9 mar 2019

FOGONEROS: NUESTROS SUEÑOS TIENEN EL COLOR DE LA REVOLUCION

Existe una avanzada de las clases dominantes, de las estructuras de poder que sostienen el capitalismo, contra el movimiento de mujeres y las disidencias. Ese movimiento que creció, tomó fuerza en las calles y cuestionó puntos neurálgicos de la matriz opresiva del patriarcado en un país como Argentina. Es así que puso en la agenda política problemáticas como el aborto, y visibilizó todas las denuncias de la connivencia estatal y policial en temas como la trata y la prostitución. Existe en el seno profundo de este movimiento, y con un enorme potencial a desarrollar, la contradicción de estar exigiéndole a este mismo sistema patriarcal que deje de considerarnos sus amas de casa serviles, criadoras de fuerza de trabajo. Se le está pidiendo a este sistema capitalista que deje de producir ganancia a costa de mercantilizar nuestro cuerpo y nuestras vidas. La contradicción es evidente, se le pide a nuestro propio esclavista que suelte nuestras cadenas de esclavitud: late, en la esencia del problema de la mujer y el de las disidencias, la necesidad objetiva para su resolución de revolucionar el sistema entero.
Y cuando los sujetos de la opresión se ponen en movimiento, existe el “peligro” para las clases dominantes de que esa esencia, esa contradicción, pueda desarrollarse y alimentar la
 maduración de una enorme marea del pueblo explotado y oprimido que les haga temblar sus sillones de poder. Porque las mujeres y disidencias que salen a luchar por sus derechos, son también parte del movimiento obrero, son parte del movimiento estudiantil, son parte de los pueblos originarios, retroalimentándose permanentemente todas estas expresiones en sus experiencias de combate. Movimiento de miles y miles de fuegos que al calor de la lucha puede llegar a pasar por encima a los diques de contención de la protesta que el propio sistema tiene: las estructuras políticas reformistas, los sindicatos burócratas, los políticos burgueses. 
Es por ello que, anticipándose a estas posibilidades, ataca. Y lo hace sobre todo por estar en un contexto de año electoral, atravesado por un ajuste brutal que podría caldear aún más la animosidad del pueblo. Las clases dominantes, a través de las instituciones donde ejercen poder y en sus diversas expresiones políticas (ya sea el PRO, el PJ en todas sus variantes, la UCR, etc), mueven las estructuras religiosas generando fuerzas de choque dentro del propio pueblo, mandan mensajes fortaleciendo la imagen de la familia tradicional (con determinado rol para la mujer), protegen y alientan lo más reaccionario del poder judicial para derrotar en el plano legal cualquier reivindicación de las mujeres (pensemos en los último fallos sobre Lucía Perez y las niñas embarazadas producto de una violación obligadas a parir), perfeccionan el aparato represivo, moderan su discurso para calmar los ánimos (como el claro ejemplo del kirchnerismo llamando a no pelearse con la iglesia, lo cual se vincula también a las urnas y la capitalización de votos).
Como parte de esos ataques, un punto importante es el que se hace contra el marxismo y la organización partidaria revolucionaria, tanto en los medios de comunicación como en algunas expresiones dentro del propio movimiento de mujeres y disidencias. Esto es esperable dado que en su seno también se da la lucha contra las ideas provenientes de la burguesía y la pequeña burguesía.
 Sobre este punto en particular, nuevamente la contradicción es clara. Sólo una persona con absoluto desconocimiento de la historia de lucha de las mujeres podría creer ingenuamente que el marxismo es conservador sobre estos temas. De hecho, han sido los revolucionarios y revolucionarias del mundo entero los que han elevado el problema de la mujer a un problema político de primer orden. Y esto no sólo en el plano teórico –pensemos sólo por poner un ejemplo el enorme aporte que significó el libro El Origen de la Familia, el Estado y la Propiedad Privada de Engels- sino en los hechos prácticos. Fue la Revolución Rusa (¡hace 100 años!) el primer gobierno en la historia en promulgar leyes de avanzada como el aborto y el divorcio, además de tener en sus órganos centrales a destacadas revolucionarias.
Pensemos el caso de Alejandra Kollontai o Rosa Luxemburgo. Ninguna “feminista” desconocería el aporte de estas mujeres, que desarrollaron una política de avanzada hacia los movimientos de mujeres en todo el mundo. Pero ellas no eran individualidades. Eran compañeras organizadas en partidos políticos revolucionarios que aspiraban a un gobierno revolucionario
 de la clase trabajadora, nutridas de la teoría marxista como guía para la acción. Es cierto que las discusiones en el seno de sus organizaciones y entre los y las revolucionarias en general sobre este punto eran y son álgidas, pero eso es un aspecto totalmente esperable si consideramos que el marxismo no es una “verdad acabada”, es en su esencia una filosofía y propuesta política en permanente cambio, nutrida todo el tiempo por el avance de la lucha de clases a nivel mundial. El marxismo busca la libertad, busca ir construyendo personas nuevas, y es una praxis que se desarrolla permanentemente. Por eso nada tiene de conservador el marxismo genuino, el marxismo impulsado por Lenin y sus camaradas en la Revolución Rusa y en nuestra América reciente el guevarismo, que fue el faro para numerosos procesos revolucionarios en nuestra América.
Una América trazada por la lucha contra los opresores desde hace siglos. La América de Juana Azurduy y de las hermanas Mirabal. Ellas no sólo eran mujeres valientes, eran revolucionarias que enfrentaban con armas en mano el sistema explotador y opresor, por la causa de todxs lxs trabajadorxs. Todas ellas y tantas otras son parte del legado de lucha que hoy tenemos. Son ellas las “brujas”, las “subversivas”, las “contestatarias” que caminan junto a nosotrxs en cada lucha.
Aprendamos de los procesos revolucionarios, donde las mujeres y sus banderas (y el avance de la lucha permite agregar hoy en este movimiento a las disidencias, que lo nutren y fortalecen enormemente), se pusieron siempre en primera fila, como parte del movimiento popular y obrero que siempre ha combatido, combate y combatirá por su liberación.
Organizarse, construir, combatir. ¡Que arda el capitalismo-patriarcado!


Apartado: Ni votos ni botas, autodefensa popular!!!
La salida testimonial que nos proponen las organizaciones del sistema ha demostrado sobradamente no ofrecer soluciones: nos siguen abusando, maltratando, violando, matando. No se le puede pedir al sistema más brutal que muestre su rostro humano. Toda la institucionalidad del sistema no cumplirá jamás con nuestros anhelos porque representa intereses opuestos a los de la clase trabajadora en su conjunto. La salida a nuestras demandas más urgentes para las mujeres hoy es la construcción de poder popular que permita defendernos y hacernos fuertes ante los agresores, más allá de la institucionalidad del sistema. Es el camino que se tomó con el caso Rocío Girat, donde organizadamente se le quemó la casa a su violador, quien debió huir protegido por la policía y solito pidió resguardarse en la cárcel. Es el camino de los escraches efectivos en los barrios a los violadores y abusadores, con cientos de casos en todo el país. Es el camino de nutrir las organizaciones y proteger con la fuerza del conjunto de lxs trabajadorxs a las denunciantes y víctimas de las mafias de la trata. Confiar en las fuerzas que tenemos lxs de abajo, la clase trabajadora, en el camino de la organización, la solidaridad y la combatividad más audaz contra el capitalismo-patriarcado.

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