17/04/2008
La vergüenza de la ocupación de HaitíHace pocos días me llegó un correo electrónico donde reproducían una nota de Verbitsky en la que alababa a la presidenta por no haber ordenado la represión de los piquetes agrarios. Cinismo monótono el del plumífero, que sabe perfectamente que para esta sociedad no es lo mismo reprimir un piquete de “desheredados de la tierra” que de pequeños, medianos y hasta grandes propietarios de la misma y que, de hecho, excluida esa opción, quién generó tensión, y casi violencia, y quien no pacificó precisamente los ánimos fue el gobierno con sus despropósitos políticos en la implementación de una nueva etapa de retenciones. Pero cinismo o vaya a saber qué es, asimismo, el de tantos que insisten (siguiendo el apotegma de Goebbels) en que este gobierno eligió el camino de la no represión a la protesta social. ¡Y lo repiten kirchneristas y antikirchneristas! Unos para felicitarse y otros para quejarse.Se me vinieron a la cabeza, al recibir ese correo que pretendía insistir en esa patraña, decenas de ejemplos notorios, públicos y feroces de represión en estos años de kirchnerismo: recuerdo, sin ir más lejos, casos de compañeras manifestantes que perdieron sus embarazos por las palizas de la policía; compañeros que fueron detenidos en represiones callejeras y fuero sometidos a la tortura del submarino seco por la Policía Federal; cientos de apaleados, encarcelados y perseguidos judicialmente; compañeras y compañeros que pasaron meses detenidos por protestas públicas, en causas notoriamente armadas por la misma policía y que terminaron absueltos en juicios orales; encarcelamientos que deberían ser vergonzosos para quienes siempre se llenan la boca por haber sido militantes hace 35 años durante unos meses, y que deberían serlo porque recayeron sobre humildes marginados por este sistema, “peatones” que se sumaron indignados, ante el enésimo atropello al que los poderes económicos o políticos –siempre impunes e impolutos– los sometieron, a alguna pueblada de protesta y pasaron (y pasan, en Las Heras, en Corral de Bustos) meses en las siniestras cárceles de esta democracia superavitaria. (¿Cómo evitar que “La chacarera del expediente” del Cuchi Leguizamón se convierta en la música de fondo de esta vergüenza ajena?)Pero, la verdad, y tal vez por la simultaneidad de los sucesos, lo que más me empezó a alterar el ánimo y a corroerme de odio las tripas fue que este discurso de perdonavidas, que algunos porfían en relacionar con un supuesto amor por los derechos humanos es simultáneo con la permanencia de tropas de ocupación argentinas en el, tal vez, más desdichado, más castigado, más pobrecito, de nuestros hermanos pueblos latinoamericanos (o afroamericanos): el pueblo de Haití, el pueblo del libertador negro, Toussaint Louverture quien abriera el camino que luego recorrerían entre otros Bolívar y San Martín.
Historia continental de la infamiaComo toda historia de desdichas, en la de Haití también es imposible decidirse por donde empezar cronológicamente, aunque hablando de América es fácil saber por donde empezar geográficamente: por los Estados Unidos de Norteamérica. O por lo menos era sencillojustamente hasta ahora, porque las desgracias y las vergüenzas de esta etapa le vienen también desde varias de sus “hermanas” continentales.Arbitrariamente, vamos a empezar en 1994: EEUU interviene otra vez, ahora para sacar unadictadura militar que, obviamente con su anuencia, había derrocado al primer presidente elegido bajo las formas democráticas, el ex-sacerdote Jean-Bertrand Aristide. H
La vergüenza de la ocupación de HaitíHace pocos días me llegó un correo electrónico donde reproducían una nota de Verbitsky en la que alababa a la presidenta por no haber ordenado la represión de los piquetes agrarios. Cinismo monótono el del plumífero, que sabe perfectamente que para esta sociedad no es lo mismo reprimir un piquete de “desheredados de la tierra” que de pequeños, medianos y hasta grandes propietarios de la misma y que, de hecho, excluida esa opción, quién generó tensión, y casi violencia, y quien no pacificó precisamente los ánimos fue el gobierno con sus despropósitos políticos en la implementación de una nueva etapa de retenciones. Pero cinismo o vaya a saber qué es, asimismo, el de tantos que insisten (siguiendo el apotegma de Goebbels) en que este gobierno eligió el camino de la no represión a la protesta social. ¡Y lo repiten kirchneristas y antikirchneristas! Unos para felicitarse y otros para quejarse.Se me vinieron a la cabeza, al recibir ese correo que pretendía insistir en esa patraña, decenas de ejemplos notorios, públicos y feroces de represión en estos años de kirchnerismo: recuerdo, sin ir más lejos, casos de compañeras manifestantes que perdieron sus embarazos por las palizas de la policía; compañeros que fueron detenidos en represiones callejeras y fuero sometidos a la tortura del submarino seco por la Policía Federal; cientos de apaleados, encarcelados y perseguidos judicialmente; compañeras y compañeros que pasaron meses detenidos por protestas públicas, en causas notoriamente armadas por la misma policía y que terminaron absueltos en juicios orales; encarcelamientos que deberían ser vergonzosos para quienes siempre se llenan la boca por haber sido militantes hace 35 años durante unos meses, y que deberían serlo porque recayeron sobre humildes marginados por este sistema, “peatones” que se sumaron indignados, ante el enésimo atropello al que los poderes económicos o políticos –siempre impunes e impolutos– los sometieron, a alguna pueblada de protesta y pasaron (y pasan, en Las Heras, en Corral de Bustos) meses en las siniestras cárceles de esta democracia superavitaria. (¿Cómo evitar que “La chacarera del expediente” del Cuchi Leguizamón se convierta en la música de fondo de esta vergüenza ajena?)Pero, la verdad, y tal vez por la simultaneidad de los sucesos, lo que más me empezó a alterar el ánimo y a corroerme de odio las tripas fue que este discurso de perdonavidas, que algunos porfían en relacionar con un supuesto amor por los derechos humanos es simultáneo con la permanencia de tropas de ocupación argentinas en el, tal vez, más desdichado, más castigado, más pobrecito, de nuestros hermanos pueblos latinoamericanos (o afroamericanos): el pueblo de Haití, el pueblo del libertador negro, Toussaint Louverture quien abriera el camino que luego recorrerían entre otros Bolívar y San Martín.
Historia continental de la infamiaComo toda historia de desdichas, en la de Haití también es imposible decidirse por donde empezar cronológicamente, aunque hablando de América es fácil saber por donde empezar geográficamente: por los Estados Unidos de Norteamérica. O por lo menos era sencillojustamente hasta ahora, porque las desgracias y las vergüenzas de esta etapa le vienen también desde varias de sus “hermanas” continentales.Arbitrariamente, vamos a empezar en 1994: EEUU interviene otra vez, ahora para sacar unadictadura militar que, obviamente con su anuencia, había derrocado al primer presidente elegido bajo las formas democráticas, el ex-sacerdote Jean-Bertrand Aristide. H
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