28 ene 2008

CONVERGENCIA INTERNACIONAL: "LAS FARC DEBEN SER CONSIDERADAS FUERZAS BELIGERANTES"



Las FARC, Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, son la organización guerrillera más importante y más antigua del país. Se fundó en la década del 60 bajo la dirección de quien sigue siendo su comandante Manuel Marulanda Vélez, el legendario Tiro Fijo.
Desde su origen fue una guerrilla estrechamente ligada al Partido Comunista colombiano. Surgieron como parte de la autodefensa campesina contra los grupos armados al servicio de los terratenientes. Las FARC son los herederos de esa lucha que se desarrolla desde la década del 50.
Es evidente que su permanencia en el tiempo y su actual fortalecimiento expresa el creciente descontento social y, en especial, del campesinado. Por eso mismo, la guerrilla es un factor desestabilizador y de crisis política del régimen.
Lamentablemente las FARC han sido y son una organización para la resistencia campesina y no una guerrilla cuyo eje sea la lucha por el poder obrero y campesino. El mismo Tiro Fijo lo dice: "Las FARC quieren un gobierno pluralista (que estén representados todos los partidos y sectores sociales), democrático y patriótico"( entrevista en la página web de las FARC).
El peso de las FARC Desde 1995 hay un gran ascenso en las luchas campesinas que fortalecieron a las FARC. Ellas acaudillaron las movilizaciones de 40.000 campesinos en el Caquetá y Putumayo y otros 15.000 en el Magdalena Medio que se oponían a la fumigación de sus cultivos y a la represión del ejército. Desde enero de 1999 se inicia un nuevo proceso de negociación.
El gobierno tuvo que ceder a las FARC, despejar de fuerzas militares un área de 40.000 km2 denominada la Zona de Despeje, que comprende a cinco municipios de los departamentos del Meta y Caquetá con el objetivo de que sea la zona de negociación. Indudablemente, que la burguesía haya tenido que dar esa gran concesión es un triunfo de la lucha popular y de las FARC.
Pero las FARC no utilizan esa ubicación para desarrollar un poder campesino y obrero alternativo ni para buscar la unidad del campesinado con el movimiento obrero y sus luchas urbanas. Una prueba de ello es que en la zona de despeje subsisten las instituciones del régimen colombiano y siguen gobernado los partidos burgueses.
Por ejemplo, en las elecciones del 29 de octubre resultó electa a la alcaldía de San Vicente del Caguán (municipio sede de las negociaciones) un candidato del movimiento liderado por la senadora liberal independiente Ingrid Betancourth.
La población, bajo control de las FARC, tampoco ha participado de los paros nacionales realizados en los dos últimos años por el movimiento obrero y popular. ¿Hay una guerra civil? Entre muchos luchadores existe la creencia de que en Colombia hay una guerra civil y que las FARC tienen el control de gran parte del país. No es así.
Si bien las FARC tiene mucha fuerza no es real, como se dice, que controlen el 40% del territorio. El Area de Despeje abarca el 4% del territorio nacional. Sobre la guerra civil, si tomamos a los teóricos de la guerra de guerrillas, entre ellos el Che, consideran que hay tres fases para llegar a ella. La primera es el pequeño grupo inicial que hace acciones limitadas y se retira; la segunda fase es de columnas que se mueven de 100, 150 o 200 personas. Estas dos fases no las consideraba guerra civil.
Sí la tercera; cuando se llega a la guerra de posiciones, en donde se enfrentan 1000, 2000 o 5000 combatientes. Son dos ejércitos enfrentados, con amplio dominio geográfico y poblacional. Según el Che, es cuando se llega a la toma de las grandes ciudades(*) y está planteada la derrota del otro ejército y la toma del gobierno. La guerrilla colombiana, según las fases del Che, estaría en la segunda.
En Colombia aún no hay guerra civil porque no existe una situación como en la Nicaragua del 79 en donde la guerrilla (el FSLN) controlaba ciudades importantes con el apoyo masivo de la población. No es el caso de las FARC, que no tienen el apoyo mayoritario del movimiento de masas. Tienen peso en un sector del campesinado.
Pero, por sus métodos y política, no cuentan con simpatías entre los trabajadores y amplios sectores populares. No buscan la unidad campesina-obrera en la perspectiva del poder Por eso nuestra crítica no es que ya podrían tomar el poder y no lo hacen. Tampoco está en discusión el heroísmo de los combatientes de las FARC. Respetamos su lucha y sacrificio de 40 años de combate. Y estamos en su misma trinchera ante todo ataque militar del imperialismo y sus agentes. Lo que está en discusión es su política y sus métodos de acción.
Criticamos que no se propongan luchar por el poder obrero y campesino. Las FARC tienen otra propuesta política de poder: proponen compartirlo con la burguesía. Hasta llegaron a apoyar, de hecho con la entrevista de Tiro Fijo, a Pastrana en la segunda vuelta electoral. Por eso tampoco son consecuentes con su programa original de reforma agraria. En la zona de despeje y donde tiene presencia, por ejemplo, no hacen la reforma agraria.
Conviven con los terratenientes, a los que extorsionan con fuertes impuestos. Tampoco tienen interés en unir su lucha al movimiento obrero urbano, del cual se distancian cada vez más porque su política más que propender a la unidad obrera y campesina, se aleja de esta perspectiva al no apoyar y participar activamente de sus paros y jornadas de lucha.
Por otro lado, las acciones militares de la guerrilla en el campo no posibilitan un acercamiento y apoyo de las masas. Las tomas de poblaciones, que tienen por finalidad destruir estaciones policiales o guarniciones, dan como resultado la devastación entera de los cascos urbanos generando grandes pérdidas para sus pobladores.
Igual acontece con los paros militares que "decretan", en los que el único perdedor son las masas que no pueden transitar con sus productos y que se ven seriamente amenazadas en su integridad física, debiendo abandonar en masa sus sitios de vivienda, condenados al hambre. Sus equivocadas acciones no tienen como finalidad integrar a las masas campesinas y urbanas a la confrontación armada en la perspectiva de una guerra civil para pelear por tomar el poder, sino de colocarlas al servicio de una salida negociada en los marcos del capitalismo.
No habrá paz sin derrotar al imperialismo y sus agentes Tampoco nuestra corriente rechaza estas negociaciones de paz por una cuestión de principios. En una huelga o en cualquier lucha popular hay negociaciones, más en situaciones de retroceso o de graves derrotas.
Pero no es el caso de la guerrilla colombiana, que parece estar en el momento más fuerte de las últimas décadas, según sus propias declaraciones. Nosotros rechazamos la política de las FARC en estas negociaciones que es la de pactar, con el argumento de la paz, un nuevo gobierno burgués de unidad nacional.
Que no se engañe nadie: sin derrotar al imperialismo y a sus agentes nacionales no habrá ninguna paz y seguirán los crímenes contra los luchadores. Las propias FARC tienen la dolorosa experiencia de haber aceptado "treguas" como las de los años 80 y que llevó al aniquilamiento de cerca de 3.000 dirigentes y militantes de la Unión Patriótica, que era su organización político-electoral.
La verdadera paz se va a lograr cuando se derrote al Plan Colombia, al imperialismo, al gobierno de Pastrana, a sus planes de ajuste y se imponga un gobierno obrero y campesino liderado por el Comando Nacional Unificado, las organizaciones campesinas, indígenas y las fuerzas insurgentes. No hay otra salida.
En ese camino llamamos a la más amplia unidad para derrotar al Plan Colombia y para solidarizarnos con la lucha obrera y campesina colombiana. Llamamos a defender a las FARC y al ELN de todo ataque militar y reivindicar su pleno derecho a que se las reconozca como fuerzas beligerantes. Derecho que se han ganado por décadas de resistencia a uno de los regímenes más siniestros del continente.
Sectores importantes de la vanguardia colombiana y latinoamericana miran con simpatía a las FARC por enfrentar, armas en mano, a los paramilitares, a las FF.AA. y al imperialismo. En ese marco, hacemos un fraternal llamado a que cambien su política y sus métodos. En noviembre, las FARC se retiraron de la mesa de negociaciones en repudio a los acuerdos del gobierno con los paramilitares y al Plan Colombia. Saludamos como positiva esta actitud.
Llamamos a las FARC y al ELN a unirse a la lucha obrera y popular, a no hacer acciones aisladas de ellas, a subordinarse a las decisiones del movimiento obrero en la forma como lo define el Plan de Acción de la CUT en su punto 8(ver recuadro) y a impulsar las luchas en la perspectiva de imponer un poder obrero y campesino.
Miguel Sorans (*) Guerra de guerrillas: un método. Ernesto "Che" Guevara. Artículo publicado en la revista Cuba Socialista, Nº 25, setiembre 1963
Narcotráfico y legalización de la droga
Los problemas con los cultivos de coca en Colombia los provoca el capitalismo y no la cocaína. Más concretamente, el imperialismo yanqui, principal mercado de consumo mundial y destino de la mayor parte de la producción del país. En EE.UU. hay aproximadamente 30 millones de adictos a las drogas (un octavo de la población total).
Si le sumamos los consumidores que no alcanzan el carácter de tales, tenemos una cifra mayor a los 34.700.000 que habitan Colombia. A nivel mundial, en 1997 los consumidores de estupefacientes representaban aproximadamente un 4,1% de la población mundial (235 millones de personas).
Este fabuloso negocio mueve cientos de miles de millones de dólares. Según los expertos, el grueso de las ganancias, más del 90%, se las embolsan los grandes narcotraficantes y sus socios en el mundo de las finanzas. Y el centro de esos peces gordos es, por supuesto, EE.UU.
Las vinculaciones del narcotráfico con otras actividades, como el turismo, los negocios inmobiliarios, las empresas financieras fantasma, el contrabando de armas, etcétera, son secretos a voces. La Unión Europea viene insistiendo en que las grandes tabaqueras yanquis Reynolds y Philip Morris, al facilitar el contrabando de sus marcas a Italia y España, habilitan el blanqueo de dinero del narcotráfico en negocios con varios clientes de Colombia (El País, 8/11/00).
La cruzada contra las drogas que adelanta en América Latina el gobierno de los EE.UU. es un operativo con objetivos económicos, políticos y militares que nada tiene ver con una preocupación humana o sanitaria por los daños que acarrea el consumo de cocaína, heroína u otras drogas.
Su guerra sin cuartel a los narcos colombianos es una pelea por quién controla y se beneficia de ese fabuloso negocio. La más grosera prueba de que EE.UU. no tiene la menor preocupación por los adictos fue el descubrimiento del operativo de la CIA que vendía crack en los barrios marginales de Los Angeles y otras ciudades para financiar la compra de armas para los contras antisandinistas.
Mientras se siga desarrollando la crisis crónica de la economía capitalista imperialista, y la recesión de las economías de la inmensa mayoría de los países semicoloniales, se van a seguir produciendo hojas de coca, marihuana, amapola, y se van a seguir consumiendo masivamente, con relativa independencia de su legalidad o ilegalidad.
Tal como ocurrió con la "ley seca" contra el alcohol en EE.UU. en la década del '20, la ilegalidad no resuelve -por el contrario, los agrava- los problemas del consumo, y engendra un creciente movimiento mafioso y violento. Por eso, dentro de las filas del propio imperialismo surgen voces, como el premio Nobel de Economía Milton Fridman o la revista británica The Economist, que propician la legalización. Los países latinoamericanos y asiáticos productores de marihuana, coca y amapola deberían legalizar su cultivo y comercialización.
Los problemas actuales vinculados a la droga provienen casi por completo de la ilegalidad. Si se legalizan, la producción y el mercado estarían sujetos a las regulaciones de los países productores y consumidores: se percibirían impuestos y obligaciones, los consumidores tendrían mucho mejor información sobre los productos y se ahorraría el alto costo económico, social y político de la prohibición y la represión.
La legalización le quitaría fuerza al pretexto que usa ahora EE.UU. para intervenir en los países productores. La legalización tendría que estar íntimamente ligada a una política para incrementar la investigación y el uso medicinal de estas drogas y a que el Estado asuma el tratamiento de los drogadictos, como cuestión de salud pública. La adicción a las drogas, anfetaminas y enervantes es una de las lacras que produce el sistema capitalista-imperialista en su fase decadente.
La legalización sería una salida transitoria, ya que sólo una sociedad socialista podría erradicar de raíz estos males. Estar por la legalización no significa estar de acuerdo o recomendar el consumo de marihuana, cocaína o heroína. Siendo legal o ilegal, no recomendaríamos a ningún trabajador, campesino, estudiante o intelectual que consuma drogas.
De la misma manera que no recomendamos a nadie -mucho menos a los trabajadores- que consuman alcohol o tabaco, o a los deportistas estimulantes. La legalización permitiría ubicar el tema de las drogas en su problemática y consecuencias humanas y sociales, separándolo de la represión y del suculento negocio que significa hoy para las grandes mafias y el imperialismo.

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