Ponencia presentada en el XIII Seminario Internacional
“LOS PARTIDOS Y UNA NUEVA SOCIEDAD”
MÉXICO - Distrito Federal - Marzo 2009
REVOLUCIÓN PERMANENTE ES PROCESO CONSTITUYENTE PERMANENTE
Una mirada de la situación de la política revolucionaria en la Argentina
Lic. Fernando Esteche
MPR Quebracho-Argentina
La hora de los pueblos
En Nuestra América está sonando la Hora de los Pueblos. Décadas de politiquería van estallando por los aires. Los conceptos de Patria Grande, Soberanía, Poder Popular y Proceso Popular Constituyente se van conjugando y corporizando en distintos lugares. Los pueblos hacen estallar los moldes democrático-burgueses y penetran la política sin pedir permiso. Las viejas matrices de las constituciones liberales se muestran obsoletas y el concepto de la democracia partidocrática está agonizando. Todo lo atraviesa y arrolla la corriente histórica. Y, claro, la reacción del Imperio no se hace esperar. En ese enfrentamiento están los pueblos de América y el pueblo Argentino.
Cuba, Venezuela, Bolivia, Ecuador muestran un camino posible y transitable de recuperación de la dignidad nacional y exponen una solidaridad latinoamericana concebida a favor de los pueblos y no para que un grupo de empresarios haga sus negocios. Mercosur puede tener un signo u otro de acuerdo a que lo integren estados populares o gerenciadores de la entrega. El ALBA entendemos nosotros es el mejor ejemplo de esto y la Unión de las Naciones Sudamericanas (UNASUR) que empieza a mostrar una diplomacia sudamericana autónoma que sostuvo al proceso y gobierno democrático de Evo Morales frente a los embates desenfadados del Departamento de Estado Norteamericano.
Lo expuesto es el fermento desde el cual la Argentina tiene que acudir al llamado de la historia. Hay un tiempo nuestroamericano que alienta la cristalización del antiimperialismo y la construcción del socialismo como política de estado.
Patria o saqueo: la contradicción principal
La contradicción principal en la Argentina es hoy: Patria o Saqueo. Esta contradicción y la forma de resolverla es la que determina aliados y enemigos. Y justamente la naturaleza de esta contradicción es la que impone a los argentinos la necesidad de construir una herramienta eficaz que no puede ser otra que el Frente Nacional.
En esa búsqueda es que, cada vez con menos desencuentros, aquellos que vamos comprendiendo esto nos vamos agrupando en distintos niveles de acuerdos y vamos construyendo un Programa Nacional contra el saqueo. Entendiendo esto no como prescripción en un papel de lo que queremos y tenemos que hacer, sino en la acción política misma de defender lo que hay que defender y construir lo que haya que construir; haciendo un ejercicio de protagonismo que va perfilando el nuevo concepto de democracia y poder popular, de proceso popular constituyente.
La gobernabilidad es el valor y la necesidad más preciada del régimen, puesto que se trata precisamente de su forma de dominación para seguir consumando el saqueo. Una estrategia popular entonces debe atacar justamente ese valor.
Una estrategia no es una suma de tácticas. Pero la suma de tácticas da cuenta de una política. El carácter y el objetivo de las alianzas que se construyen, los métodos que se aplican en la lucha entre el Pueblo y los grandes grupos económicos, y como están dispuestas las fuerzas militantes, en qué práctica se educan, todo ese conjunto determina qué política se tiene.
De un lado la Patria del otro la Entrega, todo aquello que no exponga esta contradicción está lindando peligrosamente en el diversionismo que lejos de fortalecer al Pueblo, lo debilita.
Luego de la crisis orgánica del 2001 lo que saltó a la vista fue la falta de estrategia de los actores populares. A la desorientación inicial siguió el encandilamiento que la alianza social entre piqueteros y caceroleros[1] provocó, porque algunos ni la imaginaban y otros, aunque la planteaban en sus formulaciones teóricas no terminaban de creerse a sí mismos, tan acostumbrados a recitar fórmulas y calzarlas con forceps en la realidad. Para otros, lo más triste, es que esta alianza social significaba el camino fácil que les posibilitaba desdeñar al movimiento obrero organizado en el que carecen de penetración significativa.
Hoy el conjunto de los argentinos compartimos un cuerpo de valores que constituyen nuestra “cultura política” y que son formidable base para la construcción de un Frente Nacional. De esta forma, la deuda externa y los organismos multilaterales de crédito son visualizados por todos como buitres carroñeros. La necesidad de propiedad social de los estratégicos bienes comunes es algo cada vez más claro para todos.
El vaciamiento de la institucionalidad, con poderes promiscuos y corruptos es un elemento incontrastable aunque le propinen reformulaciones cosméticas. Esto acentuado con la torpe y peligrosa consigna de “más democracia” con que la presidente Kirchner pretendió acallar a la oligarquía sojera, como si fueran ellos los que determinan cuánta democracia podemos tener.
Justamente en estos últimos meses de desempeño de la administración de Cristina Fernández han asomado en su boca y en la de sus ministros y gobernadores afines conceptos que trabajosamente hemos intentado imponer en la agenda nacional desde la UAC (Unión de Asambleas Ciudadanas) y desde las luchas cotidianas por la soberanía. Así, escuchamos un día hablar del peligro de la sojización, del mal de los transgénicos: esto dicho por la presidente que facilita la sojización y el cultivo transgénico. Así, un día escuchamos en el discurso presidencial el concepto de “soberanía alimentaria” hasta hace poco recluido en círculos de compañeros más o menos acotados. Así, se ha hablado de Pooles de exportación, todos conceptos que van construyendo un piso de valores políticos, unas banderas de construcción que si bien pretenden arrebatarlas desde el poder en una perversa pirueta para resignificarlas, constituyen invaluable capital para pensar una patria soberana.
El límite de la izquierda esclerótica
La izquierda que quiere nuclear lo nacional carece aún de identidad nacional.
En la Argentina a las organizaciones de izquierda se las conoce por el nombre de sus dirigentes y no por su estrategia. Esto puede deberse a dos cuestiones; el ego de los dirigentes o la ausencia de estrategia. También puede ser que concurran ambos elementos.
Podemos aventurar, generosamente, que hay falta de estrategia (esto para no creer que sus estrategias son los armados electorales) pero puntualizaremos que la recurrencia en determinado tipo de construcción de alianzas, de perfil, de discurso y de accionar hacen a una política. Si hay algo de lo que debe estar despojada cualquier formulación sensata es de la desesperación. Y desesperación es lo que inunda a algunos sectores cuando cada dos años se enfrentan a la urgencia de los armados electorales.
Sin comprensión de cuál es la contradicción que atraviesa la Patria hoy no puede construirse una identidad nacional. Y para arribar a un diagnóstico ajustado es necesario tener suficiente historicismo que permita comprender de dónde venimos y cómo se desarrolló la larga marcha de los argentinos.
Pero además comprender que el tiempo nuestroamericano está creando nueva teoría revolucionaria validada por su viabilidad histórica, esto no significa ni convertir en fetiches las experiencias de lucha anteriores ni olvidarse que estamos obligados como hombres de izquierda a REVOLUCIONAR no a garantizar gobernabilidades de gobiernos que vehiculizan el saqueo. Atrás en el tiempo debe quedar la hipoteca de las tácticas propias a las conveniencias de determinados estados revolucionarios, porque la manera más inteligente de adecuar los intereses de estado con los intereses revolucionarios es promoviendo procesos revolucionarios en cada uno de nuestros países, ponernos a día con el tiempo nuestroamericano.
En Irak para llevarse el petróleo el Imperio perpetra una masacre, en Argentina diariamente saquean todos los bienes comunes a mansalva y semejante agresión impone desarrollar una estrategia integral de resistencia nacional a la entrega y quienes se opongan a eso objetivamente serán cómplices de la entrega.
Las matrices orgánicas de acumulación política
Todas las matrices orgánicas de acumulación de poder político en Argentina están atravesadas por una concepción restrictiva de lo político y de la política que no hace otra cosa que negar, invisibilizar, proscribir, a vastos sectores del pueblo argentino. Son matrices ancladas en la concepción de la acumulación en base a lo social y políticamente integrado y en general por eso mismo quedan cautivas de ingenierías políticas donde la opinión pública, el marketing político y “la política” misma quedan atrapadas en ese círculo vicioso de reproducción de la banalización de la política en manos de unos cuantos profesionales de la administración de la miseria. Son matrices que están férreamente articuladas en base al relato de la gobernabilidad (hecho contrarrevolucionario por excelencia).
Existe un régimen que desempeña un papel de dirección intelectual, ideológica y moral. Sabemos que la operación básica de construcción de hegemonía es el otorgamiento de universalidad a los intereses y miradas del hegemón, y producir así identificaciones, construir así consenso, naturalizar relaciones de dominación. Estas matrices están aferradas a la reproducción de la dominación porque trabajan con las categorías de gobernabilidad, con las variables ideológicas y morales del Poder que tiene por objetivo recomponer capacidad de dominación.
Aquella fantasía con que el régimen kirchnerista en Argentina alimentaba los discursos fundantes cuando hablaban de transversalidad hoy ha quedado sepultada por la opción de acumulación en la que se sumergieron los Kirchner cuando el ex presidente asume la presidencia del Pejota (Partido Justicialista) anudando acuerdos con lo más tenebroso de la política tradicional. Se acumula y desarrolla poder político mediante los acuerdos de aparato, con pequeños “señores” de la política como pueden ser intendentes o gobernadores, teniendo en la obra pública una de las herramientas de chantaje más habitual, y pactando con la burocracia más abyecta la convivencia en la superestructura.
La debilidad que encuentran los kirchner y cia con este modelo de acumulación es precisamente que una de las variantes de oposición más fuertes que se le ofrece (el ex presidente Duhalde y el gobernador Das Neves) es la vertiente política dilecta de este tipo de construcción y contiene operadores propios que hoy se cobijan bajo el abrigo del régimen actual. Pero además es la debilidad congénita de la concepción que reduce la política y lo político a los profesionales y produce las propias condiciones de su derrumbe al provocar más y más proscripción y confiscación de la política.
Otra de las matrices de acumulación es la que encarna el conjunto de la oposición formal que con la lógica de construcción de consensos a expensas de la seducción de las capas medias, define sus roles y posicionamientos en función de la “opinión pública” y no de una estrategia propia. No es sorprendente ver los actos de las cuatro gremiales patronales del campo alimentados con militancia “de izquierda” y rodeados de un sinfín de dirigentes y referentes de todos los colores y pelajes opositores desde referentes de los desocupados hasta exponentes del patriciado conservador, pasando por toda la gama de izquierda a derecha. En esta concepción está más afianzada la idea de la construcción de hegemonía a partir de acuerdos entre factores y actores del poder, a diferencia de lo anterior que reproduce su dominación a expensas de una maquinaria clientelar. Es un modelo que conjuga lo conservador y lo progresista tan propio de la inestabilidad intelectual y emocional de las capas medias, clientela y sujeto predilecto de la política en Argentina. En esta segunda matriz hay diversos acumulados que pueden enrolarse en políticas con discursos anticorrupción y republicanistas tanto como otros con discursos colonizantes-conservadores.
La tercer matriz que aparece con fuerza en el escenario nacional es aquella que reivindicando la militancia y el protagonismo popular esta entrampada en las limitaciones de referentes con falta de audacia o de grandeza que se empeñan en reproducir pequeños armaditos y acuerditos sin proponerse seriamente una construcción nacional de masas; con anclajes en la vieja política suele quedar jaqueada por la necesidad de seducir a las capas medias con lo cual muchas veces deja de atender a los sectores más vulnerables de la población. Es una expresión nacional-progresista pero con la limitación de no surgir genuinamente de un proceso de acumulación popular.
Son matrices cuyo momento por excelencia de disputa es el electoral, condicionarán sus alianzas en función de su peculiar noción de “lo que quiere la gente”. Han mudado hasta los conceptos y ahora en vez de “Pueblo”, hablan de “gente”. Y “lo que quiere la gente” no deja de ser una entelequia de improbable verificación cuando no la contaminación ideológica que la lógica conservadora (tan temerosa del hecho revolucionario) se impone.
El hecho revolucionario
El hecho revolucionario en Argentina es la toma del Poder por el Pueblo.Sin una herramienta capaz de expresar todos los anhelos de los sectores populares así como de mostrar suficiente poder para concretarlos, estaremos condenados a nuevos fracasos históricos. Una herramienta que exprese y nombre pueblo no sólo a lo integrado sino además a los inmensos bolsones proscriptos y a sus expresiones y prácticas políticas. Esa herramienta es el Frente Nacional.
Pocos elementos están faltando para hacer posible la construcción del Frente Nacional. Audacia para ponerse a construirlo; grandeza para que prestigismos, celos y mediocridades no condicionen la construcción; inteligencia para articular todo el capital político que el pueblo ha ido acumulando en su larga lucha, sea experiencia organizativa, métodos de lucha, doctrina, referencias personales y colectivas.
La Nación como tal está proscripta, productiva, social, cultural y políticamente. Tenemos que recuperarla de esa proscripción para lo cual lo primero es comprender la profundidad de este concepto. Si logramos esto comprenderemos que los valores políticos que se imponen desde el régimen y en los que muchos compañeros suelen naufragar, no son otra cosa que armas de enajenación. Así cuando se imposta el discurso para “quedar bien” probablemente se esté cayendo en la complicidad.
Ni la Revolución del Parque, ni el 17 de octubre estuvieron protagonizados por sectores “integrados”, sino justamente lo que les da carácter revolucionario es el hecho de haber metido “de prepo” a los sectores políticos y sociales proscriptos. Si estos sectores no están expresados con fuerza en la plataforma política e incluso en el perfil del Frente Nacional, entonces éste carecerá de proyección.
Para ser capaz de provocar el hecho revolucionario el Frente Nacional debe ser capaz de contener la amplia gama de sectores que anhelan una Patria justa y digna. Tiene que –necesariamente- expresar la vocación de enfrentamiento con el Imperio y defensa de la soberanía; y debe mostrar claramente que esa defensa recae principalmente en las masas organizadas. Debe mostrar que viene a desterrar la política de aparatos para fundar la política de masas. Eso es el comienzo del hecho revolucionario que la Argentina espera.
Es imprescindible poder salirse de estas matrices de acumulación política y lograr darle cuerpo y proyección política a una nueva forma. Hay algunos sectores que en torno de esta preocupación y de los ejemplos que pueden visualizarse en Nuestra América vienen proponiendo construcciones de nuevo tipo, reformulando lógicas de representación y de poder, que pretenden provocar un proceso popular constituyente, lo cual permitiría un umbral de sentido común en política, alentador a los efectos de una política revolucionaria.
Las construcciones políticas inspiradas en esta lógica lejos de construirse a expensas de armados de aparatos y dirigentes, deben necesariamente sumergirse en lo más profundo de nuestra nación para comenzar a desatar la Revolución Permanente Latinoamericana que no es otra cosa que devolver el ejercicio del poder a los verdaderos dueños, al Pueblo. La Revolución permanente es el proceso constituyente permanente.
[1] Término con el que se designó a los sectores medios argentinos que salieron a manifestarse a fines del 2001 golpeando sus cacerolas. Gran parte de estos sectores eran damnificados directos de la confiscación de sus ahorros por manos de la banca privada con el aval del gobierno.
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