Muerte y resurrección de un mito porteño
Osvaldo Andreoli
Pugliese irrumpió en los escenarios tangueros de Buenos Aires a comienzos de la década de 1920, en coincidencia con la fundación del Partido Comunista Argentino, del que fue militante hasta su muerte, el 25 de julio de 1995. Su leyenda atraviesa el siglo xx: la crisis de la década del 30, la de la orquesta típica, los sucesivos golpes de Estado y la represión, el desmembramiento y la refundación de su orquesta; el derrumbe de la Unión Soviética y la crisis de su propio partido, el supuesto fin de la historia, la muerte y la resurrección del tango.
El compromiso de Pugliese implicó una permanencia artístico-social y política. Puso el cuerpo a las persecuciones, a la censura en los medios y a las prisiones. Sus innovaciones musicales sacudieron el tango, anticipando el horizonte de la vanguardia. Al intervenir en la convivencia social, generó la orquesta cooperativa, que puso en cuestión la figura del director-empresario capitalista que explota a sus músicos. Las normas de la cooperativa se cumplían (un solista llegó a cobrar más que el propio director), pero fue también un laboratorio de interacción creadora que estimulaba a compositores y arregladores.
Su clave ideológica es el concepto del trabajo solidario como descubrimiento y liberación de la capacidad humana. Hoy su nombre se repite como «antimufa»; así es invocado en los escenarios musicales y confluye con el pugliesismo como corriente instrumental. El consenso testimonia la integridad de Pugliese, un poder que parece poner en jaque al escepticismo, la anomia y la corrupción en la sociedad civil y el Estado.
Sindicalismo en tiempos de crisis
A los 19 años, Pugliese había compuesto «Recuerdo», un tango del futuro, para el año 3000, al decir de Julio De Caro, que lo estrenó en 1924. Debido a la aparición del cine sonoro, en los cafés de barrio las orquestas típicas fueron suplantadas por la victrola; con la crisis de 1929, las condiciones de trabajo pasaran a ser leoninas. En ese panorama, Pugliese dio batalla: fue cofundador del Sindicato de Músicos Populares y generó la Sociedad de Músicos Argentinos; también lanzó la primera huelga de cabarets para conquistar mejoras, en 1935. Al leer las noticias de la guerra civil española en el diario Crítica, preocupado por los avances del fascismo y en solidaridad con la República agredida, se afilió al Partido Comunista.
Debut y polirritmia
En 1939 estaba formando su orquesta definitiva cuando fue detenido durante la inauguración del local público del PC. Tuvo que esperar a salir de la cárcel para debutar en el café El Nacional, de la calle Corrientes. La «orquesta de los compositores» comenzó en radio El Mundo su sinuoso ascenso, que duraría cincuenta años. Pugliese se impuso cuando el tango era el código sociocultural de los porteños. Su arraigo popular comenzó en los clubes del sur del conurbano, con afluencia de trabajadores. La cultura de las multitudes se industrializaba con el cine nacional, la radio, el disco y el bailongo en las pistas. «Ese, ese, ese, la barra de Pugliese»: el gentío se arremolinaba frente a la orquesta cuando los bandoneonistas revoleaban la melena en los rubatos. El coreo consagratorio «Al Colón, al Colón» se concretó con el retorno de la democracia en 1985. Antes y después, varios de sus músicos integraron las orquestas del teatro Colón.
El primer disco que grabó es Farol (1943), que canta a «un arrabal humano», obrero; incluso se ha interpretado el sonido onomatopéyico de La Yumba como la transformación del ruido de una máquina del trabajador. A sus devotos escuchadores se sumó el joven bandoneonista Astor Piazzolla, que escapaba del cabaret donde tocaba con Troilo para ver a Pugliese en el Moulin Rouge.
Con la trilogía «La Yumba», «Negracha» y «Malandraca», el maestro instauró su revolución instrumental, con atisbos de politonalidad y polirritmos. La instrumentación se revela como un metalenguaje constructor de subjetividad porteña; la orquestación se conjuga en una trama armónica y melódica compleja. En esta línea compone «A los artistas plásticos» (1964). La melodía mantiene su valor, pero ya no es el parámetro predominante de la tradición clásico-romántica. Invierte los papeles: intensidad, ritmo, timbres y alturas son valorizados, para acercarse al criterio de la música contemporánea. Como un anticipo de los nuevos fenómenos de fusión, tres bandoneonistas que pasaron por su orquesta participaron de un recital de rock progresivo en 1976.
El clavel rojo en el piano
La orquesta vivió sus peripecias antes, durante y después del primer peronismo. Los músicos bancaron a muerte a su director. «En 1948 prácticamente me borraron —recordaba don Osvaldo—. Nadie me daba trabajo, padecí humillaciones diversas, pero la orquesta siguió funcionando, sin pianista, estando yo preso, con un clavel rojo sobre el piano». Los espectáculos fueron perturbados, la policía disparaba al aire, bloqueaba la entrada del público, requisaba los papeles personales de los músicos. Las visitas de los músicos a la Casa de Gobierno para pedir su libertad eran reiteradas. Una mañana de carnaval, un militar les informó que, «por órdenes superiores», se levantaba el arresto. Esa noche, Osvaldo llegó en andas hasta al escenario del club Atlanta.
En 1955, Pugliese estuvo preso desde enero a julio, en Villa Devoto. Los avatares políticos lo llevaron a integrar una delegación artística cuando volvió Perón en 1973. «Gracias por haberme perdonado», le dijo Perón. Sin embargo, según sus propias declaraciones, «la cana más fulera» fue en el barco París durante la Operación Cardenal de la Revolución Libertadora, en 1957. Se le había informado que la intención de Rojas era hundir el barco con los detenidos dentro. Simultáneamente, radio Splendid transmitía su debut como concertista en la emisora. «La hipocresía del sistema —decía Pugliese—: el locutor anunció a mi orquesta, y yo en cana».
Pero, así como se ruborizaba si le gritaban «Al Colón», creía que el problema que sufrió «no es un capital invertido que tiene que dar renta. Por eso no me gusta vanagloriarme… No creo que estar preso sea una virtud para andar proclamándola… Cuando uno opta por militar en un partido, opta por todas las satisfacciones y por todos los inconvenientes y sinsabores de la cosa. Lo hace porque le parece lo mejor, porque lo siente como una obligación».
Política y cultura
En años sucesivos triunfó en giras internacionales, enfrentó la invasión subcultural de las industrias del entretenimiento, el negocio de las discográficas multinacionales, las modas impuestas en las preferencias juveniles, y criticó las políticas culturales de las dictaduras militares.
En 1981 declaró a Mona Moncalvillo, en un reportaje para la revista Humor: «Hay una política cultural destinada a aplastar todos los rasgos nacionales de nuestra música popular. Se debe, en mayor o menor medida, a la puesta en marcha de un plan económico». Después de despacharse contra Martínez de Hoz, agregó: «Vino la invasión de la música envasada. La invasión del ruido y no del sonido». En la década del 90, Pugliese había hecho comentarios favorables a Cuba, y Neustadt le «aconsejó» que siguiera tocando «La Yumba». Le contestó en Página/12, a los 86 años: «Me permito recordarle que aparte de músico, y aun por encima de mi profesión, soy un ciudadano. Un ciudadano con ideas que me mantuve toda la vida con ellas a pesar de la cárcel, las persecuciones y discriminaciones. Que soy un comunista y de los que no se doblegan ante las dificultades y fracasos».
Se asegura que «el ataque» de su orquesta «levantaba un muerto», mientras él, todas las mañanas, para ejercitarse en el piano, tocaba Schumann, Chopin, Ravel, Debussy, Stravinsky, Prokofiev o Katchaturian. En la ciudad del tango, quienes no compartieron su ideario también lo recuerdan por su modestia y delicadeza.
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