Hipocresía monumental
Kouchner –Taiana, vidas paralelas
Bush no habló de Irán
Franco Campeggi, un niño de tan sólo 12 años, fue muerto de un tiro en la nuca por un delincuente, posiblemente también menor de edad, en un cibercafé de la localidad de Moreno, en el conurbano bonaerense.
En Neuquén, un grupo de manifestantes que reclamaba la aparición del testigo desprotegido Jorge Julio López agredió físicamente a un oficial del Ejército argentino, por el solo hecho de ser éste militar.
El gobierno ruso reclama con diez años de anticipación la devolución de un predio y de una dacha cedidos a la embajada de la República Argentina como gesto de amistad durante el primer gobierno de Perón.
Y Londres anuncia que se propone extender su dominio en el mar circundante a las islas Malvinas.
A primera vista desconectados entre sí, estos tristes hechos son todos parte de la herencia maldita que el kirchnerismo se dispone a dejarle al país.
Una Nación que por su fragmentación y su rumbo errático genera violencia entre los argentinos en lo interno mientras incita a la rapiña en lo externo. Adentro: intemperancia, agresión y muertes gratuitas. Afuera: pérdida total de respeto. Son dos caras de la misma realidad: un Estado que, en manos de un dúo improvisado y guiado sólo por sus intereses particulares, ha abdicado de las funciones que hacen a su razón de ser.
Como presidente sobrevenido en la estela de la crisis del 2001, Néstor Kirchner se reveló muy pronto no como el instrumento de nuestra recuperación sino como el síntoma y la medida de nuestra decadencia. Argentina era una Nación arrasada que necesitaba ser reconstruida, reordenada y reconciliada. La pareja presidencial eligió en cambio medrar con la descomposición convirtiendo los problemas en conflictos, las frustraciones en odios, el anhelo de justicia en revanchismo, los rencores en anatema, el insulto en política.
Y la “memoria” fue el sustituto de la falta de ideas. El resultado: la fragmentación en lo interno y el aislamiento en lo externo.
Ahora bien, tan chocante como la pequeñez del equipo gobernante lo fue la resignación ambiente que, así en el plano político como en el empresarial, gremial, social y mediático, apañó los desatinos de estos cuatro años. Se llamó “pragmatismo” al oportunismo liso y llano; “autoridad” al despotismo no ilustrado en el uso y abuso de poderes y “firmeza” a la cobardía de hacer leña de cuanto árbol caído hubiera en el camino.
Hipocresía monumental
El Gobierno ya no sólo incurre en la mentira burda –cifras retocadas del INDEC o falso regreso de los fondos de Santa Cruz- sino en el doble discurso permanente.
El ministerio de Defensa repudió la agresión al oficial del Ejército como si no fuese resultado de su propia política. “Las jóvenes generaciones castrenses y la abrumadora mayoría de los cuadros en actividad de las Fuerzas Armadas no cargan con la culpa de quienes están siendo llevados ante los estrados judiciales”, rezaba un comunicado que debió estar dirigido a Néstor Kirchner, principal fogonero de una política de estigmatización que se inició con un brutal e injustificado descabezamiento y siguió con una serie de agravios, incluyendo aquel patético “no les tengo miedo” del presidente y “comandante” de las FFAA a los cadetes recién egresados del Colegio Militar, y culmina hoy con estas agresiones callejeras.
En la misma línea de cinismo, la Primera Dama señaló en el precoloquio de IDEA que “desde siempre los argentinos buscamos la exclusión del otro: unitarios y federales, radicales y conservadores, peronistas y antiperonistas. El gran mérito de este gobierno es haber entendido que hay que incluir a todos”. Casi un chiste, considerando que ni el marco sagrado de la misa en una remodelada basílica de Luján pudo imponerle a su marido un mínimo de respeto: también allí aprovechó los micrófonos para fustigar a la oposición.
Además de la intención de aportar a la calidad institucional que le atribuyen, los medios insisten en que la senadora parece más dispuesta que el presidente a mostrarle un rostro amigable al mundo. Para desmentirlo, en pseudoentrevista con Joaquín Morales Solá, ella se despachó con definiciones del tipo: “México es, junto con la Argentina, el país con más identidad cultural de América Latina”. Frase caprichosa, incomprensible y para colmo ofensiva hacia las demás naciones latinoamericanas. Confirmación de que el kirchnerismo no concibe otro camino para amigarse con un país que el de ofender a otro. Asimismo, para justificar la peculiar relación de su gobierno con el de Hugo Chávez, la comparó a la de los europeos con el presidente ruso Vladimir Putin, aunque aclarando que “a éste se lo acusa de haber matado a una periodista y a un disidente”. Muy diplomático. Finalmente, también comparó su propuesta de acuerdo empresario sindical con los Pactos de la Moncloa, en detrimento de éstos últimos: “Yo propongo un acuerdo que no se encierre sólo en precios y salarios, sino en una política de Estado sobre la economía que queremos”. ¿Y qué creerá ella que fueron los Pactos de la Moncloa? Hay que leer más. O cambiar el gabinete.
Respecto a esto último, no hay que hacerse ilusiones ya que la idoneidad no es motivo de inclusión ni permanencia en un gobierno en el cual la principal causal de despido es decir la verdad. Exceptuando a Miceli y su dinero olvidado en el baño, todos los excluidos del favor presidencial -Gustavo Béliz, Torcuato di Tella, Horacio Rosatti, Sergio Acevedo, Roberto Lavagna- lo fueron por decir la verdad. Y Martín Redrado está en la cuerda floja por la misma razón. Que a Kirchner nunca le interesó la seguridad, que el gobierno es un circo, que hay inflación, que hay cartelización y sobreprecios en la obra pública, etc., etc.: estos ex funcionarios sólo dijeron en voz alta lo que todos sabemos y el gobierno oculta, al abrigo de la protección mediática.
El gabinete de Kirchner ha sido uno de los más estables por la sencilla razón de que nadie hace nada o, mejor dicho, nadie hace lo que debe. El activismo ministerial se concentra en acomodar a parientes y amigos en la función pública y a otras cosas fácilmente deducibles considerando que ninguno de ellos puede justificar su tren de vida. En este gobierno, las actividades éticamente incompatibles con la función pública (como ser proveedores del mismo Estado cuyos intereses deben defender) son la norma y no la excepción. Y al desenfado oficial se suma el encubrimiento del periodismo que, cuando concluya esta gestión, habrá vivido uno de los períodos más indignos de su historia.
La última eyección por sincericidio fue la de Raúl Estrada Oyuela. Este embajador tuvo que dejar su cargo en la Cancillería no por su triste desempeño en el conflicto de las papeleras sino por decir que “no hay política ambiental”. Ya Wayne Dwernychuk, experto independiente que hizo un estudio para el Banco Mundial sobre las pasteras en el río Uruguay, había calificado al gobierno argentino como “un hipócrita monumental en cuanto a su propia conducta ambiental”. Sin embargo, el presidente volvió a darnos vergüenza ajena sacando chapa de ecologista ante el mundo cuando del asunto sólo se ocupa, como de los derechos humanos, si le sirve para atacar a los enemigos mediáticos elegidos para impresionar a la hinchada, como en el caso de la clausura de la refinería de Shell.
Kouchner –Taiana, vidas paralelas
El de las papeleras no es lamentablemente el primer caso en el cual el presidente se dejó llevar por una especulación mediático electoral en la toma de decisiones que involucran intereses estratégicos para el país y que por lo tanto ameritarían un poco más de mesura y reflexión. La tentación del aplauso fácil y “políticamente correcto” siempre puede más en él que las responsabilidades inherentes a la alta función que ocupa y debería honrar. Pero aunque grave porque transformó una diferencia en un áspero conflicto con un país vecino y socio, tampoco es el caso Botnia el de peores consecuencias para Argentina.
Un hecho notorio tuvo lugar en Estados Unidos poco antes de la llegada de la delegación argentina: Bernard Kouchner, el nuevo canciller francés, fue abucheado por pacifistas norteamericanos durante una conferencia en el Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales de Washington. Algo sorprendente considerando que Kouchner ganó celebridad en Francia y en el mundo como cofundador de Médicos Sin Fronteras, ONG que se hizo acreedora del Premio Nobel de la Paz en 1999. También fue eurodiputado socialista e integrante de importantes misiones de la ONU. Pero, apenas designado Ministro de Exteriores por Nicolás Sarkozy, semejante currículum humanitario y progresista no le impidió pilotear con entusiasmo el acercamiento de su gobierno a las posiciones de los sectores más beligerantes de la actual administración estadounidense. Viajó a Irak en señal de respaldo a la intervención en ese país y subió el tono contra Irán llegando a decir que había que prever “el peor escenario”, es decir, “la guerra”.
El del ministro francés no es el primer caso de un progresista que trabaja de ariete de la política imperial. Antes hubo un Jorge Castañeda en México, canciller izquierdista de Vicente Fox que terminó a la derecha de su propio presidente y fuera del gobierno cuando éste retomó la mejor tradición diplomática de su país.
Para no ser menos en el concurso de idiotas útiles, también Kirchner tiene un revolucionario en la Cancillería. Los diarios sindican como autor del discurso del presidente en la Asamblea General de Naciones Unidas al setentista Jorge Taiana quien pasará así a la crónica gris de este período como el ofensivista contra Uruguay y ahora contra Irán. Estos son los que en 1974 retomaban las armas contra el gobierno de Perón porque “se había derechizado”. Y son los mismos muchachones que increparon a Fox en la Cumbre de las Américas de Mar del Plata por su supuesto alineamiento con Washington. Recientes revelaciones de diálogos entre George W. Bush y el ex presidente español José María Aznar, en vísperas de la guerra contra Irak, resaltan aún más la conducta digna que tuvieron tanto Fox como el entonces primer mandatario chileno, Ricardo Lagos, poniendo en evidencia que era mucho lo que arriesgaban. Según el diario español El País, Bush le decía a Aznar, cuatro semanas antes del ataque, que “países como México, Angola, Chile y Camerún deben saber que lo que está en juego es la seguridad de EEUU y actuar con sentido de amistad hacia nosotros. Lagos debe saber que el acuerdo de libre comercio con Chile está pendiente de confirmación en el Senado y que una actitud negativa en este tema podría poner en peligro esa ratificación...". Lagos y Fox se comportaron como estadistas: sin gastar energías en inútiles diatribas, no dudaron en resistir presiones en materia de política exterior que podían afectar los intereses permanentes de sus naciones.
El presidente y su señora, en cambio, llevan su doble discurso y su ignorancia de cómo funciona el mundo hasta la misma ONU. Kirchner pidió allí a la República Iraní que “acepte y respete la jurisdicción de la justicia argentina”, en el mismo momento en que su esposa compartía tribuna con un juez –Baltasar Garzón- que saltó a la fama por desconocer la soberanía jurídica del Estado argentino. Desconocimiento promovido luego alegremente por la mismísima pareja presidencial al avalar que ciudadanos argentinos sean juzgados en otro país por hechos cometidos en el nuestro.
Como réplica irónica a los planteos argentinos, Irán envió hace un tiempo un exhorto solicitando la comparecencia de funcionarios argentinos, entre ellos el ex ministro del Interior Carlos Corach, por su actuación en la investigación del atentado. Corach también es señalado por la colectividad judía. Este debe ser por lo tanto el único gobierno que logró que un mismo ciudadano argentino sea requerido por dos acérrimos adversarios. Kirchner lo hizo. ¿Será un anticipo de cómo terminará él?
Podemos pensar que sí, cuando lo escuchamos en el mismo recinto de Naciones Unidas reclamar por Julio López. Debería recordar la advertencia que le hizo el juez Raúl Zaffaroni en diciembre del año pasado: “Hay que asumir la responsabilidad del gobierno federal frente a un hecho que lo compromete y que eventualmente lo puede comprometer internacionalmente”. Es el destino de los hipócritas. Sería gracioso y a la vez aleccionador que el kirchnerismo acabe como víctima de su propia sobreactuación en materia de derechos humanos.
Bush no habló de Irán
Un matutino porteño consigna que el presidente “no quiere quedar atrapado en una posición política que coloque a la Argentina en medio de la tensión creciente que hay entre los Estados Unidos e Irán”. Es un poco tarde para eso. El diario francés Le Monde informa en su edición de hoy que una gran mayoría de analistas y expertos norteamericanos en política exterior, ven a su presidente “con el dedo en el gatillo”, respecto de Irán. Y el periódico agrega: “El empantanamiento del ejército norteamericano en Irak no lo disuadiría: el ataque sería efectuado por la aviación sobre unos 2000 objetivos detectados por el Pentágono”.
Algunos medios destacaron este mal momento internacional que le tocó al santacruceño para cumplir su propósito de presionar públicamente a Irán por el caso AMIA. Pero esta falta de oportunidad no es casual ni atribuible a la mala suerte sino al error de subordinar la política exterior –que, como cualquier peronista debiera saber es la política por excelencia- a su afán de popularidad o a los avatares de una campaña. El jefe de Gabinete argumentó que “el reclamo que se le está haciendo a Irán no es de naturaleza política” sino “judicial”. Precisamente lo que menos tiene este reclamo es sustento judicial. Las especulaciones de Kirchner y señora –conviene no olvidar que ella es pionera en esta materia- fueron políticas.
La inoportunidad temporal del reclamo kirchnerista es el resultado lógico de haber tomado una decisión de implicancias estratégicas basándose en motivos cortoplacistas y personales. Con el mismo espíritu con el cual se sirven descaradamente del patrimonio público para su campaña o para cualquier capricho personal, involucran al Estado argentino en la zona más caliente del planeta en procura de un resultado mediático electoral de patas muy cortas.
Nótese que Bush no habló de Irán. No hizo falta. Para eso estaba Kirchner. Es más, el presidente norteamericano se concentró en Fidel, dejándole el resto de la tarea a su nuevo vocero. Del mismo modo que al FMI le pegaba para pagarle, al “Imperio” Kirchner lo critica para servirlo. Un antiimperialista más que acaba comportándose como marioneta del imperio. Chávez aporta petróleo y él aporta política.
Irreflexivamente, coloca al Estado argentino en una posición riesgosa, en base a información ajena e interesada. Esperemos que no se verifique lo que hasta uno de los principales ideólogos de este gobierno le advirtió el pasado 23 de septiembre: “El declinante gobierno estadounidense tiene el plan de atacar Irán (y) sólo necesita el casus belli que le permita presentarlo ante el mundo”, escribió Horacio Verbitsky en Página 12, en un artículo en el cual también sostuvo que “el endeble dictamen del fiscal Alberto Nisman” no puede ser base para “la acusación rotunda al gobierno de Mahmud Ahmadinejad que le exigieron a Kirchner”.
Basta. Cuatro años de irresponsabilidad e improvisación son suficientes. Argentina no está para amortizar la ambición ni el aprendizaje de nadie. Necesitamos volver a la sensatez, a la inteligencia, al amor a la gente, a la solidaridad y al patriotismo para no dejar pasar esta oportunidad de rehacernos como Nación.
Este es el actual estado de cosas.
El próximo 28 de octubre los argentinos tendrán la palabra.
Ricardo A. Romano (TRIBUNA DE OPINON)
26 de septiembre de 2007
26 sept 2007
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