19 jun 2007

LA MITAD DE LOS OCUPADOS TIENE EMPLEOS DE BAJA CALIDAD

En mercados de trabajo como los de Argentina la mayor parte de los problemas laborales no se manifiestan a través de la desocupación. Mucha gente no está desocupada porque ocupa puestos de trabajo de muy baja calidad o porque ante la escasez de oportunidades se declara inactiva. Consecuentemente, el gran desafío pendiente no es reducir en algunos puntos adicionales la tasa de desempleo, sino generar condiciones para que se generen de manera masiva empleos de calidad.

Según el INDEC la tasa de desempleo para el primer trimestre del 2007 fue del 9,8% de la población económica activa. Se trata de un valor levemente superior al nivel observado en el último trimestre del 2006 cuando el desempleo fue estimado en el 8,7%. El crecimiento seguramente responde a factores estacionales y no implica una reversión de tendencia. Evaluado en perspectiva, cabe proyectar hacia delante que tasas de desempleo de un dígito constituyen un fenómeno permanente, que se mantendrá en la medida que se sostenga el buen ritmo de crecimiento en la actividad económica.

Superada la mítica barrera del digito, autoridades y analistas han planteado que el próximo desafío es profundizar la reducción hasta alcanzar un índice por debajo del 5%. La pregunta que cabe hacerse es: ¿Es esto el definitivo paso para saldar la deuda social que se deriva de los graves déficits en materia laboral? Datos que el INDEC releva junto con los de desempleo referido a la situación de las personas que están empleadas ayudan a aproximar una respuesta. En el cuarto trimestre del 2006 se observa que:

· El 51,5% de los trabajadores declaran estar ocupados como asalariados no registrados, cuentapropistas no profesionales, servicio doméstico, Plan Jefes o trabajadores sin salario.

· Sólo el 49,5% se desempeña como asalariado registrado, patrón o empleador, o cuentapropista profesional.

· Mientras que para los primeros la remuneración promedio mensual es de $544 para los segundos se estima en $1.640.

Los datos del INDEC sugieren que hay una profunda segmentación del mercado de trabajo. La manifestación más visible es que la mitad de los trabajadores están ocupando puestos de trabajo de muy baja productividad. Esto queda reflejado en una remuneración promedio que equivale a un tercio a la prevaleciente en el segmento más formal y dinámico.

Desde el punto de vista social, quienes ocupan este tipo de puestos de trabajo generan ingresos que apenas superan el costo de la Canasta Básica Alimentaria . Es decir, el nivel que necesita un hogar promedio para superar la condición de indigencia. Así, queda planteada la vinculación muy estrecha entre severos problemas laborales que los sufre aproximadamente la mitad de la fuerza de trabajo y la persistencia de elevados niveles de incidencia de la pobreza y la indigencia.

El ejemplo de la ciudad de Formosa resulta muy ilustrativo. Con una tasa de desempleo del 3.6% queda muy poco margen para profundizar su caída. Sin embargo, la incidencia de la pobreza en el segundo semestre del 2006 en esa ciudad era del 43.7%, uno de los valores más altos del país. En la Ciudad de Buenos Aires, con desempleo del 8,7%, la pobreza afecta al 10.1% de la población. La explicación es que los problemas laborales que tienen influencia decisiva en la situación social, no se manifiestan a través del desempleo, sino de puestos de trabajo de muy baja productividad y de gente que opta por la inactividad frente a las condiciones adversas. Este último fenómeno queda reflejado en una tasa de actividad extremadamente baja. Mientas que en Formosa el 34.6% de la población participa en el mercado de trabajo, en Ciudad de Buenos Aires la tasa de participación es de 49.8%.

Diagnosticar el funcionamiento del mercado de trabajo tomando como indicador exclusivo y excluyente la tasa de desempleo resulta conceptualmente incorrecto. Especialmente, en países como Argentina donde la informalidad es masiva. Este tipo de error de diagnóstico genera el terreno fértil para políticas públicas equivocadas. Por ejemplo, políticas laborales poco sensibles a la realidad de las pequeñas empresas y que discriminan contra el interior del país. En esta línea se incluye, entre otras, forzar incrementos de salarios nominales generalizados sin importar las heterogéneas posibilidades con que cuentas empresas de diferentes tipos, imponer regulaciones que agregan rigideces y distorsiones como, por ejemplo, las que promueven la litigiosidad laboral, o querer atacar la informalidad, masiva y fuertemente concentrada en pequeñas empresas, exclusivamente, con más fiscalizaciones.

No deberían medirse los desafíos pendientes en términos de reducir unos puntos más la tasa de desempleo, sino en la necesidad de transformar la realidad laboral de no menos de la mitad de la fuerza de trabajo. Para ello, el crecimiento económico con políticas laborales tradicionales no alcanza. Se necesita un menú mucho más amplio e imaginativo que tome como eje central la formalización de las pequeñas empresas.

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