Chávez puede haber venido con la promesa de comprar bonos por 500 millones de dólares, pero el gobierno se preocupó de limitar sus movimientos e incluso sus palabras. El presidente de Venezuela llegó a terminar una de sus intervenciones diciendo: “bueno, no hablo más”. La preocupación del gobierno era que no alterara la digestión de otras visitas, la de los grandes patrones internacionales que integran el Council of the Americas (“la crema y nata de los empresarios de Estados Unidos”, según La Nación (4/8). El gabinete entero desfiló ante este foro para rendir cuentas, pero, por sobre todo, para delinear la fisonomía política de la candidatura de Cristina Kirchner.
Al día siguiente, Clarín resumió lo ocurrido de esta manera: “La excepcionalidad terminó”. La caracterización se pasa de la raya, porque la excepcionalidad de una situación política o de un régimen no la determina un gobierno o un partido sino las condiciones históricas del momento. Si tenemos en cuenta la crisis financiera internacional, el desequilibrio financiero que ha provocado en Argentina y la perspectiva de que el derrumbe de los mercados de crédito se extienda a otras ramas de la economía y a otros países; si tenemos en cuenta todo esto, la excepcionalidad quizás esté recién empezando.
Precisamente por esto Martín Redrado, el presidente del Banco Central, habló de más cuando le ofreció al Council “señales de estabilidad”. Volvió al verso del 2001 cuando aseguraba que la convertibilidad nos “blindaba” contra la crisis. Como si no supiera que esa ‘estabilidad’ no depende de él ni de Argentina, o como si no hubiera leído el reciente informe del Banco de Basilea (el banco central de los bancos centrales), que advierte sobre una posible “crisis del 30”.
Pero es precisamente por esto que el gobierno está urgido a cerrar los principales conflictos que pueda tener pendiente con el capital financiero internacional. “La candidata prometió oportunidades de negocios; De Vido dijo que se solucionará el déficit de energía (sic); Redrado dio señales de estabilidad (sic); Peirano, de limitar las importaciones...chinas” (Clarín, 8/8), precisamente lo que quería escuchar Techint. Con estos planteos: ¿para qué querrían los capitalistas cambiar por un Macri o un Lavagna, no digamos ya por Carrió?
En el discurso ante los mandamases yanquis y criollos, la candidata le robó a Aldo Rico la caracterización de los ‘90, aunque sin pagar derecho de autor. Dijo, como lo hacía el carapintada en aquellos años, que fue “un modelo de transferencia”, fingiendo ignorar que le hablaba a todos los que se enriquecieron con esa ‘transferencia’. En estas reuniones la hipocresía es la regla y quizás por eso Clarín entendió que “Cristina se mostró mesurada”. Lo que la candidata reivindicó es un modelo de “acumulación de matriz diversificada”, que enriquezca a los capitalistas sin discriminación. Pero cuando uno mira las cuentas, la diversificación no parece ser tal, porque la desigualdad de ingresos ha crecido y porque el capital se ha concentrado aún más. Diversificado o no, “un modelo de acumulación” no es otra cosa que la explotación de una mayoría trabajadora por una minoría de capitalistas, que por otra parte ‘transferirá’ sus ganancias a sus bolsillos, a la acumulación financiera y al mercado internacional, esto por la simple razón de que Argentina es un país capitalista subordinado en la jerarquía del mercado mundial. Por ejemplo, en un par de días de sacudón financiero ya salieron cerca de mil millones de dólares.
Los ‘piquetruchos’ no hicieron su aparición en el Council of the Americas; no eran necesarios como en octubre de 2003 y meses siguientes, cuando hubo que parar la insurrección popular boliviana. Ahora D’Elia se queja: “La relación de todos los movimientos sociales con el gobierno es tensa, no se sabe qué destino tendrá” (La Nación, 4/8). El gruñido de este kirchnerista desengañado (¡como si no se lo hubiéramos advertido!) obedece a que la candidata ya tendría decidido continuar con Alberto Fernández, que cuida la caja del Estado para su exclusiva camarilla. D’Elia también se queja de que se estaría preparando un giro en la política exterior, que aprovecharía la ocasión de un triunfo del partido demócrata en Estados Unidos. Pero es lo que el mismo Chávez anunció en Buenos Aires -la posibilidad de un cambio de relaciones con el cambio de gobierno en Washington. ¿No es acaso lo que están haciendo Kirchner y Chávez con México, ahora que no está Fox, sin importarles que están legitimando a un gobierno surgido de un fraude escandaloso impuesto por Estados Unidos?
La superioridad política del gobierno sobre los opositores patronales se revela en esta capacidad de iniciativa para hacer y rehacer las relaciones con todos los intereses capitalistas. Es lo que acaba de concretar en la provincia de Buenos Aires al digitar a Balestrini como acompañante de Scioli, garantizando con esto el apoyo de todo el aparato de intendentes de la provincia. No importa si las víctimas son la ‘concertación plural’ o la creación de ‘una fuerza progresista’.
De todos modos, las contradicciones capitalistas se acumulan en forma implacable, aunque no sea el tipo de acumulación que Cristina Kirchner tiene en la cabeza, si es que la tiene. Los subsidios de todo tipo ya van por más de los 20.000 millones de pesos; los déficits fiscales de las provincias no se pueden ocultar; el encarecimiento del crédito frena el giro de los negocios; un financista simpatizante de la causa oficialista acaba de señalar en El Cronista que el ‘riesgo-país’, en las puertas de los 600 puntos, se encuentra como en las vísperas de la crisis del ‘95 (tequila) y de 2001. Quizás el hombre quiso emular al presidente del banco de inversión norteamericano, Bear and Sterns, que hundió la semana pasada el mercado de valores, luego que dijo que la “volatilidad” que se veía en los negocios era la más fuerte de los últimos treinta años.
Es necesario hacer frente a la nueva etapa con los métodos de la delimitación política clara, con la organización y con la movilización independiente.
Jorge Altamira
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