El 22 de agosto de 1972 quedaron truncas 16 historias. Lejos, en el frío de Trelew, después de la fuga más extraordinaria del pasado argentino, de la acción unitaria más importante de tres de las organizaciones armadas revolucionarias en un tiempo de lucha y resistencia. Aquí nos asomamos apenas a una de ellas, la de Rubén Pedro Bonet, el Indio.
1. L
a cámara
recorre la escena. Ni la distorsión de la imagen ni la fritura del audio
impide percibir a simple vista el fuerte contraste. Detrás de las
palabras que eligen Rubén Bonet –del ERP– y Mariano Pujadas –de
Montoneros–, expresadas con una tranquilidad que persigue como objetivo
clarificar las ideas, sosegar los ánimos y preparar el terreno para la
entrega del grupo guerrillero que quedó a minutos de escapar de Trelew;
se olfatea la tensión extrema en el lugar. Están todos allí, apiñados
en un pequeño rincón del aeropuerto, en silencio, escuchando a los
compañeros responder las preguntas de los periodistas, respirando esos
minutos de nerviosismo acumulado pero con la satisfacción de haber
revertido una fuga frustrada en un acontecimiento político que, lejos de
transmitir un perfil de tristeza o derrota, irradia ante las cámaras
de la televisión una imagen de absoluto control de la escena.
“La composición social de los diecinueve que estamos acá tiene evidencia de ser parte del pueblo. Acá hay compañeros obreros, trabajadores tucumanos de la zafra, campesinos, compañeros intelectuales, compañeros obreros industriales”, apunta Rubén ante los micrófonos, después de explicar la simbólica continuidad de la lucha de las organizaciones armadas con la que desarrollaron a principios de siglo los peones rurales patagónicos. Sobre el problema de la violencia como último recurso, Bonet explica ante la prensa: “Nosotros hemos entendido que la única forma de combatir a la dictadura militar, al capitalismo, es organizándonos y creando una fuerza militar que derrote a la fuerza militar del enemigo… Nuestra violencia es la respuesta a esa violencia. La respuesta a la violencia del capitalismo. Somos el proletariado en armas”.
Elige cada palabra. Como si supiera la importancia de cada gesto, transmite a través de una distorsionada escena una paz singular, no hay premura en la voz del guerrillero, no hay tensión; apenas un puñado de ideas de cara a miles de espectadores, de frente a un pequeño grupo de compañeros que ignora el destino que los esbirros de uniforme preparan para ellos, horas después. Por último, Bonet elige un eje que identifique a la operación, y por eso destaca la importancia de la acción común entre las organizaciones a través de un mensaje unitario que trasciende los hechos de Trelew, que habla también de un proyecto colectivo, en formación, en permanente construcción. Habla también, Rubén, de un sueño inacabado, y su voz no tiene tiempo ahora, cuando volvemos a revisar esa secuencia, cuando escuchamos otra vez: “En este sentido, bregamos por romper, por anular, en base a la discusión política, en base a la discusión frente a las masas, las pequeñas diferencias que tienen las distintas organizaciones armadas. Esto es una prueba de que en este momento les estemos hablando compañeros del ERP, de Montoneros, de FAR, y que coincidamos en que este hecho es nuestra voluntad. Tratar de lograr un ejército unido, de acabar con estas siglas que nos distinguen. En ese sentido, toda la discusión la haremos frente a las masas”.
Algo germina en la voz del guerrillero. Como si un brote irrumpiera de su voz pausada y decidiera crecer, imposible, por entre los rostros distorsionados del resto de los compañeros que escucha con atención. Como si un trazo se asomara por detrás de la escena, y abrazara a todos los presentes esa tarde de agosto, en el aeropuerto de Trelew. Un trazo mínimo, un borrador desprolijo, un esbozo colectivo que rompe apenas el blanco del papel y empieza a cobrar forma.
2. “…Con toda tu ingenuidad y sabiduría, vos, Hernán, me preguntaste: ‘¿Por qué papá no se defendió si sabía usar las armas?’... Y yo los escuchaba, y les repetía, mis hijitos, que todo lo que papá les había enseñado, les había contado, no se lo tenían que olvidar. Que papá quería que fueran compañeros, buenos hermanos, que compartieran sus cosas, sus chiches y sus juegos con todos los nenes. Que papá siempre iba a estar adentro de nuestros corazones y sus palabras en nuestras cabezas…
Pichoncitos, no habrá más caballitos en los hombros, ni peleas como ‘hombres’, ni paseos por el zoológico, ni fuentes, ni iglesias, ni dibujitos, y casitas de escarbadientes y cartón… Sólo recuerdos, sólo verbos en pasado, sólo llamaremos papá y no habrá respuesta. Y lloraremos y gritaremos en nuestra intimidad de rabia y bronca nunca acabada, y nos faltará todo lo que nos daba papá, su beso cotidiano, su mirada firme en sus ojos claros, su mechón siempre caído en la frente, y nos quedará todo lo que significa hoy para nosotros y para todo el pueblo argentino, sus 30 años agujereados por las balas, sus inmóviles brazos cruzados sobre su vigoroso pecho, sobre su piel joven e increíblemente viva…”.
[Fragmentos de la carta de Alicia Bonet a sus hijos, pocos meses después de confirmada la masacre.]
3. Hombres y mujeres vinculados con la lucha clandestina, perseguidos durante años por la represión, ocultos detrás de nombres de guerra y de “minutos” estudiados para despistar y no brindar flancos débiles, entrenados en la técnicas del chequeo y del contrachequeo, habituados a evitar filtrar cualquier referencia sobre sus datos personales que pudiesen destabicar a algún compañero desprevenido, la crónica que intente ocuparse de ellos asume siempre la compleja tarea de superar obstáculos como los citados. Por eso muchos datos se contradicen, los recuerdos se nublan y las precisiones se ausentan. Parecen, en todo caso, piezas dispersas de un rompecabezas que complejizan el trabajo, que mezclan sus propias vidas con trazos de vidas ajenas, compañeras. Así, de a retazos, asumiendo las dudas y los datos contradictorios, acomodamos algunas piezas.
El caso de Rubén Pedro Bonet, el “Indio”, no es una excepción a la regla natural de la militancia del PRT-ERP. Pero partamos de algunas certezas y cotejemos juntos las objeciones. Nació el 1º de febrero de 1942 en la localidad bonaerense de Pergamino, a unos 200 kilómetros de la Ciudad de Buenos Aires. Hijo de una modesta familia, apenas sabemos que su padre trabajaba como colectivero y en cuanto a sus estudios, allí comienzan las versiones cruzadas: mientras hay quienes señalan que estudiaba Ingeniería Química, otros apuntan que asistía a la facultad de Ciencias Económicas de la UBA y una tercera opinión lo vincula con la carrera de escribano. Lo concreto es que de pibe conoció de juegos en la calle, de subirse a los árboles más altos de Pergamino y de sembrar amistades para toda la vida, como la que compartió con quien sería, años más tarde, uno de los referentes del PRT y segundo de Santucho en la organización, Luis Pujals.
Un documento interno del PRT destaca que el Indio se incorporó a Palabra Obrera, el grupo trotskista conducido por Nahuel Moreno, en 1961, mientras todavía era estudiante secundario. El frente estudiantil fue su ámbito natural de militancia en los comienzos, pero aquí ya lo ubicamos trabajando políticamente en la provincia de Santa Fe. El mismo informe (titulado “Notas para la biografía política de Rubén Bonet”, publicado por una tendencia que, tiempo más tarde, conformaría la llamada “Fracción Roja”) señala que el primer contacto con el morenismo llegó tras un viaje a Buenos Aires para un congreso de estudiantes secundarios. “Los delegados del interior fueron invitados a una ‘reunión social’, [a la que] asistió creyendo que se trataba de una reunión partidaria, pero se encontró en una casa de Barrio Norte, con piano de cola y gente de traje”. La reacción del Indio ante semejante escenario no se hizo esperar: “criticó políticamente y agredió después al organizador de la reunión”, un importante militante estudiantil vinculado a PO y después reconocido sociólogo, según se aclara. “Poco tiempo después, el Indio se proletarizó y no volvió a militar en el frente estudiantil; jamás abandonó, desde entonces, su actitud de desconfianza hacia los intelectuales en general y hacia los sociólogos en particular”, concluye el documento.
La decisión de abandonar la universidad lo llevó a incorporarse al mundo laboral como obrero en la empresa textil Sudamtex primero y en la alimenticia Nestlé más tarde, ya en pleno proceso de unificación entre PO y el norteño Frente Revolucionario Indoamericano Popular (FRIP). La experiencia de trabajo en fábrica le permitió a Rubén conocer desde adentro “las limitaciones del morenismo en el campo sindical”, para después admitir con ironía que Palabra Obrera había sido una “excelente escuela de cuadros para burócratas sindicales” por su línea “entrista”, aplicada en las filas del movimiento obrero peronista.
Alicia, su compañera desde 1965, señala que seis meses después de conocerse, se casaron casi al mismo tiempo que su amigo de la infancia, el Flaco Pujals y su novia, Susana Gaggero. Un año después, nacía Hernán, su primer hijo, y en 1966, Mariana, para agrandar la familia. “Como padre tenía valores morales muy rígidos y quería que sus hijos fueran educados como los mejores, porque pensaba que nosotros estábamos preparando el Hombre Nuevo para la nueva sociedad”, recuerda Alicia.
Hay baches en este informe; es verdad, lo sabemos. Faltan texturas personales, faltan respuestas cotidianas. Por ahora nos sobran estos interrogantes que nos inquietan y que queremos compartir: ¿Qué elementos lo fueron apartando cada vez más de Palabra Obrera y vinculando lentamente con la impronta militante de Santucho y los suyos? ¿Compartió ese proceso de dudas con su amigo, el Flaco Pujals? ¿Qué soñaban los dos, esas madrugadas interminables perdidas ante el mimeógrafo, dando vueltas a la manivela una y otra vez hasta la salida del sol, acumulando volantes con consignas a un costado de su sueño postergado? ¿Qué significó para el Indio la muerte lejana de ese compañero llamado Ernesto Guevara? ¿Qué cambios comenzaron a operarse en su interior con su experiencia en fábrica? ¿Cuáles eran las orillas de esa revolución que Rubén dibujaba cada tarde desde la otra costa, con los compañeros, mate de por medio, charlas encendidas, proyectos pendientes, urgencias renovadas?
4. A eso de las seis y media de la tarde, Carlos Astudillo agarra la guitarra y espera el momento justo. El frío y el silencio atraviesan como una filosa daga todos los pabellones, pero no es ese silencio de cementerio del penal de todas las tarde. No, es otro silencio. Se respira ahora un silencio de ansiedad, de nervios contenidos, de respiración agitada que se intenta disimular pensando en otra cosa, un silencio marcado por la concentración del combatiente que aguarda por el inicio de la batalla. Entonces, Astudillo empieza a rasgar las cuerdas y a cantar los versos de la zamba “Luis Burela”, la misma que cantaban los gauchos de Güemes durante las luchas por la independencia.
Quizá nunca la interpretó así, la garganta seca al principio, sosegada por los nervios, que va creciendo, que va ganando empuje con un fuego que nace desde las entrañas mismas. Quizá nunca reparó en la fuerza de esos versos que dicen: “Un mozo el clarín empina/ y al hacerlo tiembla entero/ como si a esa carga de oro/ se la estuviera bebiendo/ ¡A la carga mis paisanos!/ ordena el jefe salteño/ ¿Con qué armas mi comandante?,/ preguntan los guerrilleros./ Y dice don Luis Burela:/ ¡Con las que les quitaremos!...”.
En su celda, Rubén Bonet escucha, respira profundo, acomoda la bolsa con el equipaje mínimo que pretende llevarse de aquel presidio infernal, y asoma la cabeza por entre las rejas. En la penumbra del pasillo, la voz de Astudillo, los versos de la “Luis Burela” retumban y rompen en mil pedazos el silencio. Esos versos dan la señal convenida.
Se acabó la espera. La fuga comienza.
5. Con respecto al viaje del Indio a Cuba, otra vez los registros documentales se dan de patadas. En un caso, se señala la fecha del viaje en febrero de 1968, con una escala en París durante la cual asistió (junto con Pujals, Santucho y el Negrito Antonio del Carmen Fernández, entre otros) como espectador a los sucesos del Mayo Francés. En otro, se menciona a 1969 como el año del curso de entrenamiento y a su regreso en 1970, aunque también es probable que se hayan realizado los dos viajes con el objetivo de adquirir formación militar en la Isla.
A su regreso, Bonet se suma a trabajar en la regional Buenos Aires, participa del complejo debate interno que envolvió a toda la militancia del PRT, donde se encuadra en la Tendencia Leninista, que dirige Santucho junto a Benito Urteaga, el propio Pujals y Enrique Gorriarán, entre otros. Al mismo tiempo organiza e integra los primeros comandos armados del PRT, integrados por militantes y también por compañeros extra-partidarios, y forma parte del grupo que lleva a cabo la expropiación del Banco de Escobar en enero de 1969 y, posiblemente, también del asalto a los Laboratorios Merck.
“Para el Indio las acciones debían ser siempre educativas para los compañeros que participaban; los reconocimientos, los ensayos, la planificación meticulosa, el intercambio de roles, etc., todo tendía a que cada participante de la acción asimilara el máximo de conocimientos técnicos acerca de la misma y el máximo de experiencia práctica”, subrayan sus compañeros, para después añadir como premisas: “Cuidar el detalle de las acciones era también para él un principio fundamental; las acciones debían ser ‘limpias’, sin bajas nuestras y sin bajas innecesarias de parte del enemigo”. El cuidado extremo en las medidas de seguridad de los compañeros, la economía de esfuerzos como práctica cotidiana que intentaba aplicar el Indio en cada acción contrastaban a menudo con las posiciones temerarias de muchos otros compañeros siempre más atentos al impacto de la acción que a los recaudos necesarios en materia de seguridad. Esta posición le generó recibir no pocas críticas en las células militantes.
Casi siempre, la respuesta del Indio era la misma: “¿Cuál es nuestro objetivo? ¿Salir en los diarios o construir un ejército para tomar el poder? ¿Educar cuadros o fabricar mártires?”. Pese al mote de “conservatismo militar” que recibió en mitad de alguna agitada discusión, el Indio defendió desde siempre el desarme de agentes policiales en las calles como recurso (práctica que después el ERP sistematizaría, incluso como ejercicio introductorio para los aspirantes al Partido) y participó de todas las operaciones de relevancia en la provincia. Algunas de ellas fueron el atentado contra la guardia de seguridad del dirigente sindical Coria, la “captura” de arsenal a un grupo sionista y la toma de la subcomisaría de Florida (en la que también formó parte Jorge Ulla, Cachito, otro de los compañeros caídos en Trelew) en condiciones operativas para nada óptimas (“sin casa operativa, con una pistola 45, un 38 corto y una 7,65 sin balas”, según se apunta), que culminó con la expropiación de armas, documentos de identidad, y hasta con el plus de una arenga propagandizando la línea del ERP ante los prisioneros de la dependencia policial, espectadores privilegiados de la rápida y efectiva acción de los guerrilleros.
A mediados de julio de 1970, Bonet se dedica de lleno a la organización del V Congreso del PRT, que se desarrollaría en las Islas Lechiguanas, en el rancho de un viejo anarquista en pleno corazón del Río Paraná. Delegado en esas jornadas, el Indio asumirá un papel protagónico en la reunión: “Me impresionó la seguridad y la certeza de sus intervenciones en el Congreso. En Buenos Aires, el Partido había quedado debilitado por la deserción de algunos cuadros de dirección. El neomorenismo, cuyos elementos terminamos de depurar en el V Congreso, hizo que sobre él y sobre Luis Pujals recayera el peso de la construcción de la línea y del Partido”, sintetiza Jorge Luis Marcos, el Colorado, sobre el rol del Indio en esa reunión que decidió, entre otros puntos, la creación del ERP y la continuidad del vínculo entre la organización y la IV Internacional trotskista, posición defendida apasionadamente por Bonet y por Pujals, pero resistida por una porción importante de los congresales después de un debate extensísimo que llegó a poner en riesgo la vocación unitaria y la convicción combativa que se respiró durante todo el Congreso.
Elegido miembro del Comité Ejecutivo durante el Congreso, Rubén sería separado de ese organismo en enero de 1971, a propuesta de Santucho, en un contexto de mayor distanciamiento entre el PRT y la IV Internacional. En referencia a su alejamiento, luego de la masacre de Trelew se publican en Estrella Roja unas breves líneas explicando la decisión: “En la cárcel meditó largamente sobre algunos rasgos deficientes de su vieja formación política y envió a la organización una extensa autocrítica dando así muestras de una auténtica humildad proletaria y revolucionaria. Después de este proceso, en sus últimos meses en la prisión, se lo notaba más firme que nunca, un revolucionario ya pleno y maduro, un auténtico dirigente”.
Por lo poco que sabemos, la caída del Indio se produce el 19 de abril de 1971, mientras acompaña a una nueva célula de compañeros en su primera acción callejera, cuando suben en un auto marcado por la policía. Sin embargo, el combate militante persistiría detrás de las rejas de todas las comisarías por las cuales desfiló desde entonces, pasando por el penal de Devoto hasta recalar, finalmente, en la inexpugnable fortaleza de Trelew. De allí, se jactaban los militares, nadie podría escapar jamás.
6. En la pared de su celda, la luz de todos los días la aportan las fotos de Hernán y de Mariana. Ahí están sus sonrisas congeladas, al lado del bigote de Carlitos Chaplin, ahí nomás, justo arriba de la cama donde espera el guerrillero. Ahí nomás, cerquita, un par de dibujos de los chicos pegados con cinta adhesiva sobre las húmedas paredes. En uno de esos retratos infantiles, un sujeto de nombre Rubén despliega sus brazos como raíces sobre el papel, y un sombrero de payaso parece a punto de caerse de su cabeza, coloreada con crayones. Sonríe el esbelto sujeto dibujado contra la pared gris de la celda.
Esos dibujos son la ventana abierta del guerrillero. El aire fresco del amanecer sobre la estación de tren, el murmullo de la lluvia pegando contra los techos de chapa en el barrio, el mugido de las vacas a un costado de la ruta, las risitas de los nenes jugando a la pelota por la tarde, los bostezos cuando recién se despiertan y no tienen ganas de respetar el sueño de nadie en la casa, el café con leche compartido, los abrazos a la entrada de la escuela, el cuento reclamado todas las noches y leído en voz baja a los pies de la cama, el rumor nocturno de sus ronquidos mínimos, abrigados por las frazadas y por los miedos de siempre, por la incertidumbre de no saber cuántas noches como ésta, por la certeza de estar luchando por un país mejor para ellos, en la alegría de poder compartir estas semillas de futuro con tantos otros compañeros...
Los dibujos son la ventana del guerrillero, que fuma en el catre mientras espera la hora señalada. En un par de horas apenas, se levantará, tomará con cuidado aquel tesoro pegado con cinta adhesiva sobre las paredes grises, y lo guardará con mil recaudos en una bolsa.
Entonces, sin saberlo, saltará él mismo al papel en blanco, será por fin, por una vez, ese hombre de crayón gastado sobre un césped verde interminable, mezclará sus brazos de raíces con la sombra de un árbol lleno de moras que lo espera a un costado de la hoja; se perderá mirando el cielo azul de témperas, sin nubes, que recubre el techo del dibujo. Y saldrá a caminar con sus pies de garabato en busca de las manos de sus hijos, esas manos dibujantes que ensayan ahora, otra vez, la figura flaca y desgarbada de ese guerrillero de nombre Rubén, sonriendo en el blanco de una hoja amarilla de humedad en los bordes, pegada con una cinta adhesiva sobre las paredes grises del guerrillero, que fuma y espera.
“La composición social de los diecinueve que estamos acá tiene evidencia de ser parte del pueblo. Acá hay compañeros obreros, trabajadores tucumanos de la zafra, campesinos, compañeros intelectuales, compañeros obreros industriales”, apunta Rubén ante los micrófonos, después de explicar la simbólica continuidad de la lucha de las organizaciones armadas con la que desarrollaron a principios de siglo los peones rurales patagónicos. Sobre el problema de la violencia como último recurso, Bonet explica ante la prensa: “Nosotros hemos entendido que la única forma de combatir a la dictadura militar, al capitalismo, es organizándonos y creando una fuerza militar que derrote a la fuerza militar del enemigo… Nuestra violencia es la respuesta a esa violencia. La respuesta a la violencia del capitalismo. Somos el proletariado en armas”.
Elige cada palabra. Como si supiera la importancia de cada gesto, transmite a través de una distorsionada escena una paz singular, no hay premura en la voz del guerrillero, no hay tensión; apenas un puñado de ideas de cara a miles de espectadores, de frente a un pequeño grupo de compañeros que ignora el destino que los esbirros de uniforme preparan para ellos, horas después. Por último, Bonet elige un eje que identifique a la operación, y por eso destaca la importancia de la acción común entre las organizaciones a través de un mensaje unitario que trasciende los hechos de Trelew, que habla también de un proyecto colectivo, en formación, en permanente construcción. Habla también, Rubén, de un sueño inacabado, y su voz no tiene tiempo ahora, cuando volvemos a revisar esa secuencia, cuando escuchamos otra vez: “En este sentido, bregamos por romper, por anular, en base a la discusión política, en base a la discusión frente a las masas, las pequeñas diferencias que tienen las distintas organizaciones armadas. Esto es una prueba de que en este momento les estemos hablando compañeros del ERP, de Montoneros, de FAR, y que coincidamos en que este hecho es nuestra voluntad. Tratar de lograr un ejército unido, de acabar con estas siglas que nos distinguen. En ese sentido, toda la discusión la haremos frente a las masas”.
Algo germina en la voz del guerrillero. Como si un brote irrumpiera de su voz pausada y decidiera crecer, imposible, por entre los rostros distorsionados del resto de los compañeros que escucha con atención. Como si un trazo se asomara por detrás de la escena, y abrazara a todos los presentes esa tarde de agosto, en el aeropuerto de Trelew. Un trazo mínimo, un borrador desprolijo, un esbozo colectivo que rompe apenas el blanco del papel y empieza a cobrar forma.
2. “…Con toda tu ingenuidad y sabiduría, vos, Hernán, me preguntaste: ‘¿Por qué papá no se defendió si sabía usar las armas?’... Y yo los escuchaba, y les repetía, mis hijitos, que todo lo que papá les había enseñado, les había contado, no se lo tenían que olvidar. Que papá quería que fueran compañeros, buenos hermanos, que compartieran sus cosas, sus chiches y sus juegos con todos los nenes. Que papá siempre iba a estar adentro de nuestros corazones y sus palabras en nuestras cabezas…
Pichoncitos, no habrá más caballitos en los hombros, ni peleas como ‘hombres’, ni paseos por el zoológico, ni fuentes, ni iglesias, ni dibujitos, y casitas de escarbadientes y cartón… Sólo recuerdos, sólo verbos en pasado, sólo llamaremos papá y no habrá respuesta. Y lloraremos y gritaremos en nuestra intimidad de rabia y bronca nunca acabada, y nos faltará todo lo que nos daba papá, su beso cotidiano, su mirada firme en sus ojos claros, su mechón siempre caído en la frente, y nos quedará todo lo que significa hoy para nosotros y para todo el pueblo argentino, sus 30 años agujereados por las balas, sus inmóviles brazos cruzados sobre su vigoroso pecho, sobre su piel joven e increíblemente viva…”.
[Fragmentos de la carta de Alicia Bonet a sus hijos, pocos meses después de confirmada la masacre.]
3. Hombres y mujeres vinculados con la lucha clandestina, perseguidos durante años por la represión, ocultos detrás de nombres de guerra y de “minutos” estudiados para despistar y no brindar flancos débiles, entrenados en la técnicas del chequeo y del contrachequeo, habituados a evitar filtrar cualquier referencia sobre sus datos personales que pudiesen destabicar a algún compañero desprevenido, la crónica que intente ocuparse de ellos asume siempre la compleja tarea de superar obstáculos como los citados. Por eso muchos datos se contradicen, los recuerdos se nublan y las precisiones se ausentan. Parecen, en todo caso, piezas dispersas de un rompecabezas que complejizan el trabajo, que mezclan sus propias vidas con trazos de vidas ajenas, compañeras. Así, de a retazos, asumiendo las dudas y los datos contradictorios, acomodamos algunas piezas.
El caso de Rubén Pedro Bonet, el “Indio”, no es una excepción a la regla natural de la militancia del PRT-ERP. Pero partamos de algunas certezas y cotejemos juntos las objeciones. Nació el 1º de febrero de 1942 en la localidad bonaerense de Pergamino, a unos 200 kilómetros de la Ciudad de Buenos Aires. Hijo de una modesta familia, apenas sabemos que su padre trabajaba como colectivero y en cuanto a sus estudios, allí comienzan las versiones cruzadas: mientras hay quienes señalan que estudiaba Ingeniería Química, otros apuntan que asistía a la facultad de Ciencias Económicas de la UBA y una tercera opinión lo vincula con la carrera de escribano. Lo concreto es que de pibe conoció de juegos en la calle, de subirse a los árboles más altos de Pergamino y de sembrar amistades para toda la vida, como la que compartió con quien sería, años más tarde, uno de los referentes del PRT y segundo de Santucho en la organización, Luis Pujals.
Un documento interno del PRT destaca que el Indio se incorporó a Palabra Obrera, el grupo trotskista conducido por Nahuel Moreno, en 1961, mientras todavía era estudiante secundario. El frente estudiantil fue su ámbito natural de militancia en los comienzos, pero aquí ya lo ubicamos trabajando políticamente en la provincia de Santa Fe. El mismo informe (titulado “Notas para la biografía política de Rubén Bonet”, publicado por una tendencia que, tiempo más tarde, conformaría la llamada “Fracción Roja”) señala que el primer contacto con el morenismo llegó tras un viaje a Buenos Aires para un congreso de estudiantes secundarios. “Los delegados del interior fueron invitados a una ‘reunión social’, [a la que] asistió creyendo que se trataba de una reunión partidaria, pero se encontró en una casa de Barrio Norte, con piano de cola y gente de traje”. La reacción del Indio ante semejante escenario no se hizo esperar: “criticó políticamente y agredió después al organizador de la reunión”, un importante militante estudiantil vinculado a PO y después reconocido sociólogo, según se aclara. “Poco tiempo después, el Indio se proletarizó y no volvió a militar en el frente estudiantil; jamás abandonó, desde entonces, su actitud de desconfianza hacia los intelectuales en general y hacia los sociólogos en particular”, concluye el documento.
La decisión de abandonar la universidad lo llevó a incorporarse al mundo laboral como obrero en la empresa textil Sudamtex primero y en la alimenticia Nestlé más tarde, ya en pleno proceso de unificación entre PO y el norteño Frente Revolucionario Indoamericano Popular (FRIP). La experiencia de trabajo en fábrica le permitió a Rubén conocer desde adentro “las limitaciones del morenismo en el campo sindical”, para después admitir con ironía que Palabra Obrera había sido una “excelente escuela de cuadros para burócratas sindicales” por su línea “entrista”, aplicada en las filas del movimiento obrero peronista.
Alicia, su compañera desde 1965, señala que seis meses después de conocerse, se casaron casi al mismo tiempo que su amigo de la infancia, el Flaco Pujals y su novia, Susana Gaggero. Un año después, nacía Hernán, su primer hijo, y en 1966, Mariana, para agrandar la familia. “Como padre tenía valores morales muy rígidos y quería que sus hijos fueran educados como los mejores, porque pensaba que nosotros estábamos preparando el Hombre Nuevo para la nueva sociedad”, recuerda Alicia.
Hay baches en este informe; es verdad, lo sabemos. Faltan texturas personales, faltan respuestas cotidianas. Por ahora nos sobran estos interrogantes que nos inquietan y que queremos compartir: ¿Qué elementos lo fueron apartando cada vez más de Palabra Obrera y vinculando lentamente con la impronta militante de Santucho y los suyos? ¿Compartió ese proceso de dudas con su amigo, el Flaco Pujals? ¿Qué soñaban los dos, esas madrugadas interminables perdidas ante el mimeógrafo, dando vueltas a la manivela una y otra vez hasta la salida del sol, acumulando volantes con consignas a un costado de su sueño postergado? ¿Qué significó para el Indio la muerte lejana de ese compañero llamado Ernesto Guevara? ¿Qué cambios comenzaron a operarse en su interior con su experiencia en fábrica? ¿Cuáles eran las orillas de esa revolución que Rubén dibujaba cada tarde desde la otra costa, con los compañeros, mate de por medio, charlas encendidas, proyectos pendientes, urgencias renovadas?
4. A eso de las seis y media de la tarde, Carlos Astudillo agarra la guitarra y espera el momento justo. El frío y el silencio atraviesan como una filosa daga todos los pabellones, pero no es ese silencio de cementerio del penal de todas las tarde. No, es otro silencio. Se respira ahora un silencio de ansiedad, de nervios contenidos, de respiración agitada que se intenta disimular pensando en otra cosa, un silencio marcado por la concentración del combatiente que aguarda por el inicio de la batalla. Entonces, Astudillo empieza a rasgar las cuerdas y a cantar los versos de la zamba “Luis Burela”, la misma que cantaban los gauchos de Güemes durante las luchas por la independencia.
Quizá nunca la interpretó así, la garganta seca al principio, sosegada por los nervios, que va creciendo, que va ganando empuje con un fuego que nace desde las entrañas mismas. Quizá nunca reparó en la fuerza de esos versos que dicen: “Un mozo el clarín empina/ y al hacerlo tiembla entero/ como si a esa carga de oro/ se la estuviera bebiendo/ ¡A la carga mis paisanos!/ ordena el jefe salteño/ ¿Con qué armas mi comandante?,/ preguntan los guerrilleros./ Y dice don Luis Burela:/ ¡Con las que les quitaremos!...”.
En su celda, Rubén Bonet escucha, respira profundo, acomoda la bolsa con el equipaje mínimo que pretende llevarse de aquel presidio infernal, y asoma la cabeza por entre las rejas. En la penumbra del pasillo, la voz de Astudillo, los versos de la “Luis Burela” retumban y rompen en mil pedazos el silencio. Esos versos dan la señal convenida.
Se acabó la espera. La fuga comienza.
5. Con respecto al viaje del Indio a Cuba, otra vez los registros documentales se dan de patadas. En un caso, se señala la fecha del viaje en febrero de 1968, con una escala en París durante la cual asistió (junto con Pujals, Santucho y el Negrito Antonio del Carmen Fernández, entre otros) como espectador a los sucesos del Mayo Francés. En otro, se menciona a 1969 como el año del curso de entrenamiento y a su regreso en 1970, aunque también es probable que se hayan realizado los dos viajes con el objetivo de adquirir formación militar en la Isla.
A su regreso, Bonet se suma a trabajar en la regional Buenos Aires, participa del complejo debate interno que envolvió a toda la militancia del PRT, donde se encuadra en la Tendencia Leninista, que dirige Santucho junto a Benito Urteaga, el propio Pujals y Enrique Gorriarán, entre otros. Al mismo tiempo organiza e integra los primeros comandos armados del PRT, integrados por militantes y también por compañeros extra-partidarios, y forma parte del grupo que lleva a cabo la expropiación del Banco de Escobar en enero de 1969 y, posiblemente, también del asalto a los Laboratorios Merck.
“Para el Indio las acciones debían ser siempre educativas para los compañeros que participaban; los reconocimientos, los ensayos, la planificación meticulosa, el intercambio de roles, etc., todo tendía a que cada participante de la acción asimilara el máximo de conocimientos técnicos acerca de la misma y el máximo de experiencia práctica”, subrayan sus compañeros, para después añadir como premisas: “Cuidar el detalle de las acciones era también para él un principio fundamental; las acciones debían ser ‘limpias’, sin bajas nuestras y sin bajas innecesarias de parte del enemigo”. El cuidado extremo en las medidas de seguridad de los compañeros, la economía de esfuerzos como práctica cotidiana que intentaba aplicar el Indio en cada acción contrastaban a menudo con las posiciones temerarias de muchos otros compañeros siempre más atentos al impacto de la acción que a los recaudos necesarios en materia de seguridad. Esta posición le generó recibir no pocas críticas en las células militantes.
Casi siempre, la respuesta del Indio era la misma: “¿Cuál es nuestro objetivo? ¿Salir en los diarios o construir un ejército para tomar el poder? ¿Educar cuadros o fabricar mártires?”. Pese al mote de “conservatismo militar” que recibió en mitad de alguna agitada discusión, el Indio defendió desde siempre el desarme de agentes policiales en las calles como recurso (práctica que después el ERP sistematizaría, incluso como ejercicio introductorio para los aspirantes al Partido) y participó de todas las operaciones de relevancia en la provincia. Algunas de ellas fueron el atentado contra la guardia de seguridad del dirigente sindical Coria, la “captura” de arsenal a un grupo sionista y la toma de la subcomisaría de Florida (en la que también formó parte Jorge Ulla, Cachito, otro de los compañeros caídos en Trelew) en condiciones operativas para nada óptimas (“sin casa operativa, con una pistola 45, un 38 corto y una 7,65 sin balas”, según se apunta), que culminó con la expropiación de armas, documentos de identidad, y hasta con el plus de una arenga propagandizando la línea del ERP ante los prisioneros de la dependencia policial, espectadores privilegiados de la rápida y efectiva acción de los guerrilleros.
A mediados de julio de 1970, Bonet se dedica de lleno a la organización del V Congreso del PRT, que se desarrollaría en las Islas Lechiguanas, en el rancho de un viejo anarquista en pleno corazón del Río Paraná. Delegado en esas jornadas, el Indio asumirá un papel protagónico en la reunión: “Me impresionó la seguridad y la certeza de sus intervenciones en el Congreso. En Buenos Aires, el Partido había quedado debilitado por la deserción de algunos cuadros de dirección. El neomorenismo, cuyos elementos terminamos de depurar en el V Congreso, hizo que sobre él y sobre Luis Pujals recayera el peso de la construcción de la línea y del Partido”, sintetiza Jorge Luis Marcos, el Colorado, sobre el rol del Indio en esa reunión que decidió, entre otros puntos, la creación del ERP y la continuidad del vínculo entre la organización y la IV Internacional trotskista, posición defendida apasionadamente por Bonet y por Pujals, pero resistida por una porción importante de los congresales después de un debate extensísimo que llegó a poner en riesgo la vocación unitaria y la convicción combativa que se respiró durante todo el Congreso.
Elegido miembro del Comité Ejecutivo durante el Congreso, Rubén sería separado de ese organismo en enero de 1971, a propuesta de Santucho, en un contexto de mayor distanciamiento entre el PRT y la IV Internacional. En referencia a su alejamiento, luego de la masacre de Trelew se publican en Estrella Roja unas breves líneas explicando la decisión: “En la cárcel meditó largamente sobre algunos rasgos deficientes de su vieja formación política y envió a la organización una extensa autocrítica dando así muestras de una auténtica humildad proletaria y revolucionaria. Después de este proceso, en sus últimos meses en la prisión, se lo notaba más firme que nunca, un revolucionario ya pleno y maduro, un auténtico dirigente”.
Por lo poco que sabemos, la caída del Indio se produce el 19 de abril de 1971, mientras acompaña a una nueva célula de compañeros en su primera acción callejera, cuando suben en un auto marcado por la policía. Sin embargo, el combate militante persistiría detrás de las rejas de todas las comisarías por las cuales desfiló desde entonces, pasando por el penal de Devoto hasta recalar, finalmente, en la inexpugnable fortaleza de Trelew. De allí, se jactaban los militares, nadie podría escapar jamás.
6. En la pared de su celda, la luz de todos los días la aportan las fotos de Hernán y de Mariana. Ahí están sus sonrisas congeladas, al lado del bigote de Carlitos Chaplin, ahí nomás, justo arriba de la cama donde espera el guerrillero. Ahí nomás, cerquita, un par de dibujos de los chicos pegados con cinta adhesiva sobre las húmedas paredes. En uno de esos retratos infantiles, un sujeto de nombre Rubén despliega sus brazos como raíces sobre el papel, y un sombrero de payaso parece a punto de caerse de su cabeza, coloreada con crayones. Sonríe el esbelto sujeto dibujado contra la pared gris de la celda.
Esos dibujos son la ventana abierta del guerrillero. El aire fresco del amanecer sobre la estación de tren, el murmullo de la lluvia pegando contra los techos de chapa en el barrio, el mugido de las vacas a un costado de la ruta, las risitas de los nenes jugando a la pelota por la tarde, los bostezos cuando recién se despiertan y no tienen ganas de respetar el sueño de nadie en la casa, el café con leche compartido, los abrazos a la entrada de la escuela, el cuento reclamado todas las noches y leído en voz baja a los pies de la cama, el rumor nocturno de sus ronquidos mínimos, abrigados por las frazadas y por los miedos de siempre, por la incertidumbre de no saber cuántas noches como ésta, por la certeza de estar luchando por un país mejor para ellos, en la alegría de poder compartir estas semillas de futuro con tantos otros compañeros...
Los dibujos son la ventana del guerrillero, que fuma en el catre mientras espera la hora señalada. En un par de horas apenas, se levantará, tomará con cuidado aquel tesoro pegado con cinta adhesiva sobre las paredes grises, y lo guardará con mil recaudos en una bolsa.
Entonces, sin saberlo, saltará él mismo al papel en blanco, será por fin, por una vez, ese hombre de crayón gastado sobre un césped verde interminable, mezclará sus brazos de raíces con la sombra de un árbol lleno de moras que lo espera a un costado de la hoja; se perderá mirando el cielo azul de témperas, sin nubes, que recubre el techo del dibujo. Y saldrá a caminar con sus pies de garabato en busca de las manos de sus hijos, esas manos dibujantes que ensayan ahora, otra vez, la figura flaca y desgarbada de ese guerrillero de nombre Rubén, sonriendo en el blanco de una hoja amarilla de humedad en los bordes, pegada con una cinta adhesiva sobre las paredes grises del guerrillero, que fuma y espera.
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