9 mar 2016

POSICIONAMIENTO POR GUSTAVO FRANQUET

Parece que hay que “posicionarse”.
Parece que hay quienes están en condiciones de trazar una línea en el piso e interpelarnos: “¿de qué lado estás?” “¿Pueblo u oligarquía?” “¿Moria o Mirtha?” “¿Scioli o Imperialismo?” “¿Milagro o Farsa?”
Apelar a la memoria, siempre de frutos tan grises, me trae aquella inspirada y feliz réplica que algunos escuchamos en la Plaza de Mayo: “yo no estoy ni en una vereda ni en la otra, sino en la ancha avenida de la Patria”. Una respuesta que resultaría tal vez elegante o ingeniosa, pero seguramente evasiva y, fatalmente, breve.
Quien me conozca sabrá que, si hay algo que me repugna más que el kirchnerismo, es la brevedad. Así que, a quien se sienta con ánimo y eventual interés… vaya mi previsiblemente extenso “posicionamiento”.
Lo voy a dividir en dos partes: una, a la manera de Facebook, donde me referiré a un montón de pelotudeces y falsedades que se dicen y se repiten alegremente, y a las cuales responderé, como se estila, con ejemplos y hechos (más bien personales, como corresponde al medio elegido). La segunda parte procurará ser más genérica y, tal vez contradictoriamente, analítica. Pero en ambas, trataré de apuntar a algo que me parece central y que considero bastante escamoteado de la discusión, o si se prefiere, muy trampeado en la discusión: la caracterización del kirchnerismo.
“Anecdotarios”:
- Milagro e impostura (segunda acepción).
Ensimismado veo y escucho que numerosas almas democráticas se embanderan por la libertad de la diputada Sala poniendo su encarcelamiento como una demostración de la criminalización de la protesta. Me enternece el concepto de justicia y criminalización con el que se embanderan. Se me caen las lágrimas cuando algunos dicen creer que este caso es emblemático e incluso inicial de esas prácticas deleznables.
Bajo la consigna sigloveintista de “asumir las tareas democráticas”, hay quienes se deslizan, paralelamente, a emparentar la “defensa de la libertad de expresión contra la censura” con la idea de que el periodista progresista rioplatense y los periodistas militantes de aquí o allá, deben permanecer en sus puestos de trabajo. (En realidad no sé bien cómo escribir esto: si poner entre comillas algunas palabras, todo el texto o nada; tal es el grado de pelotudez vacía de toda esa fraseología. Por ej.: ¿es Víctor Hugo periodista o “periodista”? ¿es progresista o “progresista”? ¿los “periodistas militantes”, son periodistas?, se preguntan algunos, y otros: ¿son militantes? ¿qué carajo significa ser cualquiera de esas cosas?)
En realidad, la pregunta que yo me hago es: ¿y a mí qué carajo me importa?
Otra rama de ese árbol de frutos envenenados es, a mi parecer, la historia de la persecución ideológica atrás de determinados despidos de empleados estatales.
Ordeno y voy al grano (por ahora sólo anécdotas): en realidad, en los párrafos anteriores me referí a la penosa actitud de quienes compran una agenda pequeñoburguesa y clasemediera (es decir, kirchnerista) de la política y la quieren convertir en “programa de amplia coalición democrática”. Pero lo que yo quiero es hablar del (ex) dueño del circo. Anecdóticamente.
Anécdotas personales, claro. Porque escuchar hablar de criminalización de la protesta a militantes de una fuerza política que mantuvo durante años un contingente militar de ocupación en Haití, cuya única “hipótesis de conflicto” y accionar cotidiano fue reprimir la protesta de los más pobres entre los pobres, los más desgraciados entre los desgraciados de América (además de entregarse a “los placeres” de toda soldadesca mercenaria de ocupación), no es anécdota.
Asombra ver levantar la consigna de no criminalizar la protesta a quienes militaron la fuerza política que profundizó en la “década ganada”, la estrategia que comenzó esa misma fuerza política en “la década perdida” (y que fue diseñada no precisamente por el Consejo Nacional del Partido Justicialista, sino en otras latitudes), consistente en (replegadas las FFAA) convertir a la Gendarmería en una Guardia Nacional al estilo yanqui, fuerza de despliegue rápido que pacificó, por ejemplo, Las Heras; se hizo cargo de los “asuntos indígenas” del noreste, o de despejar y recorrer los caminos de la Patagonia hasta el “martirio”.
Darle el carácter de paladín de los Derechos Humanos; homenajear en el Congreso, abrazado por las presidentas de Madres de Plaza de Mayo y Abuelas de Plaza de Mayo; darle un cargo de Subsecretario de Estado; a un juez que persiguió a militantes populares; a un “jurista” que apañó, encubrió y alentó la tortura de presos políticos populares; que prohibió partidos políticos y cerró diarios (en ambos casos de la izquierda independentista vasca); y que sólo fue echado cuando creyó que podía usar los mismos métodos que le aplaudían contra los vascos, contra miembros de los partidos políticos del sistema y del régimen de dominación español. Bueno, eso, aplaudir, “honrar”, al torturador Baltazar Garzón, defender y militar un gobierno del cual él era parte distinguida, eso no es anécdota.
Militar para un gobierno, e incluso para la candidatura personal, de Aníbal Fernández, “quebrado” por la DEA (ente regulador del narcotráfico “global”) y puesto a dedo por ésta como dueño de “la seguridad” de la Argentina, razón por la cual paseó esa jefatura por los distintos cargos que fue ocupando en el Poder Ejecutivo; eso no es anécdota. Tampoco es anecdótico que, aquella tarde en que recibió en su despacho a una ex-primera dama del Paraguay colorado, al embajador de ese país que luego se viera forzado a renunciar por su pasado de represor stronista y al “ingeniero” Blumberg (inspirador de tanta reforma kirchnerista a las leyes penales) y les prometió inmediatamente la extradición de seis humildes pero militantes campesinos paraguayos, acusados de “terrorismo” por los demócratas stronistas; campesinos que vinieron al pedir refugio al “gobierno de los Derechos Humanos”; no es anecdótico, decía, que su tan festejado jauretchismo no le permitiera distinguir quién era el Pueblo paraguayo y quién la oligarquía. Tampoco es anecdótico que uno de sus héroes judiciales (del “progresismo de los Derechos Humanos”), el cortesano Zaffaroni, se ausentara del país cuando hubo que decidir esa extradición en la Corte Suprema, seguramente tironeado entre sus “más íntimas convicciones” y “su sana razón crítica”, por un lado, y sus lazos de distinto tipo con la oligarquía engordada al calor de los negocios con la obra pública de Stroessner, que incluyeron su muy generosamente remunerada participación como asesor en un juicio contra militantes populares acusados de secuestrar y cobrar rescate a un miembro de esas familias tan cercanas al eminente jurista. Y mucho menos anecdótico es que fuera de la jefa de todos estos “militantes”, “el mejor cuadro” del peronismo, la firma que condenó a los seis incautos militantes campesinos a ser extraditados y posteriormente condenados a 35 años en un “juicio” de esos típicos contra campesinos y pobres en general que ocurren, por suerte, lejos de acá.
Pero ustedes ya conocen todo esto y esperan las anécdotas personales (que, lamentablemente, seguro ya conocerán).
Mantengo el suspenso. Inicio con una que, seguramente, tampoco pueda ser considerada como anécdota, ni mucho menos. Pero servirá como introducción. De alguna manera es personal. Y es significativa.
Tiempo presente: una conferencia de prensa. Un dirigente y legislador kirchnerista, rodeado de gente como él, denunciando la “criminalización de la protesta social” (éste, como ministro, era responsable político de las tropas de ocupación argentinas en Haití). Con total caradurez sostiene que “hacía tiempo que no se vivía que un militante social esté privado de su libertad” (en un reportaje, incluso, se explaya: “lo que ha sucedido en la Argentina es que, de vuelta, después de doce años, una militante política, por reclamar, ha perdido su libertad. Eso es terrible para la democracia”). El ruido es que, en un extremo de la larga mesa tras la cual se agolpaban los compungidos demócratas militantes, estaba sentado el Boli Lezcano. Y el problema es que el Boli (que se ha pasado muchos, muchos, años en la cárcel, en democracias y dictaduras), casi deja la vida en ¿las mazmorras del régimen, las cárceles de la democracia, la violencia institucional, el régimen penitenciario caduco, la garantía última de nuestra “Seguridad”, el ámbito de reflexión de los que no entendieron los cambios de la “década ganada”? Y recién recuperó su libertad, después de muchos sufrimientos de salud, hace unos meses. ¿Qué es lo que hace a la diputada kirchnerista una presa política que, de manera brechtiana, anuncia nuestras propias penurias y al Boli, una víctima de la “corporación judicial”?
¿Los trabajadores, los humildes habitantes, luchadores, militantes, vecinos, desocupados, “gente”, pueblo, de Las Heras, que están hoy condenados a prisión perpetua o a largos años de cárcel; tendrán una posibilidad de dejar de ser “víctimas de la corpo judicial”, “idiotas útiles” que le hicieron el juego vaya a saber a quién, o “lúmpenes que no entienden lo que está pasando en Latinoamérica y el Mundo y son levantados por la izquierda cipaya y gorila”; y pasar a ser, no digo criminalizados de la categoría de una diputada del Parlasur (creo que, incluso fueron de candidatos, pero, claro, no consiguieron los votos de la señora; y los votos, todos sabemos, son los votos), pero al menos “ciudadanos que se merezcan un juicio justo”? Esos condenados de la tierra patagónica, ¿podrán ver, al menos, sus nombres acompañando las consignas contra la criminalización de la protesta, en carteles sostenidos vigorosa y valientemente por nuestros diputados democráticos, aunque sea del Parlasur (??)? La “izquierda”, ¿los incorporará, junto a la militante popular jujeña, en sus reclamos de “libertades democráticas”, aunque sea para que los alcance algo del calor popular que, aparentemente, la arropa a ella?
Un recuerdo trae el otro. Primero, el recuerdo de la noche en que, al salir de un acto político en Callao y Corrientes, el Boli fue atacado por una “patota” (“patota”, en ese sentido que algunos de ustedes le pueden dar, tal vez no sea correcto; no sé cómo se les decía a los grupos operativos de civil del departamento de Seguridad del Estado de la PFA que ¿“chupaban”? ¿militantes? durante la década ganada). Lo cagaron a palos (o como llamen a eso los kirchneristas), lo metieron en un auto sin identificación y “partieron con rumbo desconocido”. Recuerdo que, como pasaron varias horas y el Boli no aparecía, no quedó otra que, a mi pesar, llamar a Emilio Pérsico que, en ese entonces era alto funcionario de la gobernación bonaerense (creo que en ese entonces en manos del compañero Solá) y el único que estaba “a mi alcance” de todos esos “compañeros kirchneristas”. No vale la pena transcribir sus expresiones. Sólo diré que, conociendo él, seguramente, el don de gentes y la vocación profundamente democrática y de identificación con el proyecto nacional de la Policía Federal kirchnerista, no pareció preocuparse tanto como yo, digamos. Incluso, no sé si fue por la agitación propia del momento, me pareció percibir un dejo de “fraternal reproche” hacia el Boli y hacia sus compañeros. En todo caso, me quedó claro que no había que preocuparse por la suerte del compañero (el Boli, no Emilio; bueno, por la de Emilio tampoco), que seguramente estaba en buenas manos (es más, recuerdo que, en su opinión, esas manos eran mejores, en todo caso, que las de la bonaerense, que solía demorarse varios días en ese tipo de trámites de aparición de personas; se me ocurrió que, dado su cargo, podía tomarla como una opinión autorizada).
Entremos en lo personal, finalmente. Todos hemos escuchado sobre el legendario sentido del humor de la militancia de los años setenta, que, por supuesto, tenía algún que otro rasgo de humor negro, lo que resultaba por demás lógico, dadas las circunstancias. No voy ahora a profundizar el tema, pero doy fe de lo verdadero de esa leyenda y me confieso un modesto cultor de esa veta.
Por tal motivo, seguramente, capté de inmediato el fino mensaje, la sutil entrelínea detrás del operativo con que me detuvieron en los primeros días de setiembre de 2004.
Como es de público conocimiento, o en todo caso, de muchos compañeros kirchneristas; algunos porque me han conocido o saben de mí y otros porque, en cumplimiento de sus funciones de seguridad del proyecto nacional, habrán entrado en conocimiento de mi biografía, en mayo de 1978 fui secuestrado, desde el interior de la casa de mi familia, por un grupo de tareas del Ejército argentino, y llevado al “chupadero” Vesubio.
Por eso, cuando en ese día casi primaveral de una Argentina otra vez primaveral, al salir de mi casa, en un auto conducido por un familiar, nos cruzaron delante un auto de civil, y nos rodearon unos cuantos tipos de civil armados, pude percibir claramente ese humor de compañeros, ese guiño, casi un homenaje a mis épocas de resistencia a la dictadura. Una “cachada”, se decía en los lejanos setenta.
Cuando me esposaron y me metieron en el asiento trasero del auto, entre dos muchachos recios; y, particularmente, cuando me entraron al histórico edificio de la vieja Coordinación Federal, mítico “chupadero” de distintas dictaduras y democracias de nuestra historia patria, la broma parecía estar redondeada. Tal vez, podría decirse que el chiste era demasiado obvio, casi chabacano, pero ese es el tipo de humor que, en gran medida, nos representa. Por lo demás, ellos sabían que ese chupadero yo no lo conocía, así que, sutilmente, agregaban un nuevo blasón a mi colección (en el caso del menemismo, tal vez porque no había tantos compañeros, o porque los “cuadros” estaban en Santa Cruz, todo se resolvió entre un calabozo de comisaría y el habitual Devoto).
En realidad, la cachada cerró bien, porque siendo la causa (que, por inoperancia de la corporación judicial, yo desconocía) por un corte de ruta (nada que ver con criminalización de la protesta: lo mío no tenía nada de milagro), ellos me mandaron a buscar un viernes, para que me comiera el fin de semana (y el lunes) en “la villa” (la villa ligth, digamos) de Devoto, y el martes me excarcelaron automáticamente, dadas las características del delito imputado. Una jodita de compañeros. Nunca me cansaré de festejarla.
Hablando de imputaciones, cuando hablan de criminalización, no termino de comprender cómo estos compañeros no tuvieron oportunidad de, con cómodas mayorías parlamentarias y un cuadro en el PEN, de derogar los numerosos artículos del Código Penal que, como el que me llevó a Coordinación Federal y a Devoto, en el 2004 (porque fue la ley la que me llevó, no sus celosos vigilantes, o custodios, para no ofender), la única función que cumplen es, ni más ni menos, que criminalizar la protesta, el conflicto social, la confrontación –en un sentido muy amplio– con el orden establecido. Misterios de la alta política. Incluso la figura de la asociación ilícita, que hoy retiene a esta luchadora en la cárcel, es una vieja conocida de los militantes populares, porque es una herramienta muy apta, en su ambigua amplitud y en el monto de las penas con que se amenaza, para retenerlos presos durante largos períodos, aunque después la acusación no pueda sostenerse.
Cuando hablan de censura y libertad de expresión, y medios, etc. recuerdo claramente que, cuando Página 12 publicó una nota donde se hablaba del edificio de Coordinación Federal como una mezcla de museo con reparticiones dedicadas a perseguir delitos informáticos, nota muy naif, propia de la prensa canalla; les escribí una carta de lector recordándoles que allí sigue funcionando (hoy también, seguramente) el área de la “inteligencia” de la PFA que se dedica a investigar y a perseguir a los opositores políticos. Con los años va cambiando de nombre (departamento de defensa del orden constitucional, de seguridad del Estado, etc.), pero ahí está, como la puerta de Alcalá. En una clara demostración de la libertad de prensa, de expresión, y contrariando lo que dicen los gorilas sobre ese diario y sus relaciones carnales con los delincuentes subversivos, particularmente los que fueron detenidos por las fuerzas armadas de la nación, y pese a que yo, todo hay que decirlo, invocaba mi carácter de ex detenido desaparecido en dicha carta, Página 12 no la publicó una mierda.
Cuando hablan de persecución ideológica a trabajadores estatales de esos que las fuerzas oscuras enquistadas en el proyecto nacional mantuvieron durante años y años precarizados, pienso, como muchos, que esto último es el crimen, que es una de las tantas monstruosidades del régimen político partidocrático, básicamente peronista, que administra el sistema de dominación que sufre nuestro pueblo. Pero, ¡ay!, recuerdo haber estado recontra en la lona, como tantas veces, y haber acudido a no tan antiguos compañeros de lucha noventista a buscar algún trabajo. La razón por la que me cerraron la puerta en la cara, por usar una expresión tan elegante, no fue mi incompetencia (aunque no voy a compararme con la calidad técnica de los tuiteros, con los quilates de un ex juez español, con la sólida formación financiero-europea de la hija del hombre que descubrió la “criminalización de la protesta”), sino precisamente, y tal vez debería deletrearlo, mi pensamiento político e ideológico.
Conozco personalmente gente que ha hecho trabajos excelentes cumpliendo funciones estatales durante los gobiernos kirchneristas; ese no es el problema.
El problema es que, en mi mundo rigen otras leyes; por ejemplo, una de las leyes de Gramsci: «Si un enemigo te hace daño y tú te lamentas, eres un estúpido, porque lo propio del enemigo es hacer daño».
Hay problemas terminológicos. No consigo entender, por ejemplo, qué concepto de Justicia es el que tiene, esta “militancia” (kirchnerista, progresista, de izquierda) liberal pequeñoburguesa.
Incapaces de poseer y por lo tanto de nombrar la realidad, balbucean un discurso hueco, impotente, a la deriva. Al decir de Rodolfo Puiggrós, “conceptualizan conceptos”.
Pretenden, los “militantes” kirchneristas, conducir, digamos, al pueblo o –si los asusta el término conducir–, representarlo, pero cuando dicen, por ejemplo, que el programa 678 y sus protagonistas deben permanecer donde estaba, porque si no, habría censura y/o persecución, hacen el ridículo ante el pueblo. Sólo un estúpido puede razonar así.
Las clases medias argentinas, termómetro del discurso público, en general, y del discurso político, en particular, han sido inoculadas, como no podía ser de otra manera, con el virus de lo políticamente correcto. Como resultado de tal experimento, se encuentran divididas entre la hipocresía y la mera estupidez de sus mayorías, que repiten fórmulas de manera, valga la redundancia, hipócrita o estúpida; y el franco cretinismo (hagan trabajar el google, cretinismo dije, no cristinismo) de sus minorías progres. Así, si un jugador de fútbol le mete el dedo en el culo a un rival y este reacciona con una mísera cachetada, todos los "formadores de opinión" repetirán unánimes "pero nada justifica la violencia". Una mayoría sensata lo repetirá siempre que deba hacerlo públicamente o, por ejemplo, ante sus hijos, en la mesa familiar; en privado, se cagará de risa. Otra buena porción, lo reproducirá estúpidamente, sin la menor concesión al sentido común o la razonabilidad. Y el progre se sentirá íntimamente superior, el paso siguiente de la evolución humana, el hombre nuevo, porque ¡él sí se lo cree! Es más, él podría escribir un ensayo o una balada o un post en facebook, desarrollando el tema.
Yo sobre Cavani no opino, porque no me animo a confrontar al mismo tiempo progresía y orientalidad. Y menos voy a hablar del hermano trasandino.
El progresista reacciona con histeria (histeria, en varias de sus acepciones, es su segundo nombre) porque está rodeado de ignorantes e imbéciles, fachos que no saben lo que les conviene (¡¿?!), infradotados adoctrinados por "los medios" o, peor, por la corpo. Pierde elecciones que se acostumbró a ganar con los votos prestados por los Señores "del Interior", los "barones del conurbano" y los "gordos" que controlan afiliados (¿el progre está afiliado a su sindicato? ¿Usted qué opina?); y estalla. Por suerte, como la compañera Moria, con el kirchnerismo aprendió a no decir "negros de mierda". Pero su problema no suele ser quedarse sin sinónimos.
Y ahora, nos refriega nuestra estupidez: ¿ves que te cagaron los que votaste, que te comiste el verso, que no nos hiciste caso, que no sólo no sabés lo que es bueno, menos lo que es peor o mejor?, "yo te avisé y vos no me escuchaste". El kirchnerista cree que los demás no entienden nada, pero pareciera que no entiende algo elemental: los 7 millones de votos que fueron a Macri en la segunda vuelta (más claramente incluso que los de la primera), lo hicieron para derrotarlos a ellos, para echarlos. No para mejorar su sueldo, para terminar con la precarización laboral peronista, para acabar con los subsidios o para continuarlos, para salir del cepo, para joder a los pobres, para autoflagelarse, etc.
No. Votaron a Macri para tener la satisfacción de verlos caer, de verlos victimizarse. Y lo lograron. Ya está. Nada de qué arrepentirse. No lo van a poder cambiar los patéticos progresistas kirchneristas con sus patéticos discursos y relatos, su aire superado y superior de sabiondos, de “tragas”. Quieren "Resistir" con Sabatella y Kiciloff como referentes. La pedantería como arma mortal. Su ceguera de clase casi da lástima.
Ya me cansé. Resumen, o bueno, final de esta sección: los kirchneristas tienen el derecho (ahora que casi cualquier cosa es un derecho) a ser juzgados en sus propios términos, de acuerdo a sus propias creencias. Así entonces, si resulta cierto que el kirchnerismo ha hecho por el Pueblo y la Patria (e incluso, y esto es más serio todavía, por Nuestra América, la Patria Grande, o como prefieran), aunque sea la mitad de lo que ellos dicen; y si puede resultar cierto que el macrismo va a hacer, contra la Patria (ni siquiera hace falta contabilizar el resto: pueblo, comunidad de naciones, humanidad), digamos la mitad de lo que los kirchneristas prevén, entonces la conclusión es simple: haber puesto en juego todo ello en un lance electoral, supeditar todo a la resolución de un escenario en dónde el voto, la intimidad de las conciencias y las voluntades individuales en un "cuarto oscuro", es, en el mejor de los casos, uno más de los muchos elementos puestos en juego (dicho de otra manera, preservar el sistema demoliberal partidocrático intacto durante doce años de hegemonía política para finalmente jugar "tanto" en ese terreno y con esas reglas); eso constituye una actitud execrable. En sus propios términos, entonces, los kirchneristas, que nos anuncian su regreso al gobierno, son ineptos, cobardes y traidores al Pueblo y a la Patria (etc.).
Yo lo que les propongo, humildemente, es que la próxima vez lo jueguen al truco (al mejor de tres chicos, eso sí), a los penales o al metegol; sería más divertido y, a la vez, más edificante que el penoso espectáculo al que nos sometieron, sin ir más lejos, durante todo el 2015. Y nos ahorraríamos que un penoso escriba a sueldo nos acuse de ser agentes del imperialismo.
Nota posdatada por el 24 de marzo: Mientras rumiaba lo anterior, se acercó corriendo el 24 de marzo. Y he aquí que, por distintos canales, me vienen a convidar, no ya a arrepentirme, sino a “marchar unificados”.
Adelanto aquí algunas conclusiones que, tal vez, repetiré y desarrollaré en la segunda parte.
Contrariamente a las ideologías pequeñoburguesas dominantes en progresismos e izquierdas, yo creo profundamente en el cambio (y, si hace falta redundar, en el cambio profundo). Y esto incluye, más allá de la filosofía hollywoodense de esos sectores, a las personas (sí, las personas ¡cambian!).
Además, creo que el concepto de pueblo (extremadamente valioso, conceptual y operativamente), si bien tiene, lógicamente, núcleos duros, también tiene límites que fluctúan en las coyunturas históricas (de eso entienden mucho los kirchneristas, que consiguen llevar y traer gente a través de los mismos, de una década a la otra, con una facilidad pasmosa y siempre con la misma convicción de llevar la verdad adonde ellos van).
Así que no cierro la puerta de ninguna manera a que muchos aquellos que militaron para mis chupadores, crucen la línea nuevamente (o, incluso más probable, que la línea se mueva y los cambie de lugar). Pero todavía, no. No han hecho nada (quiero decir, después de dejar tirado el gobierno; antes, hicieron todo despropósito posible para ampliar el espacio del antipueblo, que encima los incluía), a excepción de pretender victimizarse, para que siquiera se me cruce por la cabeza la idea de que su papel de administradores del régimen y del sistema es cosa del pasado y que, hoy por hoy, podemos compartir espacios políticos de resistencia.
Esta, vale la pena insistir, no es una posición moral, sino elementalmente política. En primer lugar, aparte de sus propios dichos y la “generosidad” de algunos, no se entiende cuál sería exactamente el cambio en su accionar político, en su “línea”, digamos; ninguna cosa parecida a autocrítica. En segundo lugar, evidentemente lo que tratan de hacer, desde el mismo momento en que huyeron de sus oficinas públicas, es crear una polvareda lo más densa posible, en medio de la cual escabullirse y reaparecer “de este lado”, con “armas y bagajes”. Hay quien está dispuesto a permitírselo.
Yo tengo compañeros de “toda la vida”, hay muchos de los que me siento compañero hoy en día y hay quienes nunca han sido mis compañeros. Después, en innumerables casos, muchos que han sido mis compañeros han dejado de serlo. Y aspiro a tener millones. Pero que alguien haya sido un compañero, no me significa nada. Hay quienes hallan mérito en eso y creen que esto es una cuestión de rumbos que se alejan y se vuelven a cruzar; están esperando con los brazos abiertos al “compañero pródigo”. Pero el que gobernó (y el que militó para quien gobernó) contra los intereses del pueblo y la patria, no es un compañero (como dije: pudo ser, puede volver a ser; pero no es). Quien le propuso al pueblo el camino de la resignación; el que pretendió armar su orguita, desmovilizando, llamando a no pelear, mientras la barrick y monsanto nos saqueaban, queriendo alimentar la historia de resistencia de nuestro pueblo con jarabe de pico; el que festejó, más o menos públicamente, cuando se reprimía a luchadores populares, inventando mil rótulos para justificarlo, el que decía que los que luchaban “buscaban un muerto”; ése no es un compañero.
Los que le dan la bienvenida, los que “marchan unificados”, los que se mueven unidos, aunque pretendan que no están revueltos, están priorizando especulaciones, fantasías, sobre esas “armas y bagajes” con las que arribarían estos tránsfugas.
La historia reciente, su historia reciente, nos muestra que, si sus bandas no son desarmadas política y materialmente, su eventual reingreso al campo del pueblo, a la resistencia, sólo provocará más confusión, daño y traiciones.
Quienes los reciben deben saber que, teniendo en cuenta que, además, ellos mismos no aportan ningún elemento de salvaguarda o prevención, lo único que hacen es colaborar a crear esa “polvareda”, cometiendo el crimen político de confundir aun más a nuestro pueblo y a entregarlo inerme a las maniobras de quienes ya lo han traicionado.
Por supuesto que queda fuera de estas consideraciones qué es lo que debería hacerse, qué deberíamos hacer los militantes populares, para evitar que estos sujetos, y sus nuevos amigos, vuelvan a frustrar y a reconducir las luchas populares que, acabado el ciclo de la resistencia antikirchnerista, con la paciencia de un Sísifo, recomienzan a empujar la pesada roca de la Resistencia.
Eso es otra cuestión.

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