16 nov 2006

EL NARCISISMO TECNOCRATICO DE LAVAGNA: UNA VIEJA IDEA ELITISTA

Por Alicia Bello
"Porqué no voy a hacer cosas distintas si siempre hice cosas distintas”. Quién así se expresa no es un actor de cine ni un hombre del espectáculo dominado por el narcisismo del ranking en el cartel. Se trata del ex ministro de economía de la Nación, Roberto Lavagna, entusiasmado por el protagonismo de enfrentar al gobierno del que poco tiempo antes fue miembro conspicuo.
La nota, confiada por el referente a sus más estrechos seguidores, afirma que “apuesta a un crecimiento de su imagen al costado de los partidos, con la sociedad civil respaldándolo”, que no está dispuesto a meterse “en los meandros de la política” porque “ha decidido "no trenzar", "no tejer", ni siquiera intentar los mecanismos de la "vieja política" argentina”; que prefiere Internet a los actos masivos, y que, de igual modo, privilegia los debates en las universidades antes que las "roscas" de comité”.
"Todas las estructuras quieren poner al candidato antes que el programa. Yo pongo primero el programa y la constitución del espacio, antes que el candidato"."La idea de que el candidato es el arbolito y todos se cuelgan hacia abajo de la estrella, es la 'vieja política'. Ahora vamos a discutir el diseño del arbolito y recién después, pondremos el candidato. Puedo ser yo u otro si hay otro mejor. Y si no les gusta, mala suerte".
Las afirmaciones de Lavagna no pueden sorprendernos. Forman parte de una concepción de la política tan vieja como la que intenta criticar.
La idea propone que es posible llegar a la más alta magistratura del país por la aséptica formulación de un programa sin que exista interacción social previa para su diseño y preparación. Y, además, le adiciona la creencia de que el programa posee, por un designio mágico del destino, la capacidad de producir la persona adecuada para implementarlo.
Pero cuando desdeña la interacción política y “pulcramente” se escinde de la gente para bajar con las nuevas “Tablas de la Ley” desde la soledad donde campea la ciencia y no la política –la torre de cristal de los “elegidos”- no dice toda la verdad, más bien oculta algo.
En los estudios de políticas públicas, la tesis de Lavagna es la denominada de racionalidad absoluta. Consiste en la creencia de que es posible elaborar las políticas públicas desde la “verdad” o a partir de las propuestas técnicas que definen un iluminado o grupo de elite mediante un análisis sistemático y lógico. Ellos operarían desde afuera de los problemas con el designio de comprenderlos y manejarlos desde una supuesta neutralidad y objetividad científica.
La tesis no tan sólo sobrevalora la potencialidad de la razón sino que ignora el juego complejo de las diferentes racionalidades que constituyen las “verdades relativas” de los distintos actores sociales en su capacidad para interpretar y producir los acontecimientos sociales. También, y sobre todo, expresa la vieja idea de la tecnocracia: el dominio político de los técnicos sobre los políticos y la mayor suficiencia de la técnica sobre la política en la resolución de problemas.
Pero es muy claro que quien no hace política con los políticos o con la gente necesariamente la hace con otros actores sociales capaces de sustentar una política de poder. Porque no hay política sin poder y no hay poder sin algún actor social que lo promueva y propicie desde una propuesta para gobernar. Y éstos actores sociales que apoyan a Lavagna son indudablemente los lobbies; organizaciones de sectores de poder que actúan sobre los poderes del Estado para inclinar sus decisiones hacia los intereses particulares que representan.
La política de la tecnocracia es, siempre, la política de los lobbies.
Y como quien ilustra más por lo que no dice que por lo que dice, Lavagna demuestra que detrás de su apariencia impoluta de técnico transparente existen fuerzas sociales concretas dispuestas a avalar su presunta apoliticidad con una política de poder representativa de los intereses sectoriales a los que siempre intentó privilegiar.
El pecado de Lavagna está en su visión economicista de la política que agota la respuesta a los problemas en una insuficiente y unilateral respuesta económica.
Una respuesta unilateralmente económica es una política constituida para los poderosos.
Sin embargo los problemas sociales desmienten esta posibilidad. Ellos cruzan horizontalmente la realidad y rechazan su abordaje por perspectivas unilaterales y por el fraccionamiento de la realidad que ocasiona la aplicación de concepciones científicas y técnicas aisladas entre sí.
Como es unilateral el narcisismo autocomplaciente con que Lavagna adorna las que supone son sus originalidades en el quehacer político, sobreponiendo su propio yo sobre un nosotros, en sus expresiones, inexistente (Ver enunciado que encabeza este artículo).
Es la política, plagada de juicios intuitivos y de decisiones urgentes, la única capaz de tratar la multiplicidad compleja de lo real, y tomar la iniciativa y dar las respuestas a la problemática social, con el aporte valioso pero subordinado de la técnica. Porque la conducción del Estado no se dirime en un laboratorio ni lo social puede ser comprendido en su complejidad por visiones fragmentarias.
El fracaso de Lavagna será el síntoma más acabado de la primacía de lo político sobre las aventuras “cientificistas” y el triunfo de Kirchner, en el 2007, el indicador de la consolidación de una política orientada a la noble tarea de recuperar las potencialidades creativas del pueblo argentino.

FUENTE: INDENTIDAD POPULAR

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