9 DE OCTUBRE:45 AÑOS DEL ASESINATO DEL CHE GUEVARA. EL MEJOR HOMENAJE ES DIFUNDIR SU PENSAMIENTO Y SU INCLAUDICABLE LUCHA POR EL SOCIALISMO.
Che Guevara
El socialismo y el hombre en Cuba
(1965)
Estimado compañero*:
Acabo estas notas en viaje por
África, animado del deseo de cumplir, aunque tardíamente,
mi promesa. Quisiera hacerlo tratando el tema del título.
Creo que pudiera ser interesante para los lectores uruguayos.
Es común escuchar de boca de los voceros capitalistas,
como un argumento en la lucha ideológica contra el
socialismo, la afirmación de que este sistema social o el
período de construcción del socialismo al que estamos
nosotros abocados, se caracteriza por la abolición del
individuo en aras del Estado. No pretenderé refutar esta
afirmación sobre una base meramente teórica, sino
establecer los hechos tal cual se viven en Cuba y agregar
comentarios de índole general. Primero esbozaré a grandes
rasgos la historia de nuestra lucha revolucionaria antes y
después de la toma del poder.
Como es sabido, la fecha precisa en que se iniciaron las
acciones revolucionarias que culminaron el primero de enero
de 1959, fue el 26 de julio de 1953. Un grupo de hombres
dirigidos por Fidel Castro atacó la madrugada de ese día el
cuartel Moncada, en la provincia de Oriente. El ataque fue un
fracaso, el fracaso se transformó en desastre y los
sobrevivientes fueron a parar a la cárcel, para reiniciar,
luego de ser amnistiados, la lucha revolucionaria.
Durante este proceso, en el cual solamente existían
gérmenes de socialismo, el hombre era un factor fundamental.
En él se confiaba, individualizado, específico, con nombre
y apellido, y de su capacidad de acción dependía el triunfo
o el fracaso del hecho encomendado.
Llego la etapa de la lucha guerrillera. Esta se
desarrolló en dos ambientes distintos: el pueblo, masa
todavía dormida a quien había que movilizar y su
vanguardia, la guerrilla, motor impulsor de la movilización,
generador de conciencia revolucionaria y de entusiasmo
combativo. Fue esta vanguardia el agente catalizador, el que
creó las condiciones subjetivas necesarias para la victoria.
También en ella, en el marco del proceso de proletarización
de nuestro pensamiento, de la revolución que se operaba en
nuestros hábitos, en nuestras mentes, el individuo fue el
factor fundamental. Cada uno de los combatientes de la Sierra
Maestra que alcanzara algún grado superior en las fuerzas
revolucionarias, tiene una historia de hechos notables en su
haber. En base a estos lograba sus grados.
Fue la primera época heroica, en la cual se disputaban
por lograr un cargo de mayor responsabilidad, de mayor
peligro, sin otra satisfacción que el cumplimiento del
deber. En nuestro trabajo de educación revolucionaria,
volvemos a menudo sobre este tema aleccionador. En la actitud
de nuestros combatientes se vislumbra al hombre del futuro.
En otras oportunidades de nuestra historia se repitió el
hecho de la entrega total a la causa revolucionaria. Durante
la Crisis de Octubre o en los días del ciclón Flora, vimos
actos de valor y sacrificio excepcionales realizados por todo
un pueblo. Encontrar la fórmula para perpetuar en la vida
cotidiana esa actitud heroica, es una de nuestras tareas
fundamentales desde el punto de vista ideológico.
En enero de 1959 se estableció el gobierno revolucionario
con la participación en él de varios miembros de la
burguesía entreguista. La presencia del Ejército Rebelde
constituía la garantía de poder, como factor fundamental de
fuerza.
Se produjeron enseguida contradicciones seria, resueltas,
en primera instancia, en febrero del 59, cuando Fidel Castro
asumió la jefatura de gobierno con el cargo de primer
ministro. Culminaba el proceso en julio del mismo año, al
renunciar el presidente Urrutia ante la presión de las
masas.
Aparecía en la historia de la Revolución Cubana, ahora
con caracteres nítidos, un personaje que se repetirá
sistemáticamente: la masa.
Este ente multifacético no es, como se pretende, la suma
de elementos de la misma categoría (reducidos a la misma
categoría, además, por el sistema impuesto), que actúa
como un manso rebaño. Es verdad que sigue sin vacilar a sus
dirigentes, fundamentalmente a Fidel Castro, pero el grado en
que él ha ganado esa confianza responde precisamente a la
interpretación cabal de los deseos del pueblo, de sus
aspiraciones, y a la lucha sincera por el cumplimiento de las
promesas hechas.
La masa participó en la reforma agraria y en el difícil
empeño de la administración de las empresas estatales;
pasó por la experiencia heroica de Playa Girón; se forjó
en las luchas contra las distintas bandas de bandidos armadas
por la CIA; vivió una de las definiciones más importantes
de los tiempos modernos en la Crisis de Octubre y sigue hoy
trabajando en la construcción del socialismo.
Vistas las cosas desde un punto de vista superficial,
pudiera parecer que tienen razón aquellos que hablan de
supeditación del individuo al Estado, la masa realiza con
entusiasmo y disciplina sin iguales las tareas que el
gobierno fija, ya sean de índole económica, cultural, de
defensa, deportiva, etcétera. La iniciativa parte en general
de Fidel o del alto mando de la revolución y es explicada al
pueblo que la toma como suya. Otras veces, experiencias
locales se toman por el partido y el gobierno para hacerlas
generales, siguiendo el mismo procedimiento.
Sin embargo, el Estado se equivoca a veces. Cuando una de
esas equivocaciones se produce, se nota una disminución del
entusiasmo colectivo por efectos de una disminución
cuantitativa de cada uno de los elementos que la forman, y el
trabajo se paraliza hasta quedar reducido a magnitudes
insignificantes; es el instante de rectificar. Así sucedió
en marzo de 1962 ante una política sectaria impuesta al
partido por Aníbal Escalante.
Es evidente que el mecanismo no basta para asegurar una
sucesión de medidas sensatas y que falta una conexión más
estructurada con las masas. Debemos mejorarla durante el
curso de los próximos años pero, en el caso de las
iniciativas surgidas de estratos superiores del gobierno
utilizamos por ahora el método casi intuitivo de auscultar
las reacciones generales frente a los problemas planteados.
Maestro en ello es Fidel, cuyo particular modo de
integración con el pueblo solo puede apreciarse viéndolo
actuar. En las grandes concentraciones públicas se observa
algo así como el diálogo de dos diapasones cuyas
vibraciones provocan otras nuevas en el interlocutor. Fidel y
la masa comienzan a vibrar en un diálogo de intensidad
creciente hasta alcanzar el clímax en un final abrupto,
coronado por nuestro grito de lucha y victoria.
Lo difícil de entender, para quien no viva la experiencia
de la revolución, es esa estrecha unidad dialéctica
existente entre el individuo y la masa, donde ambos se
interrelacionan y, a su vez, la masa, como conjunto de
individuos, se interrelaciona con los dirigentes.
En el capitalismo se pueden ver algunos fenómenos de este
tipo cuando aparecen políticos capaces de lograr la
movilización popular, pero si no se trata de un auténtico
movimiento social, en cuyo caso no es plenamente lícito
hablar de capitalismo, el movimiento vivirá lo que la vida
de quien lo impulse o hasta el fin de las ilusiones
populares, impuesto por el rigor de la sociedad capitalista.
En esta, el hombre está dirigido por un frío ordenamiento
que, habitualmente, escapa al dominio de la comprensión. El
ejemplar humano, enajenado, tiene un invisible cordón
umbilical que le liga a la sociedad en su conjunto: la ley
del valor. Ella actúa en todos los aspectos de la vida, va
modelando su camino y su destino.
Las leyes del capitalismo, invisibles para el común de
las gentes y ciegas, actúan sobre el individuo sin que este
se percate. Solo ve la amplitud de un horizonte que aparece
infinito. Así lo presenta la propaganda capitalista que
pretende extraer del caso Rockefeller —verídico o
no—, una lección sobre las posibilidades de éxito. La
miseria que es necesario acumular para que surja un ejemplo
así y la suma de ruindades que conlleva una fortuna de esa
magnitud, no aparecen en el cuadro y no siempre es posible a
las fuerzas populares aclarar estos conceptos. (Cabría aquí
la disquisición sobre cómo en los países imperialistas los
obreros van perdiendo su espíritu internacional de clase al
influjo de una cierta complicidad en la explotación de los
países dependientes y cómo este hecho, al mismo tiempo,
lima el espíritu de lucha de las masas en el propio país,
pero ese es un tema que sale de la intención de estas
notas.)
De todos modos, se muestra el camino con escollos que
aparentemente, un individuo con las cualidades necesarias
puede superar para llegar a la meta. El premio se avizora en
la lejanía; el camino es solitario. Además, es una carrera
de lobos: solamente se puede llegar sobre el fracaso de
otros.
Intentaré, ahora, definir al individuo, actor de ese
extraño y apasionante drama que es la construcción del
socialismo, en su doble existencia de ser único y miembro de
la comunidad.
Creo que lo más sencillo es reconocer su cualidad de no
hecho, de producto no acabado. Las taras del pasado se
trasladan al presente en la conciencia individual y hay que
hacer un trabajo continuo para erradicarlas.
El proceso es doble, por un lado actúa la sociedad con su
educación directa e indirecta, por otro, el individuo se
somete a un proceso consciente de autoeducación.
La nueva sociedad en formación tiene que competir muy
duramente con el pasado. Esto se hace sentir no solo en la
conciencia individual en la que pesan los residuos de una
educación sistemáticamente orientada al aislamiento del
individuo, sino también por el carácter mismo de este
período de transición con persistencia de las relaciones
mercantiles. La mercancía es la célula económica de la
sociedad capitalista; mientras exista, sus efectos se harán
sentir en la organización de la producción y, por ende, en
la conciencia.
En el esquema de Marx se concebía el período de
transición como resultado de la transformación explosiva
del sistema capitalista destrozado por sus contradicciones;
en la realidad posterior se ha visto cómo se desgajan del
árbol imperialista algunos países que constituyen ramas
débiles, fenómeno previsto por Lenin. En estos, el
capitalismo se ha desarrollado lo suficiente como para hacer
sentir sus efectos, de un modo u otro, sobre el pueblo, pero
no son sus propias contradicciones las que, agotadas todas
las posibilidades, hacen saltar el sistema. La lucha de
liberación contra un opresor externo, la miseria provocada
por accidentes extraños, como la guerra, cuyas consecuencias
hacen recaer las clases privilegiadas sobre los explotados,
los movimientos de liberación destinados a derrocar
regímenes neocoloniales, son los factores habituales de
desencadenamiento. La acción consciente hace el resto.
En estos países no se ha producido todavía una
educación completa para el trabajo social y la riqueza dista
de estar al alcance de las masas mediante el simple proceso
de apropiación. El subdesarrollo por un lado y la habitual
fuga de capitales hacia países «civilizados» por otro,
hacen imposible un cambio rápido y sin sacrificios. Resta un
gran tramo a recorrer en la construcción de la base
económica y la tentación de seguir los caminos trillados
del interés material, como palanca impulsora de un
desarrollo acelerado, es muy grande.
Se corre el peligro de que los árboles impidan ver el
bosque. Persiguiendo la quimera de realizar el socialismo con
la ayuda de las armas melladas que nos legara el capitalismo
(la mercancía como célula económica, la rentabilidad, el
interés material individual como palanca, etcétera), se
puede llegar a un callejón sin salida. Y se arriba allí
tras de recorrer una larga distancia en la que los caminos se
entrecruzan muchas veces y donde es difícil percibir el
momento en que se equivocó la ruta. Entre tanto, la base
económica adaptada ha hecho su trabajo de zapa sobre el
desarrollo de la conciencia. Para construir el comunismo,
simultáneamente con la base material hay que hacer al hombre
nuevo.
De allí que sea tan importante elegir correctamente el
instrumento de movilización de las masas. Este instrumento
debe ser de índole moral, fundamentalmente, sin olvidar una
correcta utilización del estímulo material, sobre todo de
naturaleza social.
Como ya dije, en momentos de peligro extremo es fácil
potenciar los estímulos morales; para mantener su vigencia,
es necesario el desarrollo de una conciencia en la que los
valores adquieran categorías nuevas. La sociedad en su
conjunto debe convertirse en una gigantesca escuela.
Las grandes líneas del fenómeno son similares al proceso
de formación de la conciencia capitalista en su primera
época. El capitalismo recurre a la fuerza, pero, además,
educa a la gente en el sistema. La propaganda directa se
realiza por los encargados de explicar la ineluctabilidad de
un régimen de clase, ya sea de origen divino o por
imposición de la naturaleza como ente mecánico. Esto aplaca
a las masas que se ven oprimidas por un mal contra el cual no
es posible la lucha.
A continuación viene la esperanza, y en esto se
diferencia de los anteriores regímenes de casta que no daban
salida posible.
Para algunos continuará vigente todavía la fórmula de
casta: el premio a los obedientes consiste en el arribo,
después de la muerte, a otros mundos maravillosos donde los
buenos son los premiados, con lo que se sigue la vieja
tradición. Para otros, la innovación; la separación en
clases es fatal, pero los individuos pueden salir de aquella
a que pertenecen mediante el trabajo, la iniciativa,
etcétera. Este proceso, y el de autoeducación para el
triunfo, deben ser profundamente hipócritas: es la
demostración interesada de que una mentira es verdad.
En nuestro caso, la educación directa adquiere una
importancia mucho mayor. La explicación es convincente
porque es verdadera; no precisa de subterfugios. Se ejerce a
través del aparato educativo del Estado en función de la
cultura general, técnica e ideológica, por medio de
organismos tales como el Ministerio de Educación y el aparto
de divulgación del partido. La educación prende en las
masas y la nueva actitud preconizada tiende a convertirse en
hábito; la masa la va haciendo suya y presiona a quienes no
se han educado todavía. Esta es la forma indirecta de educar
a las masas, tan poderosa como aquella otra.
Pero el proceso es consciente; el individuo recibe
continuamente el impacto del nuevo poder social y percibe que
no está completamente adecuado a él. Bajo el influjo de la
presión que supone la educación indirecta, trata de
acomodarse a una situación que siente justa y cuya propia
falta de desarrollo le ha impedido hacerlo hasta ahora. Se
autoeduca.
En este período de construcción del socialismo podemos
ver el hombre nuevo que va naciendo. Su imagen no está
todavía acabada; no podría estarlo nunca ya que el proceso
marcha paralelo al desarrollo de formas económicas nuevas.
Descontando aquellos cuya falta de educación los hace tender
al camino solitario, a la autosatisfacción de sus
ambiciones, los hay que aun dentro de este nuevo panorama de
marcha conjunta, tienen tendencia a caminar aislados de la
masa que acompañan. Lo importante es que los hombres van
adquiriendo cada día más conciencia de la necesidad de su
incorporación a la sociedad y, al mismo tiempo, de su
importancia como motores de la misma.
Ya no marchan completamente solos, por veredas
extraviadas, hacia lejanos anhelos. Siguen a su vanguardia,
constituida por el partido, por los obreros de avanzada, por
los hombres de avanzada que caminan ligados a las masas y en
estrecha comunión con ellas. Las vanguardias tienen su vista
puesta en el futuro y en su recompensa, pero esta no se
vislumbra como algo individual; el premio es la nueva
sociedad donde los hombres tendrán características
distintas: la sociedad del hombre comunista.
El camino es largo y lleno de dificultades. A veces, por
extraviar la ruta, hay que retroceder; otras, por caminar
demasiado aprisa, nos separamos de las masas; en ocasiones
por hacerlo lentamente, sentimos el aliento cercano de los
que nos pisan los talones. En nuestra ambición de
revolucionarios, tratamos de caminar tan aprisa como sea
posible, abriendo caminos, pero sabemos que tenemos que
nutrirnos de la masa y que ésta solo podrá avanzar más
rápido si la alentamos con nuestro ejemplo.
A pesar de la importancia dada a los estímulos morales,
el hecho de que exista la división en dos grupos principales
(excluyendo, claro está, a la fracción minoritaria de los
que no participan, por una razón u otra en la construcción
del socialismo), indica la relativa falta de desarrollo de la
conciencia social. El grupo de vanguardia es ideológicamente
más avanzado que la masa; esta conoce los valores nuevos,
pero insuficientemente. Mientras en los primeros se produce
un cambio cualitativo que le permite ir al sacrificio en su
función de avanzada, los segundos sólo ven a medias y deben
ser sometidos a estímulos y presiones de cierta intensidad;
es la dictadura del proletariado ejerciéndose no sólo sobre
la clase derrotada, sino también individualmente, sobre la
clase vencedora.
Todo esto entraña, para su éxito total, la necesidad de
una serie de mecanismos, las instituciones revolucionarias.
En la imagen de las multitudes marchando hacia el futuro,
encaja el concepto de institucionalización como el de un
conjunto armónico de canales, escalones, represas, aparatos
bien aceitados que permitan esa marcha, que permitan la
selección natural de los destinados a caminar en la
vanguardia y que adjudiquen el premio y el castigo a los que
cumplen o atenten contra la sociedad en construcción.
Esta institucionalidad de la Revolución todavía no se ha
logrado. Buscamos algo nuevo que permita la perfecta
identificación entre el Gobierno y la comunidad en su
conjunto, ajustada a las condiciones peculiares de la
construcción del socialismo y huyendo al máximo de los
lugares comunes de la democracia burguesa, trasplantados a la
sociedad en formación (como las cámaras legislativas, por
ejemplo). Se han hecho algunas experiencias dedicadas a crear
paulatinamente la institucionalización de la Revolución,
pero sin demasiada prisa. El freno mayor que hemos tenido ha
sido el miedo a que cualquier aspecto formal nos separe de
las masas y del individuo, nos haga perder de vista la
última y más importante ambición revolucionaria que es ver
al hombre liberado de su enajenación.
No obstante la carencia de instituciones, lo que debe
superarse gradualmente, ahora las masas hacen la historia
como el conjunto consciente de individuos que luchan por una
misma causa. El hombre, en el socialismo, a pesar de su
aparente estandarización, es más completo; a pesar de la
falta del mecanismo perfecto para ello, su posibilidad de
expresarse y hacerse sentir en el aparato social es
infinitamente mayor.
Todavía es preciso acentuar su participación consciente,
individual y colectiva, en todos los mecanismos de dirección
y de producción y ligarla a la idea de la necesidad de la
educación técnica e ideológica, de manera que sienta cómo
estos procesos son estrechamente interdependientes y sus
avances son paralelos. Así logrará la total consciencia de
su ser social, lo que equivale a su realización plena como
criatura humana, rotas todas las cadenas de la enajenación.
Esto se traducirá concretamente en la reapropiación de
su naturaleza a través del trabajo liberado y la expresión
de su propia condición humana a través de la cultura y el
arte.
Para que se desarrolle en la primera, el trabajo debe
adquirir una condición nueva; la mercancía-hombre cesa de
existir y se instala un sistema que otorga una cuota por el
cumplimiento del deber social. Los medios de producción
pertenecen a la sociedad y la máquina es sólo la trinchera
donde se cumple el deber. El hombre comienza a liberar su
pensamiento del hecho enojoso que suponía la necesidad de
satisfacer sus necesidades animales mediante el trabajo.
Empieza a verse retratado en su obra y a comprender su
magnitud humana a través del objeto creado, del trabajo
realizado. Esto ya no entraña dejar una parte de su ser en
forma de fuerza de trabajo vendida, que no le pertenece más,
sino que significa una emanación de sí mismo, un aporte a
la vida común en que se refleja; el cumplimiento de su deber
social.
Hacemos todo lo posible por darle al trabajo esta nueva
categoría de deber social y unirlo al desarrollo de la
técnica, por un lado, lo que dará condiciones para una
mayor libertad, y al trabajo voluntario por otro, basados en
la apreciación marxista de que el hombre realmente alcanza
su plena condición humana cuando produce sin la compulsión
de la necesidad física de venderse como mercancía.
Claro que todavía hay aspectos coactivos en el trabajo,
aún cuando sea necesario; el hombre no ha transformado toda
la coerción que lo rodea en reflejo condicionado de
naturaleza social y todavía produce, en muchos casos, bajo
la presión del medio (compulsión moral, la llama Fidel).
Todavía le falta el lograr la completa recreación
espiritual ante su propia obra, sin la presión directa del
medio social, pero ligado a él por los nuevos hábitos. Esto
será el comunismo.
El cambio no se produce automáticamente en la conciencia,
como no se produce tampoco en la economía. Las variaciones
son lentas y no son rítmicas; hay períodos de aceleración,
otros pausados e incluso, de retroceso.
Debemos considerar, además como apuntáramos antes, que
no estamos frente al período de transición puro, tal como
lo viera Marx en la Crítica del Programa de Gotha,
sino de una nueva fase no prevista por él; primer período
de transición del comunismo o de la construcción del
socialismo. Este transcurre en medio de violentas luchas de
clase y con elementos de capitalismo en su seno que oscurecen
la comprensión cabal de su esencia.
Si a esto de agrega el escolasticismo que ha frenado el
desarrollo de la filosofía marxista e impedido el
tratamiento sistemático del período, cuya economía
política no se ha desarrollado, debemos convenir en que
todavía estamos en pañales y es preciso dedicarse a
investigar todas las características primordiales del mismo
antes de elaborar una teoría económica y política de mayor
alcance.
La teoría que resulte dará indefectiblemente
preeminencia a los dos pilares de la construcción: la
formación del hombre nuevo y el desarrollo de la técnica.
En ambos aspectos nos falta mucho por hacer, pero es menos
excusable el atraso en cuanto a la concepción de la técnica
como base fundamental, ya que aquí no se trata de avanzar a
ciegas sino de seguir durante un buen tramo el camino abierto
por los países más adelantados del mundo. Por ello Fidel
machaca con tanta insistencia sobre la necesidad de la
formación tecnológica y científica de todo nuestro pueblo
y más aún, de su vanguardia.
En el campo de las ideas que conducen a actividades no
productivas, es más fácil ver la división entre la
necesidad material y espiritual. Desde hace mucho tiempo el
hombre trata de liberarse de la enajenación mediante la
cultura y el arte. Muere diariamente las ocho y más horas en
que actúa como mercancía para resucitar en su creación
espiritual. pero este remedio porta los gérmenes de la misma
enfermedad.: es un ser solitario el que busca comunión con
la naturaleza. Defiende su individualidad oprimida por el
medio y reacciona ante las ideas estéticas como un ser
único cuya aspiración es permanecer inmaculado.
Se trata sólo de un intento de fuga. La ley del valor no
es ya un mero reflejo de las relaciones de producción; los
capitalistas monopolistas la rodean de un complicado
andamiaje que la convierte en una sierva dócil, aún cuando
los métodos que emplean sean puramente empíricos. La
superestructura impone un tipo de arte en el cual hay que
educar a los artistas. Los rebeldes son dominados por la
maquinaria y sólo los talentos excepcionales podrán crear
su propia obra. Los restantes devienen asalariados
vergonzantes o son triturados.
Se inventa la investigación artística a la que se da
como definitoria de la libertad, pero esta «investigación»
tiene sus límites imperceptibles hasta el momento de chocar
con ellos, vale decir, de plantearse los reales problemas del
hombre y su enajenación. La angustia sin sentido o el
pasatiempo vulgar constituyen válvulas cómodas a la
inquietud humana; se combate la idea de hacer del arte un
arma de denuncia.
Si se respetan las leyes del juego se consiguen todos los
honores; los que podría tener un mono al inventar piruetas.
La condición es no tratar de escapar de la jaula invisible.
Cuando la Revolución tomó el poder se produjo el éxodo
de los domesticados totales; los demás, revolucionarios o
no, vieron un camino nuevo. La investigación artística
cobró nuevo impulso. Sin embargo, las rutas estaban más o
menos trazadas y el sentido del concepto fuga se escondió
tras la palabra libertad. En los propios revolucionarios se
mantuvo muchas veces esta actitud, reflejo del idealismo
burgués en la conciencia.
En países que pasaron por un proceso similar se
pretendió combatir estas tendencias con un dogmatismo
exagerado. La cultura general se convirtió casi en un tabú
y se proclamó el summum de la aspiración cultural,
una representación formalmente exacta de la naturaleza,
convirtiéndose ésta, luego, en una representación
mecánica de la realidad social que se quería hacer ver; la
sociedad ideal, casi sin conflictos ni contradicciones, que
se buscaba crear.
El socialismo es joven y tiene errores.
Los revolucionarios carecemos, muchas veces, de los
conocimientos y la audacia intelectual necesarias para
encarar la tarea del desarrollo de un hombre nuevo por
métodos distintos a los convencionales y los métodos
convencionales sufren de la influencia de la sociedad que los
creó. (Otra vez se plantea el tema de la relación entre
forma y contenido.) La desorientación es grande y los
problemas de la construcción material nos absorben. No hay
artistas de gran autoridad que, a su vez, tengan gran
autoridad revolucionaria. Los hombres del Partido deben tomar
esa tarea entre las manos y buscar el logro del objetivo
principal: educar al pueblo.
Se busca entonces la simplificación, lo que entiende todo
el mundo, que es lo que entienden los funcionarios. Se anula
la auténtica investigación artística y se reduce al
problema de la cultura general a una apropiación del
presente socialista y del pasado muerto (por tanto, no
peligroso). Así nace el realismo socialista sobre las bases
del arte del siglo pasado.
Pero el arte realista del siglo XIX, también es de clase,
más puramente capitalista, quizás, que este arte decadente
del siglo XX, donde se transparenta la angustia del hombre
enajenado. El capitalismo en cultura ha dado todo de sí y no
queda de él sino el anuncio de un cadáver maloliente en
arte, su decadencia de hoy. Pero, ¿por qué pretender buscar
en las formas congeladas del realismo socialista la única
receta válida? No se puede oponer al realismo socialista
«la libertad», porque ésta no existe todavía, no
existirá hasta el completo desarrollo de la sociedad nueva;
pero no se pretenda condenar a todas la formas de arte
posteriores a la primer mitad del siglo XIX desde el trono
pontificio del realismo a ultranza, pues se caería en un
error proudhoniano de retorno al pasado, poniéndole camisa
de fuerza a la expresión artística del hombre que nace y se
construye hoy.
Falta el desarrollo de un mecanismo ideológico cultural
que permita la investigación y desbroce la mala hierba, tan
fácilmente multiplicable en el terreno abonado de la
subvención estatal.
En nuestro país, el error del mecanicismo realista no se
ha dado, pero sí otro signo de contrario. Y ha sido por no
comprender la necesidad de la creación del hombre nuevo, que
no sea el que represente las ideas del siglo XIX, pero
tampoco las de nuestro siglo decadente y morboso. El hombre
del siglo XXI es el que debemos crear, aunque todavía es una
aspiración subjetiva y no sistematizada. Precisamente éste
es uno de los puntos fundamentales de nuestro estudio y de
nuestro trabajo y en la medida en que logremos éxitos
concretos sobre una base teórica o, viceversa, extraigamos
conclusiones teóricas de carácter amplio sobre la base de
nuestra investigación concreta, habremos hecho un aporte
valioso al marxismo-leninismo, a la causa de la humanidad. La
reacción contra el hombre del siglo XIX nos ha traído la
reincidencia en el decadentismo del siglo XX; no es un error
demasiado grave, pero debemos superarlo, so pena de abrir un
ancho cauce al revisionismo.
Las grandes multitudes se van desarrollando, las nuevas
ideas van alcanzando adecuado ímpetu en el seno de la
sociedad, las posibilidades materiales de desarrollo integral
de absolutamente todos sus miembros, hacen mucho más
fructífera la labor. El presente es de lucha, el futuro es
nuestro.
Resumiendo, la culpabilidad de muchos de nuestros
intelectuales y artistas reside en su pecado original; no son
auténticamente revolucionarios. Podemos intentar injertar el
olmo para que dé peras, pero simultáneamente hay que
sembrar perales. Las nuevas generaciones vendrán libres del
pecado original. Las posibilidades de que surjan artistas
excepcionales serán tanto mayores cuanto más se haya
ensanchado el campo de la cultura y la posibilidad de
expresión. Nuestra tarea consiste en impedir que la
generación actual, dislocada por sus conflictos, se
pervierta y pervierta a las nuevas. No debemos crear
asalariados dóciles al pensamiento oficial ni «becarios»
que vivan al amparo del presupuesto, ejerciendo una libertad
entre comillas. Ya vendrán los revolucionarios que entonen
el canto del hombre nuevo con la auténtica voz del pueblo.
Es un proceso que requiere tiempo.
En nuestra sociedad, juegan un papel la juventud y el
Partido.
Particularmente importante es la primera, por ser la
arcilla maleable con que se puede construir al hombre nuevo
sin ninguna de las taras anteriores.
Ella recibe un trato acorde con nuestras ambiciones. Su
educación es cada vez más completa y no olvidamos su
integración al trabajo desde los primeros instantes.
Nuestros becarios hacen trabajo físico en sus vacaciones o
simultáneamente con el estudio. El trabajo es un premio en
ciertos casos, un instrumento de educación, en otros, jamás
un castigo. Una nueva generación nace.
El Partido es una organización de vanguardia. Los mejores
trabajadores son propuestos por sus compañeros para
integrarlo. Este es minoritario pero de gran autoridad por la
calidad de sus cuadros. Nuestra aspiración es que el Partido
sea de masas, pero cuando las masas hayan alcanzado el nivel
de desarrollo de la vanguardia, es decir, cuando estén
educados para el comunismo. Y a esa educación va encaminado
el trabajo. El Partido es el ejemplo vivo; sus cuadros deben
dictar cátedras de laboriosidad y sacrificio, deben llevar,
con su acción, a las masas, al fin de la tarea
revolucionaria, lo que entraña años de duro bregar contra
las dificultades de la construcción, los enemigos de clase,
las lacras del pasado, el imperialismo…
Quisiera explicar ahora el papel que juega la
personalidad, el hombre como individuo de las masas que hacen
la historia. Es nuestra experiencia no una receta.
Fidel dio a la Revolución el impulso en los primeros
años, la dirección, la tónica siempre, peros hay un buen
grupo de revolucionarios que se desarrollan en el mismo
sentido que el dirigente máximo y una gran masa que sigue a
sus dirigente porque les tiene fe; y les tiene fe, porque
ellos han sabido interpretar sus anhelos.
No se trata de cuántos kilogramos de carne se come o de
cuántas veces por año se pueda ir alguien a pasearse en la
playa, ni de cuántas bellezas que vienen del exterior puedan
comprarse con los salarios actuales. Se trata, precisamente,
de que el individuo se sienta más pleno, con mucha más
riqueza interior y con mucha más responsabilidad. El
individuo de nuestro país sabe que la época gloriosa que le
toca vivir es de sacrificio; conoce el sacrificio. Los
primeros lo conocieron en la Sierra Maestra y dondequiera que
se luchó; después lo hemos conocido en toda Cuba. Cuba es
la vanguardia de América y debe hacer sacrificios porque
ocupa el lugar de avanzada, porque indica a las masas de
América Latina el camino de la libertad plena.
Dentro del país, los dirigentes tienen que cumplir su
papel de vanguardia; y, hay que decirlo con toda sinceridad,
en una revolución verdadera a la que se le da todo, de la
cual no se espera ninguna retribución material, la tarea del
revolucionario de vanguardia es a la vez magnífica y
angustiosa.
Déjeme decirle, a riesgo de parecer ridículo, que el
revolucionario verdadero está guiado por grandes
sentimientos de amor. Es imposible pensar en un
revolucionario auténtico sin esta cualidad. Quizás sea uno
de los grandes dramas del dirigente; éste debe unir a un
espíritu apasionado una mente fría y tomar decisiones
dolorosas son que se contraiga un músculo. Nuestros
revolucionarios de vanguardia tienen que idealizar ese amor a
los pueblos, a las causas más sagradas y hacerlo único,
indivisible. No pueden descender con su pequeña dosis de
cariño cotidiano hacia los lugares donde el hombre común lo
ejercita.
Los dirigentes de la Revolución tienen hijos que en sus
primeros balbuceos, no aprenden a nombrar al padre; mujeres
que deben ser parte del sacrificio general de su vida para
llevar la Revolución a su destino; el marco de los amigos
responde estrictamente al marco de los compañeros de
Revolución. No hay vida fuera de ella.
En esas condiciones, hay que tener una gran dosis de
humanidad, una gran dosis de sentido de la justicia y de la
verdad para no caer en extremos dogmáticos, en
escolasticismos fríos, en aislamiento de las masas. Todos
los días hay que luchar porque ese amor a la humanidad
viviente se transforme en hechos concretos, en actos que
sirvan de ejemplo, de movilización.
El revolucionario, motor ideológico de la revolución
dentro de su partido, se consume en esa actividad
ininterrumpida que no tiene más fin que la muerte, a menos
que la construcción se logre en escala mundial. Si su afán
de revolucionario se embota cuando las tareas más
apremiantes se ven realizadas a escala loca y se olvida el
internacionalismo proletario, la revolución que dirige deja
de ser una fuerza impulsora y se sume en una cómoda modorra,
aprovechada por nuestros enemigos irreconciliables, el
imperialismo, que gana terreno. El internacionalismo
proletario es un deber pero también es una necesidad
revolucionaria. Así educamos a nuestro pueblo.
Claro que hay peligros presentes en las actuales
circunstancias. No sólo el del dogmatismo, no sólo el de
congelar las relaciones con las masas en medio de la gran
tarea; también existe el peligro de las debilidades en que
se puede caer. Si un hombre piensa que, para dedicar su vida
entera a la revolución, no puede distraer su mente por la
preocupación de que a un hijo le falte determinado producto,
que los zapatos de los niños estén rotos, que su familia
carezca de determinado bien necesario, bajo este razonamiento
deja infiltrarse los gérmenes de la futura corrupción.
En nuestro caso, hemos mantenido que nuestros hijos deben
tener y carecer de lo que tienen y de lo que carecen los
hijos del hombre común; y nuestra familia debe comprenderlo
y luchar por ello. La revolución se hace a través del
hombre, pero el hombre tiene que forjar día a día su
espíritu revolucionario.
Así vamos marchando. A la cabeza de la inmensa columna
—no nos avergüenza ni nos intimida decirlo— va
Fidel, después, los mejores cuadros del Partido, e
inmediatamente, tan cerca que se siente su enorme fuerza, va
el pueblo en su conjunto sólida armazón de individualidades
que caminan hacia un fin común; individuos que han alcanzado
la conciencia de lo que es necesario hacer; hombres que
luchan por salir del reino de la necesidad y entrar al de la
libertad.
Esa inmensa muchedumbre se ordena; su orden responde a la
conciencia de la necesidad del mismo ya no es fuerza
dispersa, divisible en miles de fracciones disparadas al
espacio como fragmentos de granada, tratando de alcanzar por
cualquier medio, en lucha reñida con sus iguales, una
posición, algo que permita apoyo frente al futuro incierto.
Sabemos que hay sacrificios delante nuestro y que debemos
pagar un precio por el hecho heroico de constituir una
vanguardia como nación. Nosotros, dirigentes, sabemos que
tenemos que pagar un precio por tener derecho a decir que
estamos a la cabeza del pueblo que está a la cabeza de
América. Todos y cada uno de nosotros paga puntualmente su
cuota de sacrificio, conscientes de recibir el premio en la
satisfacción del deber cumplido, conscientes de avanzar con
todos hacia el hombre nuevo que se vislumbra en el horizonte.
Permítame intentar unas conclusiones:
Nosotros, socialistas, somos más libres porque somos más plenos; somos más plenos por ser más libres.
El esqueleto de nuestra libertad completa está formado, falta la sustancia proteica y el ropaje; los crearemos.
Nuestra libertad y su sostén cotidiano tienen color de sangre y están henchidos de sacrificio.
Nuestro sacrificio es consciente; cuota para pagar la libertad que construimos.
El camino es largo y desconocido en parte; conocemos nuestras limitaciones. Haremos el hombre del siglo XXI: nosotros mismos.
Nos forjaremos en la acción cotidiana, creando un hombre nuevo con una nueva técnica.
La personalidad juega el papel de movilización y dirección en cuanto que encarna las más altas virtudes y aspiraciones del pueblo y no se separa de la ruta.
Quien abre el camino es el grupo de vanguardia, los mejores entre los buenos, el Partido.
La arcilla fundamental de nuestra obra es la juventud, en ella depositamos nuestra esperanza y la preparamos para tomar de nuestras manos la bandera.
Si esta carta balbuceante aclara algo, ha cumplido el
objetivo con que la mando.
Reciba nuestro saludo ritual, como un apretón de manos o
un «Ave María Purísima»:
Patria o muerte.-
Patria o muerte.-
* Carlos Quijano, editor del semanario uruguayo, Marcha, quien publica la carta en la edición del 12 de marzo de 1965.-
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