Acerca de la situación internacional:
Crisis profunda del capitalismo en su fase imperialista.
La crisis económica que asola a la economía mundial y que ya lleva 8 años, no deja de golpear a los pueblos oprimidos, a la clase obrera mundial ocupada y desocupada. Lejos de reducirse a un desequilibrio en el terreno financiero, como muchas veces se la presenta, esta crisis nació del corazón mismo de los centros económicos del capital e involucra a todas las regiones del globo. El imperialismo se estrella contra su propia crisis: la caída de la tasa de ganancia, la violenta centralización del capital, agudización de las contradicciones interimperialistas e interburguesas, etc. Esto es la crisis estructural del sistema de producción capitalista descripta por Karl Marx hace 150 años y el despliegue imperialista que mostró Lenin en “El imperialismo fase superior del capitalismo”.
Producto del impacto de esta crisis -que se hace visible periódicamente en episodios de volatilidad financiera-, sobre las amplias mayorías obreras y populares, son cada vez mayores las manifestaciones masivas que cuestionan el sistema político de representación burguesa, agrietando la legitimidad de los gobiernos que expresan los intereses de una oligarquía financiera, certeramente señalada por la movilización popular. La crisis política se manifiesta en los crecientes recortes a las libertades, sosteniendo apenas una fachada democrática con que se cubre el régimen al servicio del capital financiero. Son cada vez mayores las dificultades de los gobiernos para asimilar el cuestionamiento de quienes, viendo retroceder sin freno sus condiciones de vida y el avance sobre derechos elementales, apuntan hacia el poder político como blanco predilecto de su crítica en las calles. Allí están las imágenes recientes de Francia, España, Grecia, México, India y de los propios EEUU, para dar cuenta del vigor de las luchas obreras y populares actuales. Así, sobre la base de una crisis económica sin salida a la vista, se monta otra aún de mayor envergadura, de carácter político, en que los trabajadores, los pueblos y las juventudes del mundo han entrado a ganar protagonismo.
Elevación de la disputa interimperialista
Simultáneamente, luego de algo más de dos décadas “de gloria” del imperialismo norteamericano, en que ostentaba en soledad el título de superpotencia mundial indiscutida, el declive de la supremacía mundial estadounidense es inocultable. A esto se suman las dificultades que atraviesa su principal socio, la Unión Europea, que no está siquiera en condiciones de garantizar su propia unidad a largo plazo, como lo demuestra la reciente salida del Reino Unido. El ascenso de China como potencia económica capitalista y la reconversión de Rusia en potencia militar, son las principales sombras que se proyectan en regiones enteras que hasta hace poco eran tuteladas exclusivamente por los EEUU. La disputa por recursos estratégicos, mercados y zonas de influencia entre estas potencias avanza a paso firme, tanto en términos económicos y políticos como militares, prefigurando la conformación de bloques imperialistas que, de todos modos, dada la naturaleza, profundidad y volatilidad de la crisis, distan mucho de ser definitivos.
Así, a las disputas por acaparar mercados de países dependientes y semi-coloniales en Latinoamérica, África y Asia con acuerdos comerciales bilaterales, se le sumó la conformación de zonas de libre comercio y de bloques regionales (TPP, TTIP, BRICS, ASEAN). Luego, en la medida que la economía sola no puede abrirse paso, se suceden las operaciones políticas, las sanciones comerciales, el protagonismo creciente de los tratados internacionales de defensa como forma de proteger y asegurarse zonas exclusivas (OTAN, OCS). Y detrás suyo, la aceleración de la carrera armamentística, combinando demostraciones de fuerza, provocaciones, ostentación de tecnología bélica e inclusive enfrentamientos ocasionales y periféricos. Zonas como Ucrania, Siria y el Mar del Sur de la China, concentran elevados niveles de tensión (y de guerra abierta en el caso de Siria) entre bandos que involucran directa o indirectamente a las principales potencias imperialistas en disputa.
Al calor de la crisis, las necesidades cada vez mayores de recursos energéticos y de asegurar rutas comerciales, sumado a las convulsiones políticas e intervenciones militares que se han sucedido en Oriente Medio, esta región registra en su seno el incremento de todas las contradicciones. El intervencionismo militar yanqui e israelí, acompañado por las monarquías árabes, al ver fracasar sus intervenciones directas, han dado origen a formaciones filo fascistas como ISIS que, amparados en un falso “islamismo radical”, elevan la inestabilidad de la región a niveles sin precedentes y cada vez más difíciles de controlar.
El cambio de actitud de Rusia para salir al cruce de la estrategia guerrerista de la OTAN en Siria, agrega un elemento inédito a la disputa interimperialista en las últimas décadas, y ha alterado a los EEUU y su alianza, acostumbrados a operar sin más límites que los que ofrecen las resistencias populares a su paso. A esto se suma el reciente anuncio de China, de incrementar su presencia en ésta, la zona más caliente del globo.
De esta manera, mientras sube la temperatura de la confrontación entre las principales potencias, los alineamientos internacionales de los estados de la región se vuelven extremadamente inestables, contribuyendo a la inestabilidad general. A nivel de los pueblos, el denominador común es el justo odio a la principal potencia imperialista agresora: los EEUU y sus socios europeos de la OTAN, Israel y las monarquías del Golfo Pérsico.
Se sostiene el alza en las luchas populares y antimperialistas
A su vez, hay que destacar que mientras se encrespa el conflicto entre las principales potencias, también proliferan los movimientos populares antimperialistas que buscan abrir una salida revolucionaria para los pueblos. Las repúblicas populares en el este de Ucrania, los territorios liberados de Kurdistán y la insurgencia armada en Filipinas son sólo algunos de los más destacados, y su ejemplo se propaga por todo el mundo.
Asimismo, los movimientos democráticos y populares en lucha a través del mundo vienen mostrando un fuerte sentido de solidaridad. Las huelgas y movilizaciones de carácter insurreccional en Grecia han despertaron recíprocas manifestaciones de apoyo en varios países de Europa. Las luchas obreras en pleno desarrollo en Francia concitan la atención del proletariado del Viejo Mundo en la expectativa de un triunfo sobre la reforma antiobrera del gobierno. El drama de la guerra en Siria y de los refugiados en Europa, motivó fuertes manifestaciones de solidaridad con el pueblo agredido y repudios al accionar criminal de la OTAN y de los gobiernos cómplices. La histórica resistencia del pueblo palestino recobra fuerza ante cada agresión de la ocupación sionista, encontrando eco en todos los pueblos del mundo. El reclamo por el levantamiento del criminal bloqueo a Cuba y el cierre y devolución de Guantánamo siguen gozando de un enorme apoyo popular en todas las latitudes.
No se trata entonces, solamente de una crisis del imperialismo de proporciones inéditas, con un riesgo cierto de desembocar en una gran confrontación entre potencias imperialistas, con el consiguiente desastre para grandes porciones de la humanidad. Consiste también en una coyuntura altamente favorable para la irrupción de grandes luchas democráticas, antimperialistas y revolucionarias que se apoyen en el repudio creciente y el debilitamiento objetivo de los gobiernos autoritarios y represivos, de las democracias de monopolios y multinacionales, de los regímenes políticos que perpetúan la miseria, el saqueo y la explotación. Las luchas, rebeliones e insurgencias en desarrollo, son parte de un mundo imperialista y capitalista en agonía y el anuncio de la posibilidad de un nuevo mundo verdaderamente democrático, liberado y camino al socialismo.
América Latina
El período de convulsiones sociales que protagonizó América Latina, y en particular Sudamérica entre los últimos años del SXX y primeros del SXXI, han modificado el escenario político e incrementado al nivel de organización y movilización popular. La combinación entre el declive relativo de la hegemonía yanqui, el incremento de la presencia de inversiones chinas, y la vigorosa y rebelde intervención obrera y popular en varios países de la región, pateó el tablero de la otrora homogeneidad neoliberal de los años 90’s, y abrió el juego a la disputa por el poder político.
En todos los casos, lo que prevaleció fue una corriente burguesa renegociadora de los términos de la dependencia con el imperialismo. Donde las burguesías locales contaban con una base material históricamente más sólida y diversificada, como son los casos de Brasil y Argentina, el recambio político se dio dentro de los marcos de una gran burguesía monopólica, que logró absorber el golpe de la crisis sin hacer mayores concesiones, y sin modificar ninguno de los problemas estructurales de las mayorías obreras y populares. Esta contradicción flagrante entre un discurso “progresista” y una práctica continuista en lo fundamental, los inhabilitó para apelar a la movilización popular en el momento de retener el poder, derivando en su ulterior naufragio sin gloria.
Donde las fuerzas productivas estaban menos desarrolladas y el núcleo de poder tradicional mantenía una economía sencillamente mono-exportadora de materias primas, como en Venezuela o Bolivia, el desplazamiento de la oligarquía más rancia y cipaya trajo al poder político a un bloque social capitaneado por una burguesía local forzada a confrontar más abiertamente con la tutela imperialista para garantizar su supervivencia. Precisamente, la condición de posibilidad de gobiernos burgueses nacionales en estas condiciones, que expresan ciertas contradicciones con los intereses del imperialismo yanqui, está en una vinculación más estrecha con la clase obrera y el pueblo oprimido, expresada en un programa de reformas más permeado por los reclamos populares. Esto hace posible a estos gobiernos acudir a la movilización callejera como factor de disputa política con las fracciones burguesas desplazadas del poder.
Pero el elemento más destacado de esta camada de procesos renegociadores está dado por las rebeliones populares que los hicieron posibles, y que hoy atraviesan de manera dispar, un período de reagrupamiento y debate en torno a los proyectos políticos en disputa. La marea insurreccional que hizo su entrada en escena con el Caracazo de 1989, con los levantamientos populares en Ecuador, con el diciembre de 2001 en Argentina y luego con las guerras del agua y el gas en Bolivia, han tumbado gobiernos abiertamente antipopulares y han modificado la relación de fuerzas interna en cada uno de los países de la región. Esa ofensiva popular que dio nacimiento o revitalizó a fuerzas antimperialistas y revolucionarias como las que se expresan en estas JAR no ha sido derrotada, simplemente ha mostrado sus límites. El más evidente es la insuficiencia de la fuerza organizada para acaudillar estos procesos y coronarlos con la conquista del poder político, lo cual ha sido resuelto en cada caso por diferentes fracciones de las clases explotadoras, con mayor o menor compromiso con los intereses del imperialismo.
En cuanto a la faceta antimperialista que gobiernos como el de Venezuela y Bolivia expresan, nos alistamos para golpear como un solo puño contra el imperialismo y sus socios locales, como frente a todo intento golpista que busque hacer retroceder a nuestros pueblos sobre sus pasos, apostando por el accionar independiente de la clase obrera y el pueblo. Pero nada de esto nos puede hacer olvidar que nuestro proyecto es la liberación nacional y el socialismo, y que mientras no superemos los marcos de la democracia burguesa, mientras no ataquemos frontalmente la propiedad monopólica de los principales medios de producción, mientras no sea cuestionado en la práctica el monopolio de la violencia organizada por parte de fuerzas armadas reaccionarias y antipopulares, todos los avances y conquistas que se anote el pueblo trabajador en este proceso serán circunstanciales.
Sabemos que el imperialismo y el capitalismo no caerán por su propio peso sino por la intervención insurreccional y otras formas de lucha similares del proletariado y los pueblos, bajo la conducción de fuerzas revolucionarias, factor subjetivo que aún está retrasado pero que encuentra un marco internacional favorable para su necesario desarrollo.
En tiempos de desorden generalizado, como fruto de una profunda crisis del imperialismo, donde las convulsiones sociales y políticas se suceden con frecuencia, tanto en los centros imperialistas como en las naciones oprimidas del mundo, el principal aporte para despejar la confusión propia de momentos como éste, ya lo marcó el Che cuando dijo que “el deber de todo revolucionario es hacer la Revolución”. Un escenario internacional de características semejantes reinaba hace un siglo atrás, cuando la voracidad de las potencias imperialistas empujaba en dirección a la guerra. Ese ambiente fue el que ofició como caldo de cultivo para que la clase obrera rusa, forjada en el marxismo-leninismo, abriera paso a la primera experiencia revolucionaria socialista triunfante. Hoy, los revolucionarios del mundo contamos además con un siglo de experiencia a nuestro favor para contribuir a la lucha emancipatoria de los pueblos, y con ese propósito apostamos al intercambio entre organizaciones antimperialistas y revolucionarias.
Estas Jornadas son un espacio abierto para el debate entre las distintas expresiones del antimperialismo militante, en la convicción que el imperialismo en general atraviesa por una crisis inédita que pone al mundo actual frente a la acumulación de calamidades sociales, al aumento de la opresión nacional, al crecimiento de los factores que empujan hacia las guerras de rapiña imperialista e interimperialista pero que también nos coloca ante la heroica lucha de los trabajadores, pueblos y naciones explotados por abrir, no sin dificultad, un horizonte de bienestar, solidaridad e igualdad entre los hombres y mujeres del mundo.
Con el objetivo de aportar nuestro grano de arena al desarrollo de las ideas revolucionarias es que promovemos por segundo año consecutivo estas Jornadas Antimperialistas y Revolucionarias.
4 al 7 de octubre de 2016 – Rosario – ARG
PRML
Crisis profunda del capitalismo en su fase imperialista.
La crisis económica que asola a la economía mundial y que ya lleva 8 años, no deja de golpear a los pueblos oprimidos, a la clase obrera mundial ocupada y desocupada. Lejos de reducirse a un desequilibrio en el terreno financiero, como muchas veces se la presenta, esta crisis nació del corazón mismo de los centros económicos del capital e involucra a todas las regiones del globo. El imperialismo se estrella contra su propia crisis: la caída de la tasa de ganancia, la violenta centralización del capital, agudización de las contradicciones interimperialistas e interburguesas, etc. Esto es la crisis estructural del sistema de producción capitalista descripta por Karl Marx hace 150 años y el despliegue imperialista que mostró Lenin en “El imperialismo fase superior del capitalismo”.
Producto del impacto de esta crisis -que se hace visible periódicamente en episodios de volatilidad financiera-, sobre las amplias mayorías obreras y populares, son cada vez mayores las manifestaciones masivas que cuestionan el sistema político de representación burguesa, agrietando la legitimidad de los gobiernos que expresan los intereses de una oligarquía financiera, certeramente señalada por la movilización popular. La crisis política se manifiesta en los crecientes recortes a las libertades, sosteniendo apenas una fachada democrática con que se cubre el régimen al servicio del capital financiero. Son cada vez mayores las dificultades de los gobiernos para asimilar el cuestionamiento de quienes, viendo retroceder sin freno sus condiciones de vida y el avance sobre derechos elementales, apuntan hacia el poder político como blanco predilecto de su crítica en las calles. Allí están las imágenes recientes de Francia, España, Grecia, México, India y de los propios EEUU, para dar cuenta del vigor de las luchas obreras y populares actuales. Así, sobre la base de una crisis económica sin salida a la vista, se monta otra aún de mayor envergadura, de carácter político, en que los trabajadores, los pueblos y las juventudes del mundo han entrado a ganar protagonismo.
Elevación de la disputa interimperialista
Simultáneamente, luego de algo más de dos décadas “de gloria” del imperialismo norteamericano, en que ostentaba en soledad el título de superpotencia mundial indiscutida, el declive de la supremacía mundial estadounidense es inocultable. A esto se suman las dificultades que atraviesa su principal socio, la Unión Europea, que no está siquiera en condiciones de garantizar su propia unidad a largo plazo, como lo demuestra la reciente salida del Reino Unido. El ascenso de China como potencia económica capitalista y la reconversión de Rusia en potencia militar, son las principales sombras que se proyectan en regiones enteras que hasta hace poco eran tuteladas exclusivamente por los EEUU. La disputa por recursos estratégicos, mercados y zonas de influencia entre estas potencias avanza a paso firme, tanto en términos económicos y políticos como militares, prefigurando la conformación de bloques imperialistas que, de todos modos, dada la naturaleza, profundidad y volatilidad de la crisis, distan mucho de ser definitivos.
Así, a las disputas por acaparar mercados de países dependientes y semi-coloniales en Latinoamérica, África y Asia con acuerdos comerciales bilaterales, se le sumó la conformación de zonas de libre comercio y de bloques regionales (TPP, TTIP, BRICS, ASEAN). Luego, en la medida que la economía sola no puede abrirse paso, se suceden las operaciones políticas, las sanciones comerciales, el protagonismo creciente de los tratados internacionales de defensa como forma de proteger y asegurarse zonas exclusivas (OTAN, OCS). Y detrás suyo, la aceleración de la carrera armamentística, combinando demostraciones de fuerza, provocaciones, ostentación de tecnología bélica e inclusive enfrentamientos ocasionales y periféricos. Zonas como Ucrania, Siria y el Mar del Sur de la China, concentran elevados niveles de tensión (y de guerra abierta en el caso de Siria) entre bandos que involucran directa o indirectamente a las principales potencias imperialistas en disputa.
Al calor de la crisis, las necesidades cada vez mayores de recursos energéticos y de asegurar rutas comerciales, sumado a las convulsiones políticas e intervenciones militares que se han sucedido en Oriente Medio, esta región registra en su seno el incremento de todas las contradicciones. El intervencionismo militar yanqui e israelí, acompañado por las monarquías árabes, al ver fracasar sus intervenciones directas, han dado origen a formaciones filo fascistas como ISIS que, amparados en un falso “islamismo radical”, elevan la inestabilidad de la región a niveles sin precedentes y cada vez más difíciles de controlar.
El cambio de actitud de Rusia para salir al cruce de la estrategia guerrerista de la OTAN en Siria, agrega un elemento inédito a la disputa interimperialista en las últimas décadas, y ha alterado a los EEUU y su alianza, acostumbrados a operar sin más límites que los que ofrecen las resistencias populares a su paso. A esto se suma el reciente anuncio de China, de incrementar su presencia en ésta, la zona más caliente del globo.
De esta manera, mientras sube la temperatura de la confrontación entre las principales potencias, los alineamientos internacionales de los estados de la región se vuelven extremadamente inestables, contribuyendo a la inestabilidad general. A nivel de los pueblos, el denominador común es el justo odio a la principal potencia imperialista agresora: los EEUU y sus socios europeos de la OTAN, Israel y las monarquías del Golfo Pérsico.
Se sostiene el alza en las luchas populares y antimperialistas
A su vez, hay que destacar que mientras se encrespa el conflicto entre las principales potencias, también proliferan los movimientos populares antimperialistas que buscan abrir una salida revolucionaria para los pueblos. Las repúblicas populares en el este de Ucrania, los territorios liberados de Kurdistán y la insurgencia armada en Filipinas son sólo algunos de los más destacados, y su ejemplo se propaga por todo el mundo.
Asimismo, los movimientos democráticos y populares en lucha a través del mundo vienen mostrando un fuerte sentido de solidaridad. Las huelgas y movilizaciones de carácter insurreccional en Grecia han despertaron recíprocas manifestaciones de apoyo en varios países de Europa. Las luchas obreras en pleno desarrollo en Francia concitan la atención del proletariado del Viejo Mundo en la expectativa de un triunfo sobre la reforma antiobrera del gobierno. El drama de la guerra en Siria y de los refugiados en Europa, motivó fuertes manifestaciones de solidaridad con el pueblo agredido y repudios al accionar criminal de la OTAN y de los gobiernos cómplices. La histórica resistencia del pueblo palestino recobra fuerza ante cada agresión de la ocupación sionista, encontrando eco en todos los pueblos del mundo. El reclamo por el levantamiento del criminal bloqueo a Cuba y el cierre y devolución de Guantánamo siguen gozando de un enorme apoyo popular en todas las latitudes.
No se trata entonces, solamente de una crisis del imperialismo de proporciones inéditas, con un riesgo cierto de desembocar en una gran confrontación entre potencias imperialistas, con el consiguiente desastre para grandes porciones de la humanidad. Consiste también en una coyuntura altamente favorable para la irrupción de grandes luchas democráticas, antimperialistas y revolucionarias que se apoyen en el repudio creciente y el debilitamiento objetivo de los gobiernos autoritarios y represivos, de las democracias de monopolios y multinacionales, de los regímenes políticos que perpetúan la miseria, el saqueo y la explotación. Las luchas, rebeliones e insurgencias en desarrollo, son parte de un mundo imperialista y capitalista en agonía y el anuncio de la posibilidad de un nuevo mundo verdaderamente democrático, liberado y camino al socialismo.
América Latina
El período de convulsiones sociales que protagonizó América Latina, y en particular Sudamérica entre los últimos años del SXX y primeros del SXXI, han modificado el escenario político e incrementado al nivel de organización y movilización popular. La combinación entre el declive relativo de la hegemonía yanqui, el incremento de la presencia de inversiones chinas, y la vigorosa y rebelde intervención obrera y popular en varios países de la región, pateó el tablero de la otrora homogeneidad neoliberal de los años 90’s, y abrió el juego a la disputa por el poder político.
En todos los casos, lo que prevaleció fue una corriente burguesa renegociadora de los términos de la dependencia con el imperialismo. Donde las burguesías locales contaban con una base material históricamente más sólida y diversificada, como son los casos de Brasil y Argentina, el recambio político se dio dentro de los marcos de una gran burguesía monopólica, que logró absorber el golpe de la crisis sin hacer mayores concesiones, y sin modificar ninguno de los problemas estructurales de las mayorías obreras y populares. Esta contradicción flagrante entre un discurso “progresista” y una práctica continuista en lo fundamental, los inhabilitó para apelar a la movilización popular en el momento de retener el poder, derivando en su ulterior naufragio sin gloria.
Donde las fuerzas productivas estaban menos desarrolladas y el núcleo de poder tradicional mantenía una economía sencillamente mono-exportadora de materias primas, como en Venezuela o Bolivia, el desplazamiento de la oligarquía más rancia y cipaya trajo al poder político a un bloque social capitaneado por una burguesía local forzada a confrontar más abiertamente con la tutela imperialista para garantizar su supervivencia. Precisamente, la condición de posibilidad de gobiernos burgueses nacionales en estas condiciones, que expresan ciertas contradicciones con los intereses del imperialismo yanqui, está en una vinculación más estrecha con la clase obrera y el pueblo oprimido, expresada en un programa de reformas más permeado por los reclamos populares. Esto hace posible a estos gobiernos acudir a la movilización callejera como factor de disputa política con las fracciones burguesas desplazadas del poder.
Pero el elemento más destacado de esta camada de procesos renegociadores está dado por las rebeliones populares que los hicieron posibles, y que hoy atraviesan de manera dispar, un período de reagrupamiento y debate en torno a los proyectos políticos en disputa. La marea insurreccional que hizo su entrada en escena con el Caracazo de 1989, con los levantamientos populares en Ecuador, con el diciembre de 2001 en Argentina y luego con las guerras del agua y el gas en Bolivia, han tumbado gobiernos abiertamente antipopulares y han modificado la relación de fuerzas interna en cada uno de los países de la región. Esa ofensiva popular que dio nacimiento o revitalizó a fuerzas antimperialistas y revolucionarias como las que se expresan en estas JAR no ha sido derrotada, simplemente ha mostrado sus límites. El más evidente es la insuficiencia de la fuerza organizada para acaudillar estos procesos y coronarlos con la conquista del poder político, lo cual ha sido resuelto en cada caso por diferentes fracciones de las clases explotadoras, con mayor o menor compromiso con los intereses del imperialismo.
En cuanto a la faceta antimperialista que gobiernos como el de Venezuela y Bolivia expresan, nos alistamos para golpear como un solo puño contra el imperialismo y sus socios locales, como frente a todo intento golpista que busque hacer retroceder a nuestros pueblos sobre sus pasos, apostando por el accionar independiente de la clase obrera y el pueblo. Pero nada de esto nos puede hacer olvidar que nuestro proyecto es la liberación nacional y el socialismo, y que mientras no superemos los marcos de la democracia burguesa, mientras no ataquemos frontalmente la propiedad monopólica de los principales medios de producción, mientras no sea cuestionado en la práctica el monopolio de la violencia organizada por parte de fuerzas armadas reaccionarias y antipopulares, todos los avances y conquistas que se anote el pueblo trabajador en este proceso serán circunstanciales.
Sabemos que el imperialismo y el capitalismo no caerán por su propio peso sino por la intervención insurreccional y otras formas de lucha similares del proletariado y los pueblos, bajo la conducción de fuerzas revolucionarias, factor subjetivo que aún está retrasado pero que encuentra un marco internacional favorable para su necesario desarrollo.
En tiempos de desorden generalizado, como fruto de una profunda crisis del imperialismo, donde las convulsiones sociales y políticas se suceden con frecuencia, tanto en los centros imperialistas como en las naciones oprimidas del mundo, el principal aporte para despejar la confusión propia de momentos como éste, ya lo marcó el Che cuando dijo que “el deber de todo revolucionario es hacer la Revolución”. Un escenario internacional de características semejantes reinaba hace un siglo atrás, cuando la voracidad de las potencias imperialistas empujaba en dirección a la guerra. Ese ambiente fue el que ofició como caldo de cultivo para que la clase obrera rusa, forjada en el marxismo-leninismo, abriera paso a la primera experiencia revolucionaria socialista triunfante. Hoy, los revolucionarios del mundo contamos además con un siglo de experiencia a nuestro favor para contribuir a la lucha emancipatoria de los pueblos, y con ese propósito apostamos al intercambio entre organizaciones antimperialistas y revolucionarias.
Estas Jornadas son un espacio abierto para el debate entre las distintas expresiones del antimperialismo militante, en la convicción que el imperialismo en general atraviesa por una crisis inédita que pone al mundo actual frente a la acumulación de calamidades sociales, al aumento de la opresión nacional, al crecimiento de los factores que empujan hacia las guerras de rapiña imperialista e interimperialista pero que también nos coloca ante la heroica lucha de los trabajadores, pueblos y naciones explotados por abrir, no sin dificultad, un horizonte de bienestar, solidaridad e igualdad entre los hombres y mujeres del mundo.
Con el objetivo de aportar nuestro grano de arena al desarrollo de las ideas revolucionarias es que promovemos por segundo año consecutivo estas Jornadas Antimperialistas y Revolucionarias.
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