La FAO verificó que hay más personas con hambre pero las potencias no ponen más fondos
Concluyó en Roma la reunión anual de la FAO, con resultados decepcionantes. Ha crecido el número de personas que en el mundo pasan hambre y los países ricos no comprometieron fondos para cumplir las metas del Milenio.
EMILIO MARÍN
Según el relator especial de las Naciones Unidas para el Derecho a la Alimentación, Jean Ziegler, la agricultura del planeta puede alimentar a 12.000 millones de personas. Sin embargo, con la mitad de esa población, hay más de mil millones que comen mal y salteado.
La FAO -la rama de las Naciones Unidas de los alimentos y la agricultura- sostiene que 1.020 millones de seres humanos pasan hambre. Así lo informó en la cumbre culminada el 18/11 en Roma, donde tiene su asiento.
A la cita acudieron 60 jefes de gobierno, sobre el total de 191 países miembros, lo que de por sí es un índice de la liviandad con que más de dos tercios de esas autoridades tomaron la cuestión. Y eso que, al menos en los discursos, todos consideran que erradicar el hambre es una prioridad política.
Debe remarcarse la ausencia casi total de los jefes del Grupo de los 8 (G-8), donde anida el poder mundial. Solamente Silvio Berlusconi se hizo presente y no por sensible sino porque como primer ministro del país sede del evento, no podía gambetearlo. De lo contrario seguramente habría partido hacia sus mansiones y fiestas.
La cumbre de la alimentación fue un rotundo fracaso, por donde se la mire.
Si es por el número de gobernantes que acudió, fue pobre. Estuvo lejos de la convocatoria de 1996, cuando se hizo la primera vez, también en Roma.
Si se toma en cuenta el resultado de los programas auspiciados por la FAO para disminuir el número de hambrientos y mal nutridos, el aplazo es inapelable. Ha aumentado esa cantidad en más de cien millones desde el año 2008 al presente; doce meses atrás y desde Londres la entidad había reportado 920 millones de personas que tenían la cabeza hundida bajo la línea de la ingesta de calorías harto insuficientes.
Finalmente, si se analiza cuánto dinero pudo colectar la rama de Naciones Unidas para arremeter contra el fenómeno con planes más efectivos de aquí en más, también la conclusión es escalofriante. El senegalés Jacques Diouf, titular de la entidad, había planteado que para erradicar el hambre se necesitaban entre 40.000 y 76.000 millones de dólares anuales entre planes de emergencia y otros de mediano plazo en la promoción de la agricultura en los países más afectados por la pobreza, la sequía, las inundaciones, etc.
¿Cuánto colectó Diouf? Cero dólar, cero promesa. Algunos analistas han comparado la preocupación de los líderes del mundo por inyectar hasta 3 billones (millones de millones) en el sistema financiero mundial y en promoción estatal de la industria, para atemperar los estropicios de la crisis reventada en 2008, y la negativa a aportar a los programas de la FAO. Parece una actitud criminal, sobre todo teniendo en cuenta que el drama, lejos de atenuarse, se ha agravado en estos años.
Los culpables y sus prioridades
Si la agricultura del planeta puede producir hoy alimentos para el doble de la población, y en cambio una sexta parte pasa hambre, hay evidentemente algo que no funciona. Y no se trata de una cuestión técnica, tecnológica ni material, sino un problema político-económico-social. “Es el capitalismo, estúpido”, se podría decir, parafraseando al lema de la campaña electoral de 1992 de Bill Clinton.
En la reciente reunión en Roma, la embajadora venezolana, Gladys Urbaneja, tiró con munición gruesa contra el capitalismo. Lo acusó de haber promovido “el desmantelamiento de las capacidades de los Estados para producir sus alimentos y ponerlas en manos de pocas trasnacionales”.
Esa fue una denuncia bien fundada. Es que existe un marcado contraste entre el crecimiento año tras año de las legiones de hambrientos en el orbe, de una parte, y el empinamiento de las ganancias de las multinacionales Kraft, Nestlé, Monsanto, Cargill, Bunge, Danone, Unilever, Kellogs, Cadbury y otros pesos pesados de la agro-industria y la alimentación. Una cosa va indisolublemente ligada a la otra, son el anverso y reverso de una misma moneda.
Esos mismos jugadores actúan en Argentina, junto a pulpos locales como Molinos, Arcor, Aceitera General Deheza, Swift y otros, originando problemas similares. El país produce alimentos para más de 300 millones de personas pero al mismo tiempo no tienen comida en su mesa buena parte de los 11 o 12 o 13 millones de pobres.
No se trata de un problema específicamente argentino pues también tiene identidad latinoamericana, región donde en 2006 se registraban 52 millones de personas que pasaban hambre. Así lo sostuvieron estudios elaborados conjuntamente por el Programa Mundial de Alimentos (PMA) y la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), avalados por la ONU.
Ahora deben ser más los afectados. Es que desde el estallido de la crisis económica, en setiembre de 2008, se engrosó la cantidad de pobres en Latinoamérica: pasaron de 180 a 189 millones los que viven en esa triste condición. Y una de las características del sector es que, entre otros padecimientos, no alcanza a consumir una canasta básica de alimentos.
Los culpables de esta situación son las multinacionales, el agrobusiness, la timba financiera de los grandes bancos y en general los monopolios que ganan con un sistema para nada equitativo. Miles de millones de dólares se acumulan en pocas manos y quedan muchas bocas vacías en tanta gente. Los presidentes de gran número de países actúan como si fueran gerentes políticos de esas grandes empresas. ¿Acaso no lo son?
Lo dijo Fidel
Una de las causas de la extensión del flagelo por vía del aumento del precio de los alimentos es el creciente uso de maíz, caña de azúcar y otros cultivos para la fabricación de biocombustibles. En 2008 el mencionado Jean Ziegler advirtió que los biocombustibles eran en ese sentido “un crimen contra la humanidad”. Oxfam y numerosas ONG, movimientos campesinos y otras organizaciones sociales que días atrás deliberaron en Roma en una cumbre popular paralela a la FAO, hicieron objeciones parecidas.
El gobernante que más propició esos combustibles, y en su caso empleando maíz, fue George Bush. Y el estadista cubano Fidel Castro le salió al cruce, en marzo de 2007, calificando ese plan estadounidense de “idea siniestra”. El texano apuraba una ley para el uso de 132.000 millones de litros de esos biocombustibles para 2017, luego de hacer un pacto con los ejecutivos de las grandes automotrices. El hambre mundial les importaba un comino.
El ex presidente cubano en este tema, como en otros, fue previsor y habló sin pelos en la lengua en varias tribunas internacionales; el problema es que muchos de sus colegas jugaban en el equipo de las multis.
Vale la pena recordar que el 16 de noviembre de 1996, cuando se hizo la primera cumbre de este tipo en la FAO, Castro discrepó con el objetivo planteado. Fue uno de los pocos que se atrevió a cuestionar: “¿qué curas de mercurocromo vamos a aplicar para que dentro de 20 años haya 400 millones en vez de 800 millones de hambrientos? Estas metas son, por su sola modestia, una vergüenza”.
Famoso por sus largos discursos, esa vez el orador se limitó a los 8 minutos de la pauta oficial. Fue tiempo suficiente para interrogar: “¿por qué se invierten 700 mil millones de dólares cada año en gastos militares y no se invierte una parte de estos recursos en combatir el hambre, impedir el deterioro de los suelos, la desertificación y la deforestación de millones de hectáreas cada año, el calentamiento de la atmósfera, el efecto invernadero, que incrementa ciclones, escasez o excesos de lluvias, la destrucción de la capa de ozono y otros fenómenos naturales que afectan la producción de alimentos y la vida del hombre sobre la Tierra?”.
Los resultados no dejan lugar a dudas sobre quién tenía razón. Si los posibilistas que proponían llegar a 2015 con “sólo” 400 millones de hambrientos en el planeta, que ahora son 1.020 millones, o los que planteaban un cambio drástico de sistema y mentalidad.
A propósito, ¿qué espera la academia de Oslo para darle a Fidel Castro el premio Nobel de la Paz? Este año se lo concedieron a Barack Obama que el 28/10 pasado firmó un presupuesto militar de 680.000 millones de dólares, un certificado anticipado de muchas muertes por balas y por hambre en el planeta Tierra.
Concluyó en Roma la reunión anual de la FAO, con resultados decepcionantes. Ha crecido el número de personas que en el mundo pasan hambre y los países ricos no comprometieron fondos para cumplir las metas del Milenio.
EMILIO MARÍN
Según el relator especial de las Naciones Unidas para el Derecho a la Alimentación, Jean Ziegler, la agricultura del planeta puede alimentar a 12.000 millones de personas. Sin embargo, con la mitad de esa población, hay más de mil millones que comen mal y salteado.
La FAO -la rama de las Naciones Unidas de los alimentos y la agricultura- sostiene que 1.020 millones de seres humanos pasan hambre. Así lo informó en la cumbre culminada el 18/11 en Roma, donde tiene su asiento.
A la cita acudieron 60 jefes de gobierno, sobre el total de 191 países miembros, lo que de por sí es un índice de la liviandad con que más de dos tercios de esas autoridades tomaron la cuestión. Y eso que, al menos en los discursos, todos consideran que erradicar el hambre es una prioridad política.
Debe remarcarse la ausencia casi total de los jefes del Grupo de los 8 (G-8), donde anida el poder mundial. Solamente Silvio Berlusconi se hizo presente y no por sensible sino porque como primer ministro del país sede del evento, no podía gambetearlo. De lo contrario seguramente habría partido hacia sus mansiones y fiestas.
La cumbre de la alimentación fue un rotundo fracaso, por donde se la mire.
Si es por el número de gobernantes que acudió, fue pobre. Estuvo lejos de la convocatoria de 1996, cuando se hizo la primera vez, también en Roma.
Si se toma en cuenta el resultado de los programas auspiciados por la FAO para disminuir el número de hambrientos y mal nutridos, el aplazo es inapelable. Ha aumentado esa cantidad en más de cien millones desde el año 2008 al presente; doce meses atrás y desde Londres la entidad había reportado 920 millones de personas que tenían la cabeza hundida bajo la línea de la ingesta de calorías harto insuficientes.
Finalmente, si se analiza cuánto dinero pudo colectar la rama de Naciones Unidas para arremeter contra el fenómeno con planes más efectivos de aquí en más, también la conclusión es escalofriante. El senegalés Jacques Diouf, titular de la entidad, había planteado que para erradicar el hambre se necesitaban entre 40.000 y 76.000 millones de dólares anuales entre planes de emergencia y otros de mediano plazo en la promoción de la agricultura en los países más afectados por la pobreza, la sequía, las inundaciones, etc.
¿Cuánto colectó Diouf? Cero dólar, cero promesa. Algunos analistas han comparado la preocupación de los líderes del mundo por inyectar hasta 3 billones (millones de millones) en el sistema financiero mundial y en promoción estatal de la industria, para atemperar los estropicios de la crisis reventada en 2008, y la negativa a aportar a los programas de la FAO. Parece una actitud criminal, sobre todo teniendo en cuenta que el drama, lejos de atenuarse, se ha agravado en estos años.
Los culpables y sus prioridades
Si la agricultura del planeta puede producir hoy alimentos para el doble de la población, y en cambio una sexta parte pasa hambre, hay evidentemente algo que no funciona. Y no se trata de una cuestión técnica, tecnológica ni material, sino un problema político-económico-social. “Es el capitalismo, estúpido”, se podría decir, parafraseando al lema de la campaña electoral de 1992 de Bill Clinton.
En la reciente reunión en Roma, la embajadora venezolana, Gladys Urbaneja, tiró con munición gruesa contra el capitalismo. Lo acusó de haber promovido “el desmantelamiento de las capacidades de los Estados para producir sus alimentos y ponerlas en manos de pocas trasnacionales”.
Esa fue una denuncia bien fundada. Es que existe un marcado contraste entre el crecimiento año tras año de las legiones de hambrientos en el orbe, de una parte, y el empinamiento de las ganancias de las multinacionales Kraft, Nestlé, Monsanto, Cargill, Bunge, Danone, Unilever, Kellogs, Cadbury y otros pesos pesados de la agro-industria y la alimentación. Una cosa va indisolublemente ligada a la otra, son el anverso y reverso de una misma moneda.
Esos mismos jugadores actúan en Argentina, junto a pulpos locales como Molinos, Arcor, Aceitera General Deheza, Swift y otros, originando problemas similares. El país produce alimentos para más de 300 millones de personas pero al mismo tiempo no tienen comida en su mesa buena parte de los 11 o 12 o 13 millones de pobres.
No se trata de un problema específicamente argentino pues también tiene identidad latinoamericana, región donde en 2006 se registraban 52 millones de personas que pasaban hambre. Así lo sostuvieron estudios elaborados conjuntamente por el Programa Mundial de Alimentos (PMA) y la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), avalados por la ONU.
Ahora deben ser más los afectados. Es que desde el estallido de la crisis económica, en setiembre de 2008, se engrosó la cantidad de pobres en Latinoamérica: pasaron de 180 a 189 millones los que viven en esa triste condición. Y una de las características del sector es que, entre otros padecimientos, no alcanza a consumir una canasta básica de alimentos.
Los culpables de esta situación son las multinacionales, el agrobusiness, la timba financiera de los grandes bancos y en general los monopolios que ganan con un sistema para nada equitativo. Miles de millones de dólares se acumulan en pocas manos y quedan muchas bocas vacías en tanta gente. Los presidentes de gran número de países actúan como si fueran gerentes políticos de esas grandes empresas. ¿Acaso no lo son?
Lo dijo Fidel
Una de las causas de la extensión del flagelo por vía del aumento del precio de los alimentos es el creciente uso de maíz, caña de azúcar y otros cultivos para la fabricación de biocombustibles. En 2008 el mencionado Jean Ziegler advirtió que los biocombustibles eran en ese sentido “un crimen contra la humanidad”. Oxfam y numerosas ONG, movimientos campesinos y otras organizaciones sociales que días atrás deliberaron en Roma en una cumbre popular paralela a la FAO, hicieron objeciones parecidas.
El gobernante que más propició esos combustibles, y en su caso empleando maíz, fue George Bush. Y el estadista cubano Fidel Castro le salió al cruce, en marzo de 2007, calificando ese plan estadounidense de “idea siniestra”. El texano apuraba una ley para el uso de 132.000 millones de litros de esos biocombustibles para 2017, luego de hacer un pacto con los ejecutivos de las grandes automotrices. El hambre mundial les importaba un comino.
El ex presidente cubano en este tema, como en otros, fue previsor y habló sin pelos en la lengua en varias tribunas internacionales; el problema es que muchos de sus colegas jugaban en el equipo de las multis.
Vale la pena recordar que el 16 de noviembre de 1996, cuando se hizo la primera cumbre de este tipo en la FAO, Castro discrepó con el objetivo planteado. Fue uno de los pocos que se atrevió a cuestionar: “¿qué curas de mercurocromo vamos a aplicar para que dentro de 20 años haya 400 millones en vez de 800 millones de hambrientos? Estas metas son, por su sola modestia, una vergüenza”.
Famoso por sus largos discursos, esa vez el orador se limitó a los 8 minutos de la pauta oficial. Fue tiempo suficiente para interrogar: “¿por qué se invierten 700 mil millones de dólares cada año en gastos militares y no se invierte una parte de estos recursos en combatir el hambre, impedir el deterioro de los suelos, la desertificación y la deforestación de millones de hectáreas cada año, el calentamiento de la atmósfera, el efecto invernadero, que incrementa ciclones, escasez o excesos de lluvias, la destrucción de la capa de ozono y otros fenómenos naturales que afectan la producción de alimentos y la vida del hombre sobre la Tierra?”.
Los resultados no dejan lugar a dudas sobre quién tenía razón. Si los posibilistas que proponían llegar a 2015 con “sólo” 400 millones de hambrientos en el planeta, que ahora son 1.020 millones, o los que planteaban un cambio drástico de sistema y mentalidad.
A propósito, ¿qué espera la academia de Oslo para darle a Fidel Castro el premio Nobel de la Paz? Este año se lo concedieron a Barack Obama que el 28/10 pasado firmó un presupuesto militar de 680.000 millones de dólares, un certificado anticipado de muchas muertes por balas y por hambre en el planeta Tierra.
FUENTE: DIARIO LA ARENA
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