Sólo una Revolución Socialista puede salvar a la humanidad.
El año 2008 será recordado por el estallido de una de las más grandes crisis de la historia del sistema capitalista. Lo que antes parecía ser una crisis cíclica como muchas otras, apareció en sus verdaderas proporciones. Desde el 15 de septiembre, con la caída del banco Lehman Brothers, se instaló el pánico en los mercados capitalistas del mundo entero. Entraron en concordato, caída o quiebras encubiertas algunos de los mayores bancos de los Estados Unidos y Europa. La oferta de crédito está congelada en forma generalizada. Ni las instituciones financieras ni los capitalistas individuales quieren prestar dinero. La falta de crédito amenaza paralizar la economía norteamericana a tal punto que la Fed (el banco central de los Estados Unidos) está prestando dinero directamente para que las empresas puedan funcionar, lo que está totalmente fuera de sus atribuciones. Los gobiernos de los principales países imperialistas intervinieron, inyectando más de un billón de dólares en los bancos y en la economía. Esto no detuvo la crisis. Día tras día ocurren las mayores caídas, desde muchas décadas, en las bolsas. Sólo en la primera semana de octubre, las bolsas de todo el mundo acusaron pérdidas globales de 6,2 billones de dólares[1] en el valor de las acciones. Se “derriten” las acciones de las mayores empresas del mundo, como la General Motors y la Exxon, antes consideradas sólidas. Esta es, sin exageraciones, la situación actual de la economía mundial.
El reciente “paquete” aprobado por ocho países europeos – que destina más de 2 billones de dólares para socorrer bancos – y medidas similares de los gobiernos de Estados Unidos (250 mil millones de dólares), Australia y países de Medio Oriente, aunque se constituyan en la más grande intervención estatal en el sistema financiero mundial, no lograrán revertir la crisis ni impedir la recesión. Puede ser que logren calmar los mercados por unos días, pero los efectos globales de esta gigantesca operación sobre los presupuestos, deudas públicas e índices de inflación de los países involucrados pueden generar repercusiones aún más negativas en el futuro.
La crisis de la economía capitalista es una realidad que hoy está en el centro de todos los acontecimientos mundiales. Por otro lado, es un proceso que está apenas en su comienzo y va a afectar, en mayor o menor medida, a todos los países. Sin dudas, las más graves repercusiones recaerán sobre los trabajadores y los pobres de todo el mundo.
El sistema financiero de los Estados Unidos y de Europa está en plena quiebra. El Banco Lehman cayó, el Merril Lynch fue incorporado al Bank of America, el Bearn Stearns fue tomado por el Morgan Stanley, Wachovia pasó para el Wells Fargo y Goldman Sachs colocó a la venta su paquete accionario. Fannie Mae y Freddie Mac, las dos mayores empresas del ramo de hipotecas de los Estados Unidos, cayeron y fueron nacionalizadas por el gobierno norteamericano. También cayó la aseguradora AIG (la mayor de EEUU y del mundo). Lo mismo pasó con el Washington Mutual, el mayor banco del sector inmobiliario de EEUU.
Esta violenta centralización de capitales en el sistema financiero se extendió a escala internacional: el HBOS da Inglaterra fue adquirido por el Lloyds y el español Santander absorbió las sucursales del Bradford and Bingley. Los gobiernos europeos fueron obligados a intervenir para salvar el Banco Fortis (el mayor de Bélgica), el HBOS y el Bradford-Bingley (ambos de Inglaterra), y el Hypos Real Estate, principal banco de financiamiento inmobiliario de Alemania.
El gobierno de Inglaterra estatizó parcialmente los bancos más importantes del país, inyectando 50 millones de libras en estas instituciones y tomando a cambio una parte de sus acciones. Fue una “estatización” para salvar a los banqueros, porque el estado capitaliza sus empresas pero permite que sigan como dueños de los bancos. El gobierno de Estados Unidos y otros gobiernos de países imperialistas quizás sigan este ejemplo.
Hubo una enorme “quema” de capital ficticio en este corto período: títulos con lastre en créditos “podridos”, hipotecas que no podían ser pagadas por los deudores, acciones supervalorizadas, etc. Pero también hubo pérdidas de capital real, principalmente de los fondos de pensión y dos pequeños inversores que apostaron sus economías en títulos o acciones.
Ya existe una recesión en los países capitalistas imperialistas, comenzando por los EEUU, que se está extendiendo a todo el mundo. Francia ya acusó dos trimestres seguidos de crecimiento negativo. Japón sufrió una caída del 2% del PIB en el segundo trimestre de este año. Ya existe recesión en Italia, Inglaterra y España. También hay recesión en algunos de los países más débiles de Europa, como Islandia e Irlanda. Hubo una caída de ventas de automóviles en EEUU, con una media del 30% en setiembre. La General Electric, una de las mayores empresas del mundo, tuvo una caída del 12% en sus vendas y busca financiamiento.
No se puede prever aún si esta recesión va a durar apenas dos o tres años o si va a inaugurar un largo período de depresión semejante al que se abrió después de la crisis de 1929. No es casual que la mayoría de los economistas burgueses o de los líderes políticos mencione la crisis de 29, sea para negar que el mundo esté a punto de entrar en un período similar o para advertir sobre las semejanzas entre los dos procesos y alertar el riesgo de que la crisis evolucione para una situación parecida o peor. La crisis de 1929 es un fantasma que asusta a la burguesía mundial porque sabe que esto significaría un prolongado período de declinación del propio capitalismo, con enormes consecuencias políticas.
De cualquier manera, ésta ya es, como mínimo, la mayor crisis de la economía mundial desde 1929. Ciertamente habrá países más o menos afectados, pero ninguno dejará de sufrir los efectos de la recesión instalada en los países imperialistas.
Además de eso, esta crisis económica tiene una particularidad que la vuelve superior a las anteriores, más generalizada e devastadora que las de la década de 1990: su epicentro está en Estados Unidos, la mayor economía del mundo y el corazón del imperialismo. Esto potencializa al máximo su extensión y profundidad. Los países más frágiles y dependientes no tienen como escapar de sus efectos.
La evolución de la crisis
La actual crisis apareció, en un primer momento, bajo la forma de una crisis inmobiliaria en Estados Unidos. En los últimos años, los bancos norteamericanos ofrecieron en forma generalizada créditos hipotecarios a compradores de alto riesgo de inmuebles (“subprimes”), cobrando altos intereses.
Estas hipotecas eran “empaquetadas” por grandes compañías hipotecarias y transformadas en papeles o títulos, luego negociados en el mercado por corredoras y bancos de inversiones, captando así más capitales y permitiendo que las compañías ofreciesen más crédito.
Los títulos fueron asegurados por compañías de seguros y evaluados con buenas notas por agencias de clasificación de riesgo, como la Standard & Poor’s. De esta forma, los papeles fueron comprados por inversores de todo el mundo, a través de los grandes bancos y los fondos de pensión.
Este esquema especulativo, parecido con las famosas “pirámides”, se vino abajo cuando se tornó evidente que millones de compradores no podrían pagar sus hipotecas. Los bancos comenzaron a retomar las casas de los deudores incobrables. La gran oferta de inmuebles resultante hizo bajar bruscamente los precios y dejó en evidencia que bancos, empresas vendedoras, compañías inmobiliarias, compañías de seguros e inversores en general no sólo no conseguirían obtener ganancias sino que tendrían pesadas pérdidas sobre el capital invertido.
La crisis financiera actual es otra manifestación de un proceso permanente de crecimiento-auge-crisis-depresión, propio del sistema capitalista, que vive crisis cíclicas desde el comienzo del siglo XIX, en un permanente movimiento de equilibrio y desequilibrio. Cada crisis, sin embargo, tiene sus particularidades y alcances. La crisis actual se expresa de forma particularmente violenta por la situación del capitalismo imperialista y de la lucha de clases en la época en que vivimos. En verdad, las contradicciones que explotaron ahora se vienen se desarrollando desde hace varios años.
Durante la década de 1990 y principios del siglo XXI, después de décadas de crisis, el imperialismo consiguió inaugurar un período de expansión y crecimiento a través del enorme aumento de la explotación de los trabajadores de todo el mundo y de un verdadero proceso de recolonización de los países explotados. Esto se dio de distintas formas:
· A través de la restauración del capitalismo en China, Rusia y los ex estados obreros del Este europeo y Asia. Esto permitió que el imperialismo explotase directamente a los trabajadores de estos países, principalmente China que se transformó en la “fábrica del mundo”, pagando salarios de hambre y extrayendo así una enorme masa de plusvalía.
· Con la abertura de nuevos mercados para los productos de las transnacionales en los países donde se restauró el capitalismo y también en los países donde se impusieron los Tratados de Libre Comercio (TLC’s).
· Con la quiebra de los monopolios estatales para la explotación de las riquezas naturales de los países pobres, seguida de un verdadero pillaje de estos recursos por parte de las transnacionales.
· Imponiendo un amplio y generalizado proceso de privatizaciones de empresas estatales y servicios públicos, que permitió a las empresas imperialistas explotar directamente a todo un sector de los trabajadores de los países periféricos y de los propios países imperialistas y obtener enormes lucros, lo que antes sólo hacía en forma indirecta.
· Creando nuevas formas de aumentar la explotación del trabajo asalariado, la llamada “flexibilización laboral”, es decir: tercerizaciones, todo tipo de contratos precarios, eliminación de conquistas, aumento de la jornada de trabajo, etc.
Todas estas formas de explotación y expansión de los mercados permitieron un aumento de la tasa de ganancias (relación entre la plusvalía apropiada por el capitalista y el capital invertido por él). Las nuevas tecnologías digitales también posibilitaron aumentar la productividad y crear un mercado financiero mundial que funciona on-line y permite un ritmo instantáneo de reparto de beneficios y de acumulación y sobreacumulación de capital.
Todos estos procesos redundaron en la extracción de una enorme masa de plusvalía. Se produjo una gran sobreacumulación de capital. Sin embargo, esta sobreacumulación de capital genera una caída de la tasa de ganancias en la medida en que la parte superior de la ecuación, la plusvalía, permanece igual, pero la parte inferior (el capital) aumenta. El capital busca, entonces, lo más rápidamente posible, nuevas inversiones donde obtener ganancias y revertir la caída de tasa de ganancias.
Durante las últimas décadas, esta sobreacumulación de capital provocó un gran aumento del capital ficticio, es decir, capital que no es invertido en la producción directamente, sino en la especulación, en sus diversas formas.
En general, esta gran masa de capital disponible es inyectada de nuevo en la economía bajo la forma de una enorme oferta de crédito (acciones en bolsa, títulos, títulos de la deuda pública, créditos para exportación, créditos para las empresas, crédito al consumidor), sobre el cual los capitalistas esperan conseguir una remuneración mayor y más rápida que la obtenida en la producción.
Pero este movimiento provoca un brutal endeudamiento, no sólo de los consumidores individuales, sino de las empresas e incluso de los Estados. La deuda pública de los Estados Unidos, por ejemplo, ya alcanza la increíble cantidad de 13 billones de dólares.
Cuando se produjo la última crisis mundial, en 2001-2002, el imperialismo buscó atenuar sus efectos y producir un nuevo ciclo de crecimiento bajando a tasa de intereses y facilitando aún más la oferta de crédito, entre otras medidas. Con eso, consiguió estimular el consumo y recuperar la tasa de ganancia por un corto período.
Esto se combinó con otra política fundamental del gobierno Bush: iniciar las guerras de Irak y Afganistán, aumentando violentamente los gastos con el presupuesto militar y estimulando así un crecimiento generalizado de la industria militar y de los sectores ligados al aprovisionamiento de las Fuerzas Armadas.
Sin embargo, ambas medidas significaron una fuga para adelante, es decir, consiguieron suavizar la crisis de 2001-2002 pero sólo aumentaron las contradicciones del capitalismo norteamericano. Por un lado, llevaron a niveles insoportables el endeudamiento generalizado de las empresas, los consumidores y el Estado. Por otro, la heroica resistencia de las masas iraquíes y afganas generó una crisis política en el imperialismo y una extensión por encima de cualquier expectativa de las guerras y, consecuentemente, de los gastos públicos y de la deuda del Estado.
Por eso, esta crisis es particularmente explosiva. Porque, además de su naturaleza común a todas las crisis del capitalismo (es decir, se manifiesta en una caída abrupta de la tasa de ganancias y un desequilibrio que lleva a una crisis de superproducción) comporta un elemento que la potencializa tremendamente. Estamos hablando de la crisis del sistema financiero de Estados Unidos y Europa que, por obra de la mundialización del capital y del desarrollo espectacular de la técnica, ya alcanza al mundo entero, reflejando este enorme endeudamiento de los consumidores, empresas y estados.
El supuesto “despegue” de los países emergentes es una farsa
La famosa tesis del “despegue” de los llamado “países emergentes que, por ser supuestas potencias en ascenso, podrían escapar de la crisis, se reveló un mito. Existe una única economía y un único mercado mundiales. Las economías nacionales son partes de este todo y están subordinadas a él. Como ya dijimos antes, el centro de la crisis es la principal economía del planeta, Estados Unidos, lo que hace que sus efectos se extiendan a las economías de todos los países, principalmente los países de economía más débil o secundaria.
Los “emergentes” ya están sintiendo estos efectos. La crisis financiera ya afectó a Rusia donde, en una semana, las sesiones de la Bolsa ya fueron interrumpidas 4 veces en un intento de impedir la fuga de capitales. Solamente el 6/10, la Bolsa de Moscú cayó un 19% y el gobierno fue obligado a suspender el funcionamiento bursátil 2 días para evitar que se cayera completamente el sistema financiero
En América Latina no es diferente. Al principio, los gobiernos latinoamericanos, como Lula y Cristina Kirchner, intentaron minimizar la crisis mientras permitían que los banqueros y capitalistas internacionales y nativos retirasen sus capitales con beneficios extraordinarios, aprovechando las remesas de ganancias, los altos intereses pagados por los gobiernos y los pagos de las deudas externa e interna.
Ahora, la crisis mundial está desequilibrando estas economías de varias maneras, sea por la fuga de capitales, por la caída de las exportaciones o por la desaceleración de la producción agrícola e industrial, fruto de la caída del consumo de los países imperialistas. Todo apunta para la recesión. La ilusión del “despegue” se derrumbó y, ahora, los mismos gobiernos que antes hacían poco caso de la crisis intentarán imponer su costo a la clase trabajadora y a los pobres.
Las afirmaciones de que Brasil o Argentina, u otros países periféricos, no serían afectados por la crisis no tienen sólo el objetivo de encubrir la inacción de estos gobiernos. Además de esto, existe un claro carácter intencional: los gobiernos de Lula, Cristina Kirchner y otros quieren “anestesiar” a la clase obrera y a los sectores populares, desarmarlos y amarrar sus manos para que acepten pagar pasivamente por los costos de la crisis, o que la enfrenten totalmente sin preparación para la inevitable lucha de vida o muerte contra la superexplotación, el desempleo y el hambre que ya se vislumbran en el horizonte.
La crisis económica va a provocar una enorme crisis social
Como en todas las crisis de la economía capitalista, la burguesía mundial ya comenzó a descargar sus costos en las espaldas de los trabajadores y de los sectores populares. Las primeras manifestaciones son las restricciones del crédito al consumidor y los aumentos de precios. Por ejemplo, sólo en Estados Unidos, más de un millón setecientas mil familias fueron expulsadas de sus casas porque no pudieron pagar sus hipotecas. Pero el ataque que está por venir será mucho peor.
La recesión provocará un enorme aumento del desempleo. Sólo en Estados Unidos, 750 mil personas ya perdieron su trabajo. Antes de la explosión de los mercados financieros, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) preveía que 5 millones de trabajadores se sumarían a la población desempleada en todo el mundo, este año. Ahora, este número debe aumentar mucho.
Los trabajadores inmigrantes en los países imperialistas, oriundos de países pobres, serán los primeros en sufrir el desempleo, el aumento del trabajo precario y las leyes para extranjeros promovidas por los gobiernos de estos países. La crisis económica y el desempleo también traerán el crecimiento de la xenofobia y del racismo, como ya está ocurriendo en Italia y en Austria.
Por otro lado, en más de treinta países pobres ya existía una crisis social por causa del aumento del precio de los alimentos y de los combustibles. En ellos, la recesión y el desempleo tendrán el efecto de una verdadera hecatombe social.
Los reflejos de la crisis económica entre los trabajadores contrastan con los privilegios de la alta burguesía. El capitalismo busca salvar a los bancos con paquetes estatales que, sólo en Estados Unidos, ya suman más de un billón de dólares.
¿Qué significa este gasto frente a otras necesidades agudas de la humanidad? Según la ONU, para dar agua potable a todo el planeta serían necesarios 32.000 millones de dólares. Según la FAO, para acabar con el drama de las 925 millones de personas que pasan hambre en el mundo serían precisos 30.000 millones de dólares. Cantidades ínfimas comparadas con la fortuna destinada a salvar a los bancos que fueron los protagonistas de la crisis financiera.
Además de eso, otra farsa cayó por tierra. Durante décadas la propaganda neoliberal hizo apología de las privatizaciones, de la libertad del capital para actuar libremente, obedeciendo sólo las “leyes del mercado”. Ahora piden desesperadamente, en realidad exigen, una inyección de dinero público para cubrir sus pérdidas. Lo que están diciendo es que en un momento de crecimiento económico y altas ganancias es preciso privatizar el Estado, pero que en los momentos de crisis y grandes pérdidas el Estado debe financiar a los capitalistas. Privatizar las ganancias y socializar las pérdidas, tal es la lógica del capitalismo.
Por eso, no todos sufren la crisis por igual. Los trabajadores pierden sus casas y sus empleos, y muchos ya están amenazados por el hambre. Pero muchos burgueses, cuya especulación llevó a los bancos a la quiebra, conservan privilegios escandalosos, casi obscenos. Ejecutivos de los bancos que cayeron cobraron “indemnizaciones” y bonos millonarios. Richard Fuld, que conducía el banco Lehman Brothers, que pidió concordato en setiembre, tuvo “ingresos” de 45 millones de dólares en 2007. Stan O’Neal del banco Merryl Lynch, comprado por el Bank of América, se jubiló llevando para casa 161 millones de dólares en indemnizaciones.
Pero que nadie se engañe. El costo de esta benevolencia con los grandes bancos y sus ejecutivos será pagado por los Estados con dinero público, es decir de los trabajadores. Peor aún, para desviar dinero del Estado para salvar a los bancos, los gobiernos capitalistas buscarán aumentar los ataques al nivel de vida de los trabajadores. Porque las enormes cuantidades gastadas para salvar los bancos aumentarán el déficit del presupuesto y la duda pública de Estados Unidos y de los países europeos. Los gobiernos de estos países buscarán cortar gastos de salud, educación y planes de jubilación, bancados por el estado. También buscarán aumentar la explotación de los países periféricos, haciendo funcionar su conocida “aspiradora” de capitales.
El imperialismo vive una crisis política
Sería un gran engaño pensar que la crisis se limita a la esfera de la economía. El descalabro económico dejó evidente una crisis política en el país más poderoso do mundo. Este descontrol no fue sólo un producto de un gobierno que finaliza su mandato. Uno dos ejemplos más evidentes fue el episodio de la votación del paquete de ayuda a los bancos. El gobierno Bush, con pleno apoyo de los dos candidatos presidenciales, Barack Obama y John McCain, y de las direcciones de los partidos demócrata y republicano, fue derrotado en una primera votación en la Cámara. Hoy, incluso después de la aprobación del paquete, la crisis no cede. El gobierno Bush, la Fed, el Congreso, nadie tiene control sobre la situación o dispone siquiera de mecanismos eficaces para enfrentar la crisis.
La crisis política no viene de ahora. Es producto de la derrota de la ofensiva del imperialismo norteamericano después de los atentados del 11 de setiembre de 2001. Esta acción, encabezada por el gobierno Bush, consistía en atacar a todos los países explotados del planeta, principalmente a los que tienen grandes reservas petrolíferas o una posición estratégica para su transporte. La “guerra contra el terrorismo” sirvió como justificativa para el ataque y la guerra contra Irak y Afganistán. Pero la heroica resistencia de los pueblos iraquí y afgano llevó a las tropas de Estados Unidos y de la OTAN a un atolladero que ya no permite una victoria militar. A este hecho, se suma el fracaso do imperialismo en intentar derrotar los procesos revolucionarios en América Latina. También contribuyeron a esta derrota, la resistencia de los trabajadores inmigrantes latinos en Estados Unidos y la lucha de los trabajadores europeos contra las reformas neoliberales.
La crisis política del imperialismo norteamericano influyó decisivamente en el desarrollo de la crisis económica por lo menos en dos aspectos. Primero, porque la resistencia de los pueblos iraquí y afgano prolongó la guerra por más de cinco años, obligando al gobierno norteamericano a gastar, hasta ahora, más de 800.000 millones de dólares en el conflicto, debilitando la economía del país. Segundo, porque el atolladero de la guerra se tradujo en un costo político para el gobierno Bush, debilitándolo profundamente en la hora en que precisó enfrentar la crisis económica.
Frente al desastre provocado por el capitalismo, sólo la clase obrera puede ofrecer una salida para la humanidad.
Durante las más de dos décadas que se sucedieron a la restauración del capitalismo en los países del llamado “socialismo real”, una sofocante propaganda, promovida por la burguesía mundial y sus agentes, pregonaba que el capitalismo era el único sistema posible para la humanidad, fuente de riqueza y bienestar crecientes para todo el planeta. Decretaron la “muerte del socialismo”.
La crisis de la economía mundial viene a restaurar la verdad. No fueron las políticas “neoliberales”, los excesos especulativos o incluso la falta de reglamentación las que la provocaron, como pregonan muchos pensadores burgueses o reformistas. Al contrario, las crisis son inherentes al sistema capitalista. Están en su esencia.
El capitalismo es un sistema en decadencia, que desarrolla tecnología únicamente para aumentar las ganancias y no para beneficio de la humanidad. Al contrario, casi siempre la utiliza para la destrucción del hombre y de la naturaleza. Este sistema precisa desesperadamente de las guerras para generar lucros. En él rige la anarquía de la producción, el consumo descontrolado y superfluo de una minoría, la superexplotación de los recursos naturales que provoca un desastre ecológico mundial y la especulación financiera. Un sistema en que la mundialización del capital, que no tiene fronteras, utiliza permanentemente de las barreras impuestas por las fronteras nacionales para reprimir y explotar mejor a los trabajadores inmigrantes. Un sistema que, cíclicamente, lanza a la humanidad en períodos de intenso desempleo, hambre y miseria.
Sin embargo, el fracaso de este sistema está lejos de significar la victoria definitiva para los trabajadores y los sectores populares de todo el mundo. Al contrario, la burguesía imperialista, en su decadencia, puede arrastrar a toda la humanidad para la barbarie. La crisis no torna al imperialismo menos peligroso para los explotados de este mundo. Un monstruo herido, que lucha desesperadamente para sobrevivir, puede, en su agonía, destruir todo a su alrededor.
La burguesía demostró una más vez que ya no cumple ningún papel progresivo. Es una clase que busca sólo defender sus privilegios y su dominación con todas las armas de las que dispone. Ya no consigue desarrollar las fuerzas productivas de la humanidad y ni siquiera atender sus necesidades mínimas. Una minoría de grandes capitalistas y financistas, los dueños de los medios de producción y distribución, explotan cada vez más a las grandes mayorías. Cada tanto amenazan no sólo nuestros puestos de trabajo, salarios y casas, sino también la propia existencia física de la clase obrera y de toda la humanidad. Los medios de comunicación y los gobiernos dicen que no hay otra salida. Que tenemos que acostumbrarnos y tratar de adaptarnos porque el mundo es así. Pero la actual crisis del capitalismo produce una gran transformación en la conciencia habitual de los trabajadores.
Cada día de la crisis trae enormes lecciones prácticas para la clase obrera de todo el mundo. Los obreros ven diariamente los escándalos financieros, el aumento brutal de las desigualdades, la amenaza de depresión, la irracionalidad y la anarquía del capitalismo y del mercado mundial. Esto se concreta después en las duras experiencias del desempleo, pérdida de conquistas y bajos salarios, que muchos obreros de los países imperialistas van a enfrentar en el próximo período.
La nueva situación mundial que se abre con la crisis económica hará que el proletariado viva una experiencia concentrada con la explotación y las lacras del sistema capitalista, que normalmente sólo seria posible en el curso de muchos años. Esto permitirá el despertar de una nueva conciencia, similar a lo que representaron recientemente las guerras, las agresiones imperialistas y las políticas neoliberales, en términos de conciencia antiimperialista, para los pueblos de los países explotados. Sin embargo, para que esta nueva conciencia de un salto es preciso que la clase pase a la acción.
Sólo una acción consciente de la clase obrera puede ofrecer una alternativa para todos los explotados del mundo. Esta acción consciente debe comenzar por la organización para la lucha en defensa de su supervivencia física, en defensa de sus vidas y de sus familias, de las centenas de millones de personas amenazadas por la crisis. Los trabajadores del mundo entero precisan organizarse y luchar para defender sus empleos, salarios y casas. Precisan movilizarse contra los aumentos de los precios, contra el trabajo precario y por los derechos de los inmigrantes.
Sólo medidas de fondo (tales como la escala móvil de horas de trabajo con igual salario y planes de obras públicas para contener el desempleo; reajustes salariales automáticos de acuerdo con el aumento de la inflación; el fin de todas las formas de trabajo precario y otras similares) serán capaces de enfrentar efectivamente esta crisis. Los sindicatos, comisiones de fábrica y todas las organizaciones de clase serán convocados a cumplir un papel activo en este combate, o estarán destinadas a perecer y dar lugar a nuevas organizaciones que puedan enfrentar el desafió.
Yendo más lejos, es preciso buscar una salida global y definitiva que impida que la humanidad permanezca a merced de crisis cada vez más violentas y arrasadoras. Esta salida existe. Es necesario planificar la economía, colocarla al servicio de la satisfacción de las necesidades de la gran mayoría, los trabajadores y los sectores populares, y no para aumentar la riqueza de unos pocos. Sólo esta planificación permitirá utilizar racionalmente los recursos naturales y cesar inmediatamente con su uso predatorio y con a destrucción de la naturaleza. Sólo una economía planificada puede poner fin al hambre, al desempleo, a la miseria. Solamente esta planificación permitirá el pleno desarrollo de las tecnologías y su utilización en beneficio del desarrollo material y cultural de la humanidad.
Es necesario reorganizar toda la economía mundial. Esto es imposible sin atacar a los bancos, el corazón de la economía capitalista imperialista. Hoy, los grandes bancos, y todo el sistema financiero dominado por ellos, son una fuente permanente de anarquía y parálisis de la economía mundial. Fueron responsables por la escandalosa especulación y por pérdidas gigantescas. Ahora no prestan más dinero, provocando disminución de la producción, desempleo y caídas de empresas.
No es posible reorganizar la economía de forma racional sin acabar con el dominio de los bancos e implantar un sistema único de inversiones y crédito controlado por el Estado. Pero esto se debe hacer de forma opuesta a la estatización promovida hoy por los gobiernos burgueses, como el de Inglaterra, que significa dar dinero del Estado a los banqueros y permitir que ellos continúen al frente de sus bancos.
Es necesario expropiar todos los bancos y estatizar todo el sistema financiero de Estados Unidos y de todos los países imperialistas, bajo control de los trabajadores y sin indemnizar a los banqueros. Es preciso expropiar también a las grandes empresas imperialistas, anular las deudas externas de los países pobres y establecer un rígido control de capitales que impida su fuga para los países imperialistas. Para acabar con la escasez de alimentos y sus altos precios hay que expropiar los latifundios y realizar reformas agrarias radicales que den la tierra a los campesinos pobres que la trabajan y a los “sin-tierra” que quieren producir alimentos.
Eso significa construir una sociedad totalmente distinta. Una sociedad que no viva en función del lucro y donde no sea necesaria la explotación para garantizarla. Una sociedad solidaria con todos, en vez de estar basada en la competencia y en el individualismo. Una sociedad socialista.
Los trabajadores, que con nuestro trabajo creamos todas las riquezas, podemos construir esta nueva sociedad. Para ello será necesario derrotar al imperialismo, expropiar a la burguesía parasitaria y desalojarla del poder, creando un estado obrero que encamine la transición para esta sociedad socialista. La experiencia concreta de una Revolución Socialista victoriosa ya fue feita por el proletariado ruso, que tomó el poder en 1917 y construyó un estado basado en Consejos Obreros democráticos, al servicio de las grandes mayorías populares.
Esa experiencia duró pocos años y después degeneró por la acción de una burocracia privilegiada. Sin embargo, a pesar de la burocracia, la URSS mostró la enorme fuerza de una economía asentada en la propiedad colectiva estatal de los medios de producción (fábricas, bancos y medios de distribución), en la planificación de la economía y en el monopolio del comercio exterior. En la década de 1930, cuando Estados Unidos y todo el mundo capitalista vivían los años de la Gran Depresión, la URS se desarrollaba a tasas de crecimiento anual del 20% o más , y se transformó de un país atrasado y rural en la segunda potencia del mundo, en menos de 40 años.
Hoy, la clase obrera mundial enfrenta el desafío de retomar la estrategia de la Revolución Socialista mundial para derrotar al sistema capitalista imperialista y terminar para siempre con la explotación y el flagelo de las guerras y de las crisis económicas.
Pero, sin dudas, hay un enorme obstáculo en este camino, que hoy impide al proletariado luchar por sus objetivos históricos e, incluso, defenderse plenamente de los ataques del capital: al frente de la mayoría absoluta de las organizaciones sindicales y políticas de la clase obrera están direcciones burocráticas y oportunistas que defienden sus privilegios y al sistema capitalista que los mantiene. Estas direcciones traidoras condujeron al proletariado a tremendas derrotas en el pasado y preparan un nuevo desastre para las luchas del futuro.
La lucha espontánea de las masas, por sí sola, por más heroica que sea, no llevará a la conquista del poder. Para hacer la Revolución Socialista mundial, única forma de impedir que el mundo se precipite en la barbarie, la clase obrera, colocándose al frente de todos los explotados del mundo, necesita de una dirección política revolucionaria que la conduzca.
El proletariado necesita de partidos revolucionarios en todos los países, que sean parte de una Internacional revolucionaria, opuesta firmemente a todos los partidos y organizaciones burgueses y oportunistas. Una Internacional que levante un programa que reúna la experiencia y la tradición internacionales del proletariado desde la publicación del Manifiesto Comunista, hace 160 años. Que se base en una amplia democracia interna y en el principio organizativo del centralismo democrático: completa libertad de discusión, total unidad en la acción.
La nueva situación mundial abierta por la actual crisis económica abre enormes posibilidades para la construcción de esta Internacional y sus secciones, los partidos revolucionarios nacionales. Este es el gran desafió y la principal tarea de los revolucionarios en esta época de decadencia del capitalismo.
En setiembre de este año, mientras la confusión y la crisis se apoderaban de las bolsas y de todas las instituciones del mundo burgués e imperialista, se cumplieron 70 años de la fundación de la IV Internacional. La IV es la legítima heredera de las tradiciones, del programa y de los principios de la III Internacional, fundada por Lenin y Trotsky, en 1919, poco después de la Revolución Rusa. Trotsky luchó años contra la degeneración del Estado soviético y de la Tercera cuando estos pasaron a ser controlados por la burocracia encabezada por Stalin.
El Programa de Transición (escrito por Trotsky y adoptado por la IV como su programa de fundación), los principios políticos y organizativos de la Internacional y su objetivo estratégico continúan más válidos que nunca.
Estas palabras de Trotsky no sólo mantiene toda su validez sino que expresan muy bien la disyuntiva dramática de la actual situación: “Las premisas objetivas de la revolución proletaria no están solamente maduras, sino que comienzan a pudrirse. Sin la victoria de la revolución socialista en el próximo período histórico, toda la civilización humana estará amenazada de ser conducida a una catástrofe. Todo depende del proletariado y, antes que nada, de su vanguardia revolucionaria. La crisis histórica de la humanidad se reduce a la crisis de la dirección revolucionaria”.
Enfrentar esta nueva etapa de crisis económica y decadencia del capitalismo exigirá de los revolucionarios del mundo entero concentrar todos sus esfuerzos en la tarea de reconstruir la IV Internacional, luchando para que lo mejor de la vanguardia de la clase obrera ingrese a sus filas.
Secretariado Internacional de la LIT
Octubre de 2008
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