14/3/9
www.laarena.com.ar
opinión
La crisis actual es política y va a provocar revueltas populares y aún revoluciones sociales
El 10 de marzo pasado el politólogo, doctor en Ciencias Políticas y profesor universitario Atilio Borón publicó un trabajo sobre la crisis, sobre el que me gustaría puntualizar algunos acuerdos y otros tantos desacuerdos.
EMILIO MARÍN
El artículo tuvo un presentador de lujo en “Granma” y Página/12: Fidel Castro. Este prologó el trabajo de Borón y lo tituló “La pequeña Biblia de la crisis”. También escribió a manera de epílogo: “si alguien toma esta síntesis y la lleva en el bolsillo o se la aprende de memoria como una pequeña Biblia, estará mejor informado de lo que ocurre en el mundo que el 99 por ciento de la población”.
Suena un poco extraño que el comandante en jefe, de reconocida autoridad pedagógica, recomiende aprender algo de memoria. Y más aún, que lo considere como una especie de Biblia, por cierto aspecto dogmático que se puede extrapolar. El marxismo, escribieron sus fundadores, no es un dogma sino una guía para la acción.
Hay muchos aspectos, muy importantes, planteados por el cientista argentino, con los que hay que acordar. En su caracterización de lo ocurrido en Wall Street a fines del año pasado, afirma: “nos hallamos ante una crisis general capitalista (…) que trasciende con creces lo financiero o bancario y afecta a la economía real (…) y va mucho más allá de las fronteras estadounidenses”.
Es una buena descripción del fenómeno. También parece válido su análisis de las causas estructurales: “una crisis de superproducción”. Esto con el añadido de la “acelerada financiarización de la economía” y “la incursión en operaciones especulativas cada vez más arriesgadas”.
Borón cuestiona “las políticas neoliberales de desregulación y liberalización que hicieron posible que los actores más poderosos que pululan en los mercados impusieran la ley de la selva”.
Posteriormente consigna la pérdida del capital de los bancos y empresas que cotizan en bolsa, reducido a la mitad, y llama la atención sobre los 51 millones de desocupados que habrá, según la OIT.
El autor tiene razón en desconfiar de los pronósticos de los economistas que sostienen una duración de un año para el cataclismo. Cita los 23 años que duró una crisis capitalista a fines del siglo XIX y se interroga: “¿y ahora por qué habría de ser más breve?”.
Otro aspecto positivo de su enfoque es la desconfianza respecto a que las reuniones del “Grupo de los 7” y del “Grupo de los 20” vayan a alumbrar soluciones. Como el 1 y 2 de abril el “G-20” se reúne en Londres y el gobierno argentino irá con una importante delegación, esa advertencia merece ser tenida muy en cuenta.
La crisis es política
La primera discrepancia con “La pequeña Biblia de la crisis” es que no puntualiza el rasgo esencial de la misma. Esta crisis comenzó como un crac bursátil y financiero, propagada luego al plano económico, pero ya ha entrado de lleno al plano político. Y esto es lo que no advierte ese artículo que por eso mismo no saca las debidas conclusiones políticas, valga la redundancia.
Más aún, si la administración Bush y buena parte de la jauría capitalista europea y japonesa fomentó la proliferación de los derivativos financieros, quiere decir que desde el vamos el “efecto Wall Street” tuvo un alto componente gubernamental.
George Bush ya había cumplido sus dos mandatos cuando se votó en EE UU el 4 de noviembre último. Pero se puede especular que, si hubiera ido recién por su primer gobierno, habría perdido la reelección. La derrota del republicano John McCain, pese a que trató de desmarcarse tanto como pudo del texano, fue porque el gobierno de ocho años había colapsado.
Por estos ventarrones cayeron los gobiernos de Islandia, Letonia, Bélgica y varios ministros japoneses. En Washington hubo un cese abrupto del gobierno republicano, que ha dado lugar a una dura pelea bipartidista. Es la crisis más brutal en décadas, pero demócratas y republicanos no logran ponerse de acuerdo. Sólo 3 senadores de esa última agrupación votaron el salvataje de Barack Obama; todos los representantes de ese partido sufragaron en contra.
No hay que tener un posgrado en Sociología para pronosticar que al calor de esta recesión numerosos gobiernos van a caer antes de culminar sus mandatos. Y los que continúen se verán obligados a adoptar medidas que contradecirán su historia, con lo que se producirán cortes verticales y transversales en esas organizaciones políticas y en otras que actúan social, gremial y culturalmente.
Borón puede contestar que él utiliza la categoría de “crisis civilizacional”. Pero esta denominación, lo mismo que la de “crisis cultural”, no tiene precisión. Y además posee un serio inconveniente, pues con la referencia a la “civilización” nos englobaría a todos como responsables: a los banqueros y los 500.000 despedidos estadounidenses por mes, a los organismos de crédito internacional y a los países víctimas de sus recetas, etc.
Hablando de los “organismos internacionales de crédito” aparece otra limitación de la “Pequeña Biblia”. No los menciona. Puede ser un lamentable olvido o fruto de la opción de no criticar a entidades ya harto denostadas. Pero es un error pues estos organismos están pugnando por volver a dictar cátedra. El FMI está haciendo un seminario en Tanzania y junto con el Banco Mundial están pidiendo a los países socios una duplicación de los aportes. De ese modo, dicen, podrían volver a prestar, aunque con las condicionalidades de siempre (subir tarifas, bajar salarios y gasto público, privatizar, etc). Dos columnistas de Clarín, Daniel Muchnick y Marcelo Bonelli, ya hacen propaganda del FMI “renovado”, diciendo que prestaría 3.000 millones de dólares a Argentina. Por eso hubiera sido importante que el cientista argentino los cuestionase. ¿O no lo hizo porque funcionarios de esas dos entidades estuvieron en La Habana en el XI Encuentro Internacional sobre Globalización y Problemas del Desarrollo?
Cierto derrotismo
Finalmente hay dos aspectos equivocados en el planteo de Borón.
Uno es que destila cierto derrotismo sobre la perspectiva de lucha de los trabajadores y sectores populares. “Esa fuerza social (de lucha) no está presente en las sociedades del capitalismo metropolitano, incluido EE UU”, escribió.
Hay que tener confianza en la capacidad de resistencia, lucha y organización de los afectados por la crisis capitalista e imperialista. Si puede haber 51 millones de desocupados más, hay que abrir la mente a considerar la hipótesis de que en rutas o calles de California o París o Turín surjan movimientos de desocupados como hubo en General Mosconi o Cutral Co en Argentina, o adoptando formas nuevas.
No se debería cerrar las puertas a esas posibilidades cuando hay multitudes afectadas por el drama de perder el empleo, la casa, la familia, la escuela, la obra social, etc. Y no es una hipótesis liviana: ha habido paros de trabajadores franceses, alemanes e italianos, han aparecido las primeras tomas de fábricas en EE UU, etc. Por otro lado hay que recordar que desde 2003 a la fecha en EE UU y Europa se hicieron las mayores demostraciones callejeras contra la guerra en Irak.
El otro enfoque equivocado del autor es su visión de que no habrá guerras entre las potencias imperialistas debido a la fortaleza de EE UU y porque si esta superpotencia se ve amenazada, “todos acudirán a socorrerlo porque es el sostén último del sistema”.
Esa presunción de no guerras puede sonar lógica hoy pero no hay que pensar que siempre será así. Las contradicciones interimperialistas no han desaparecido “por el ascenso y consolidación de una burguesía imperial que periódicamente se reúne en Davos”. Esta lectura de Borón tiene puntos de contactos con la teoría del “ultraimperialismo” de Carlos Kautsky, criticada por Lenin en “El imperialismo etapa superior del capitalismo”.
En la “Pequeña Biblia” no sólo se asegura que no habrá guerras interimperialistas sino que no se analizan los conflictos actuales que desgarran a EE UU, Europa y Japón. Un solo ejemplo: “el compre americano” en el paquete de Obama generó una oposición cerrada de sus rivales. ¿Por qué dar por hecho que siempre las potencias estarán unidas? Si Borón afirma bien que la crisis actual es la más grave en 80 años, ¿por qué cierra toda hipótesis de que los imperios pueden desatar guerras entre ellos? ¿Acaso en estas ocho décadas no hubo conflictos de todo tipo, incluyendo la Segunda Guerra Mundial?
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario