29 may 2008

LIGA SOCIALISTA REVOLUCIONARIA: "LA GRAN CONTRADICCION DEL CORDOBAZO"

(Un artículo de Jorge Guidobono para Bandera Roja Nº 41, 15/6/1999)

Contra lo que gustaba repetir Menem acerca de que “el peronismo nunca apoyó un golpe de estado”, el golpe de Onganía contra el gobierno radical de Arturo Illia –el 28 de junio de 1966– lo desmiente. Perón no se pronunció en contra sino que, ante la asunción de Onganía afirmó esperanzado: “Al rengo hay que verlo caminar para saber de qué lado cojea”. La principal figura del peronismo en el país, el dirigente de la UOM y las 62 Organizaciones, Augusto Timoteo Vandor, se puso una corbata por primera y única vez en su vida para asistir a la ceremonia de asunción de Onganía.
Pero los primeros meses de 1969 empezaron a complicarle la vida al tirano: fuertes movilizaciones contra el encarecimiento del comedor universitario, el asesinato de los estudiantes Bello y Cabral y un clima de creciente descontento social, terminaron estallando el 29 de mayo de 1969 en Córdoba, a partir de la huelga de los trabajadores de las automotrices.
Ese día marcó un antes y un después en la historia del país. Los trabajadores, los estudiantes y el pueblo conquistaron la ciudad e hicieron huir a la policía.
La llamada Revolución Argentina de Onganía, entraba en una acelerada cuenta regresiva. En las altas esferas burguesas y militares se profundizaban las fisuras. Y entre los trabajadores y los estudiantes se soldaba la unidad en profundos procesos de radicalizació n, con importantes sectores de vanguardia y el grueso de las bases acompañando la lucha antidictatorial.
La lucha que abrió el cordobazo siguió en todo el país. Los “azos” se desparramaron por los cuatro puntos cardinales. De ellas fueron parte figuras como Agustín Tosco, René Salamanca, José Francisco Páez, Gregorio Flores y muchos otros.
Mucho se discutía entre la vanguardia de esos años, sobre las grandes líneas estratégicas de la revolución: si foco o partido, si guerra popular prolongada del campo a la ciudad, si insurreción urbana, si la clave era luchar por la conciencia de la clase obrera o implantar un foco rural y/o urbano.
Miles de compañeros participamos de esas polémicas, acompañados por la simpatía de decenas de miles.
La radicalizació n de franjas obreras, estudiantiles y populares, aumentaba. La división de la burguesía también. La caída de Onganía, dio lugar a un interinato de nueve meses del brigadier Levingston. Cuando asumió Lanusse la burguesía se había puesto de acuerdo, en lo fundamental, en una política común: el único que podía apagar el incendio iniciado en Córdoba, era el general Perón. Así nació el Gran Acuerdo Nacional (GAN), que fue un permanente “tire y afloje” con el general exiliado, para que volviera al país con las manos más o menos libres.
Ese proyecto se apoyaba en una realidad social y política altamente favorable para la burguesía: mientras el activismo discutía –y actuaba– sobre la necesidad de una estrategia revolucionaria, el grueso de la clase obrera y el pueblo seguían anestesiados por la educación de conciliación de clases, instrumentada en la época de bonanza del país (la segunda guerra mundial y la posguerra). Para esa gran masa, quienes discutían acerca de la revolución eran “buenos muchachos” que no se daban cuenta de que bastaba con lograr “que vuelva Perón, y se arregla todo”.
La experiencia de los trabajadores con Perón, que fue interrumpida con el golpe gorila del ’55, se transformó de hecho en una formidable palanca política para la burguesía: sólo él podía acabar con ese proceso de radicalizació n que amenazaba con extenderse, ya que era el depositario de todas las ilusiones de las masas.
El regreso de Perón y la alternativa electoral fueron “cuestión de Estado” para la burguesía. La vieja UCR aportó el funcionario para encabezar el Ministerio del Interior –Mor Roig– que fue posteriormente asesinado.
Como un hábil mago, Perón desplegó un mazo de cartas con un juego diferente en cada mano. Mientras con la izquierda hablaba de la “juventud maravillosa” y alentaba la lucha armada de Montoneros y otros grupos peronistas, con la mano derecha armaba los conflictivos pactos con Lanusse y el gran capital, e incluso dejaba correr la preparación de los “escuadrones de la muerte” de la ultraderecha, llamados posteriormente “Triple A”, que hicieron su debut con la masacre de Ezeiza de junio de 1973.
La maquiavélica conspiración armada por la burguesía y el Estado Mayor, tuvo múltiples idas y vueltas con Perón, pero funcionó.
Entre otras cosas, este funcionamiento se vio facilitado porque el grueso de las corrientes que se reclamaban anticapitalistas y socialistas no fueron capaces de comprender ni de enfrentar esta maniobra, ya que ello le significaba enajenarse la simpatía –así fuera pasiva– de una franja de masas peronista.
Así, a medida que avanzaba el GAN, se achicaba el espacio para la lucha sindical revolucionaria o para “los fierros”: la situación reclamaba definiciones políticas claras. Y eso era lo que faltaba. Un amplio espectro del llamado clasismo –desde Tosco y Salamanca hasta Santucho y Altamira– acuñó el impotente “Ni golpe ni elección, revolución”. A medida que se acercaba el tiempo electoral, esta consigna se tradujo en el llamado al voto en blanco.
La heroica vanguardia que actuó desde el Cordobazo en adelante no fue capaz de enfrentarse a Perón, y levantar una opción clasista y socialista ante el movimiento de masas. Hizo de cuenta que había “superado el electoralismo” y, por esta vía, de hecho le hizo un favor a Perón. Y este favor no se pudo tapar con el ruido de la más graneada salva de ametralladora. El PC, por su parte, constituía un bloque burgués (llamado Alianza Popular Revolucionaria, APR) con el PI de Oscar Alende y con la curia de la Democracia Cristiana encabezada por Horacio Sueldo.
La única corriente que tuvo la valentía política de enfrentar a Perón –a pesar de su pequeñez y, seguramente, también con errores– fue el PST. “No vote patrones, burócratas ni generales” fue la consigna que presidió las candidaturas de Coral-Ciappone en marzo de 1973 y de Coral-Páez, enfrentando a la fórmula Perón-Perón en septiembre del mismo año. Fue respaldada, respectivamente, por 70.000 y 180.000 votos.
Esta posición colocó al PST en un lugar de privilegio durante muchos años dentro de la izquierda (y estuvo en la base del desarrollo del MAS desde 1983 hasta 1990). Pero no fue suficiente para frenar el terrible curso a la derecha, abonado por Perón primero y por su señora después, que llevó al auge de las Tres A y culminó con el golpe del 24 de marzo de 1976.
Hoy es imposible saber si un bloque político de la izquierda clasista hubiera podido cambiar el curso de los acontecimentos. Lo que sí es seguro es que se hubiera podido oponer una mayor y más firme resistencia. También es seguro que los votoblanquistas de distinta procedencia, renunciaron –aunque con un discurso ultraizquierdista– a disputarle a Perón la “cabeza” del movimiento obrero. Y le facilitaron al general, la tarea de ser el enterrador político del Cordobazo.
jorge guidobono

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