montoneros, que funcionó durante 18 meses al servicio de la revolución centroamericana y de denuncia contra la dictadura militar argentina.

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