5 jun 2008

NORA CIAPPONI: SITUACION NACIONAL

¿Hablando de oportunidades…?

Nora Ciapponi

Deberemos reconocer que los diversos conflictos que en los últimos meses vienen atravesando a nuestra sociedad y que estuvieron cruzados por disparatados dichos y hechos, han ayudado sustancial y repetidamente, a mantener viva nuestra inagotable capacidad de asombro.
¿Quién podría siquiera haber soñado que la Sociedad Rural (Cordoba) con su negra historia se atreviera a pedir a la Comisión de Derechos Humanos de la OEA “que inste al gobierno nacional a suspender las retenciones impuestas a la soja y al girasol por considerar que son violatorias de los derechos humanos?”
¿Quién creyó que el breve Ministro de Economía Lousteau fue –desde el gobierno- el fundamental responsable del conflicto entre el gobierno y el campo, como declaró Alberto Fernández el día después que el ex ministro dejó sus oficinas?
Por estos golpes de efecto –cercanos al ridículo- resulta más complicado analizar en toda su dimensión y complejidad los reales intereses y enfrentamientos de quienes aparecen confrontando, ya que estamos obligados permanentemente a separar cuánto hay de realidad y cuánto de ficción (o actuación) entre los principales actores.
El escenario y los problemas, son sin embargo, mucho más grandes y complejos que los que en nuestro país se ventilan y reconocen, inmersos como estamos en una grave crisis mundial por el alza exorbitante de los precios de los alimentos.
El “oro blanco” como se llama hoy al arroz, ha multiplicado su precio. De u$s 327 la tonelada hace un año, pasó a u$s 894, llevando a millones de personas a una situación desesperante.[1] El trigo ha doblado su precio, y el maíz aumentó un 60%, ambos alimentos indispensables, que junto al arroz, no tienen sustitutos. Las consecuencias no se hacen esperar, por lo que se pronostica que 33 países pobres pueden sufrir todo tipo de hambrunas, como ya ocurre en Haití, Filipinas, Indonesia, Egipto o Pakistán. Por esta causa, numerosos países productores-exportadores de arroz, maíz o trigo, tratan de proteger sus mercados internos; otros suben los derechos a la exportación de alimentos (China, India, Rusia) o directamente prohíben las exportaciones de arroz como en China, India, Egipto y Vietnam.
Estas elementales medidas tomadas para garantizar la seguridad alimentaria, sin embargo, reciben la airada respuesta de los conocidos partidarios del “libre comercio”, prestos siempre a buscar “oportunidades” y obtener ganancias extras, aún cuando ellas provengan de la destrucción a la que son llevados millones de seres humanos que no pueden acceder a la comida. Son también los que presionan para que no existan controles gubernamentales de ningún tipo, bajo el oportunista argumento de que cualquier intento de control acrecentará la ola inflacionaria.
Porque si bien es cierto que hace ya mucho tiempo los alimentos vienen siendo convertidos en mercancías producidas para obtener ganancias y no para dar comida a quienes la necesiten, la situación se agravó porque ahora son mercancías que se cotizan directamente en divisas y en el mercado mundial, con precios completamente divorciados de los reales costos de producción. Ello se explica porque sumas inmensas de capitales especulativos provenientes de los críticos centros financieros e inmobiliarios, se orientaron al mercado internacional de alimentos provocando un aumento vertiginoso en los precios.
Pero esta crisis alimentaria que amenaza con prolongarse en el tiempo (se habla de 10 años), es también resultado de las políticas neoliberales que desde hace décadas se vienen imponiendo a los países pobres, obligándolos a realizar profundos cambios estructurales que son impulsados desde el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y de la Organización Mundial de Comercio. Desmantelando leyes de protección nacionales y liberalizando el comercio, se obligó a abandonar la producción local, se abrieron mercados y tierras a los agros negocios mundiales, a los especuladores y a las exportaciones subsidiadas provenientes de los países ricos.[2] Las tierras fértiles fueron así reconvertidas para servir a la producción de commodities para la exportación, con cultivos de alto valor para abastecer a los supermercados occidentales. El pueblo haitiano, que se abastecía con la producción local de arroz, por ejemplo, hoy no puede comprarlo, ya que una pequeña lata del importado cuesta 65 centavos de dólar, con lo que apenas se puede dar de comer a un niño.[3]

¿“Oportunidad” y para quién?

Mucho se habla de las bondades que tendría nuestro país para aprovechar los altos precios de los alimentos en el mundo y especialmente por nuestra condición de productores. Sea para continuar el “crecimiento” económico –se dice- como para distribuir la riqueza. Sostener estos argumentos, sin embargo, cuesta cada vez más, sencillamente porque nadie los cree. Igualmente desde el gobierno se continúa usándolos, como si nos alimentáramos de palabras o verdades ajenas a nuestro cotidiano modo de vivir, sufrir y sentir. Para ello abusa de mentirosas cifras de inflación o de diversas estadísticas que marcarían en medio de subas incesantes del costo de vida, una supuesta baja de los índices de pobreza y de indigencia; o de un crecimiento industrial que -se dice- continuó ascendente en los últimos meses, porque el paro del campo no le habría hecho ni mella. Todo, simplemente, “mágico”… No importan las dudosas fuentes de las que provienen esos datos, como tampoco la percepción popular que los rechaza.
Sin embargo, la mayoría de la población argentina considerada pobre, representada por aproximadamente once millones y medio de personas (de las cuales 3.500.000 serían indigentes)[4] vive, al igual que gran parte de la población mundial, bajo el acuciante sufrimiento de no poder acceder a un plato de comida. De esta manera, la contradicción país rico en alimentos-pobre en el nivel de ingresos de la mayoría de su población, vuelve a ser tan aguda como en las mejores épocas del llamado “pasado” neoliberal, el que fue cuestionado masivamente por las rebeliones del 2001/2002, y que los gobiernos K insisten -una y otra vez- haber dejado atrás.
Por eso cuando se habla de aprovechar supuestas “oportunidades” para el país (una palabra irritante porque que esconde el hambre que conlleva), es necesario ponerle nombre y apellido a los pocos y mismos beneficiados.
Sin ir demasiado lejos en el tiempo podemos recordar cómo en plena crisis a finales de la década del 90 y durante los primeros años del 2000, en el mismo momento en que millones de familias argentinas padecían hambre, los grandes exportadores de alimentos recogían importantes ganancias aprovechando la demanda internacional. Están grabadas en la memoria aquellas imágenes de padres sin pan y sin trabajo, rodeados de niños revolviendo la basura al cierre de los restaurantes o del Mac Donalds. No se escuchó entonces ninguna voz de quienes hoy reclaman con desenfrenada avaricia y para sí, supuestos “derechos humanos”. Tampoco se oyó la firme voz de algún poder de turno, sea radical o justicialista prohibiendo, sí prohibiendo, exportar un solo grano de alimento mientras permaneciera la dura emergencia.
Escondidos para no hacer ruido por el temor a que se les aguara la fiesta, los poderosos de los agro negocios destinaron sí un poco de soja para los vacíos platos. ¿Se recuerdan? La transgénica, la que ellos exportan para comida de animales. Aquella que ofrecía tantas bondades que suplía a la propia leche y a la carne. Sólo había que aprender a exprimirla y a cocinarla, y si después de recibir un curso seguías sin aprender (de los tantos que se dictaron en los barrios pobres durante meses), la responsabilidad por no acceder a una buena alimentación era simplemente, tuya.

Inflación, engaños y falsas mediciones

Lo cierto es que después de la devaluación, vinieron los años de recuperación económica sostenida, de obtención de mayores ganancias para los grandes exportadores, de record en superávit fiscal acumulado por la administración K. Igualmente ¡estalló la cosa! Justo aquí, donde todo estaría preparado para recibir voluminosas ganancias. Ni más ni menos que una implosión, producto de la voracidad instalada entre agro exportadores y gobierno por ver quién se apropia del mayor porcentaje de la renta lograda por los altos precios de los alimentos y volúmenes de exportación. Una abrumadora pelea de “socios”, reafirmada por el hecho incontestable que nunca, tampoco ahora en plena crisis, surgió -por parte del gobierno-, ningún proyecto alternativo al modelo sojero-dependiente que sufrimos.
Lo paradójico es que en un país con crecimiento sostenido, con expectativas de recaudación mayor que nunca, con sólidas arcas que lo prevendrían de cualquier fuerte ventarrón de la economía mundial, se produjo igualmente una importante crisis y confrontación nacional. Sin dudas, el más importante revés que sufrieron los gobiernos K. desde que asumieron.
Seguramente, la administración K creyó que todas las contradicciones estaban resueltas con su llegada al gobierno, y que tendría pasaporte permanente sin necesidad de reválida para futuras reelecciones, bastando sólo algunas maniobras por aquí y por allá. Tal vez colaboró a este engaño el consenso social-político logrado en los primeros tiempos por la reactivación económica, o la política de derechos humanos, u otros gestos. Tal vez se cebaron ante la “habilidad” de Néstor Kirchner, largamente demostrada para comprar o cooptar a movimientos sociales, a intelectuales, o para impedir el desarrollo de cualquier oposición…
Lo cierto es que los K actuaron como si la crisis institucional y de representación que arrasó con todo en el 2001-2002 no hubiera existido, o se hubiera superado a partir de su gobierno. Aún cuando analistas de otras latitudes consideraron siempre que la nuestra, fue la más grave de las producidas en el Continente. Porque nada quedó en pié. Ni la Justicia, ni el Parlamento, ni la Policía, Ni los Partidos Políticos… Menos que menos quedó a resguardo la política misma, vivida por la población como estafa, como virtual separación/oposición entre dirigentes y dirigidos, lo que permanece tan presente en la memoria colectiva, como se realimenta cotidianamente.
Una mirada gubernamental autoritaria, imposibilitada de ver más allá de su propio entorno, sin otro horizonte estratégico que perpetuarse, no podía más que actuar como un revulsivo en las heridas abiertas de una sociedad que se reconoce tan manipulada como descreída. Evidentemente, esta percepción está lejos de la piel gubernamental de los K. y de su entorno, evidenciado en el hecho de que festejaron como triunfo aplastante, el resultado de urnas tan apáticas como carentes de alternativas.
El descreimiento, instalado con antelación a las elecciones continuó, y se aceleró después.[5] No porque Cristina sea mujer (como engañosamente plantea), sino porque la sociedad terminó de percibir en toda su dimensión que los problemas que ya presentaba la primera administración Kirchner no sólo no eran corregidos, sino lo que es peor, se acrecentaban. Por evidente decisión matrimonial y del reducido entorno gubernamental, no se removió a ninguno de los ministros cuestionados; tampoco se reinstaló a los funcionarios y empleados despedidos del INDEC ni se volvió a las antiguas mediciones del organismo. Y lo que es peor, nunca se reconoció la existencia de un real proceso inflacionario, continuándose con la manipulación de los índices de costo de vida y de pobreza, mientras se abrían en tijeras la percepción popular y las estadísticas privadas, muy lejos de las magras cifras del INDEC oficial.
Se volvió entre gallos y medianoches a la liturgia peronista, reorganizando al PJ bajo la conducción de Néstor Kirchner. De esa manera se recuperaron escenarios y Congresos junto a Moyano, D’Elía, los gordos sindicales o los cuestionados gobernadores e intendentes, sin dar explicaciones de que había ocurrido con la famosa transversalidad. O con aquellos pomposos actos en los que pocos meses atrás mostraban a Cristina con otro discurso y en otro escenario, previamente diseñado y controlado hasta el detalle, limpio de pobres y de marchas peronistas, para el objetivo de conseguir votos en la clase media.

Cosechando tempestades

En medio de una creciente pérdida de confianza, el 11 de Marzo se anunciaron las retenciones móviles a la exportación de la soja. A partir de allí y desde hace tres meses, la sociedad se encontró envuelta en un enfrentamiento entre quienes se hacían llamar eufemísticamente “el campo”, supuestamente caracterizados por su laboriosidad, sacrificio y despojo creciente al que serían sometidos (donde entrarían los grandes, los medianos y hasta los peones rurales), y la ciudad, los “urbanos”, donde está en primer lugar el gobierno, seguido por los vagos supuestamente mantenidos por él, los pobres y los indigentes, los empresarios industriales y de servicios que son subsidiados, los gordos dirigentes sindicales, los trabajadores, etc.
Esta descripción hecha por los empresarios rurales, más cercana a la ciencia ficción que a la realidad misma, igualmente les resulta útil para instalar una pelea de largo alcance con el gobierno, ya que consideran que las retenciones les pertenecen en su totalidad. Una mayoría social, más allá de involucrarse o no en la contienda, sufrió las consecuencias que trajo el conflicto: aumentos de precios continuos, escasez de alimentos, incertidumbre, inestabilidad laboral, además del temor creciente a una crisis de mayores consecuencias sociales y políticas.
Con el correr de los días y luego de muchas confusiones, encontradas opiniones y apoyos efímeros de la sociedad para uno u otro bando, una amplia mayoría social, agotada de sufrir los efectos de la contienda, fue colmando su paciencia y hartazgo contra ambos, para terminar reclamando enfáticamente por el cese del conflicto. Colabora a este broche critico, la pelea de poder que se instaló por quién doblegaría a quién, especulándose por parte de ambos bandos en cómo serian procesados y/o capitalizados por uno u otro sector social los resultados del conflicto. El multitudinario acto realizado en Rosario por las organizaciones del campo el 25 de Mayo, y en el que continuó primando una clara política ofensiva del sector, dejó aún más debilitado y aislado al gobierno nacional, el que sigue sin acertar con el rumbo a seguir.
Fiel a su manera de actuar, tampoco nada hizo para esclarecer frente a la sociedad sus argumentos y decisiones. Por el contrario, como si representaran un “secreto de sumario”, el gobierno nunca informó a la población qué se discutía en las decenas de reuniones realizadas con las organizaciones del campo, o cuáles eran las dificultades para llegar a un acuerdo. Menos que menos rompió amarras para explicar las consecuencias que traería no aplicar la política de retenciones. Por el contrario, desperdició valiosos tiempos de micrófono que sólo usó para agitar peligros inexistentes de golpe de estado, o lo que es peor, para entrar en interminables dimes y diretes con los ruralistas después de cada fracaso en las negociaciones.
De esa manera, el gobierno se fue así aislando y encerrando en sus propias filas, o lo que es lo mismo, apelando a un alicaído y desprestigiado Partido Justicialista, muy lejos de ser visualizado por los sectores populares como representante y/o defensor de sus intereses.
Un hábil y oportunista abanico de denuncias/”reivindicaciones” levantadas por “los productores agrarios”, hizo el resto. Por un lado, denunciando el creciente centralismo político del matrimonio K; el manejo que el Poder Ejecutivo hace de los fondos, sin rendir cuentas a nadie; el hecho que han dejado al Congreso como un adorno inservible; que se compran voluntades de intendentes y gobernadores a punta de billetera; que no se puede seguir permitiendo el pisoteo del federalismo; que el Congreso debería estar discutiendo una verdadera política agropecuaria, etc. etc.
Sin dudas, un mezquino pero atrayente paquete lanzado por el gran capital de la soja y el agro negocio, destinado a arrastrar tras sí a productores rurales medios y chicos, a la clase media de los pueblos y ciudades del interior, e incluso a trabajadores rurales, tras el espejismo que si se triunfa contra el gobierno, se beneficiarán todos. Lo alarmante, es que el discurso logró importante apoyo y movió voluntades.

Otro país, otro campo

Poco se sabe de los grandes cambios que ha sufrido el campo argentino desde el 2002 a la fecha (último censo), especialmente dinamizados por el incremento de las exportaciones y las altas ganancias producidas por el tipo de cambio instalado con la devaluación. El Centro Interdisciplinario de estudios agrarios de la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA extrajo a partir de los resultados del censo del 2002, dos cambios centrales. El primero se refiere a la concentración de la propiedad, la que habría crecido en los 14 años transcurridos entre uno y otro censo (1988-2002) en un 21 % a nivel nacional, y en un 29 % en la región pampeana. El segundo cambio, de lejos hoy el predominante, es el arriendo de grandes extensiones de tierra realizadas por los grupos de inversión en los que están los llamados pools de siembra, donde se concentra alta inversión financiera, en su mayoría extranjera. Dichos grupos están concentrados en la producción de la soja y sus ganancias son tan altas que pueden ofrecer altas cifras por arrendamiento. Asociados a los oligopolios de la comercialización y del transporte, y a las multinacionales de las semillas transgénicas y de los agros tóxicos, fueron constituyéndose en un poderoso sector económico, el que cuenta con una amplia base social, esencialmente aportada por la clase media de los pueblos y ciudades del interior, la que ha visto elevar cualitativamente su nivel de vida y de consumo a partir de la bonanza. Poco importa entonces, si los llamados barones de la soja son propietarios o no de la tierra, porque actúan como tales, ya que por la celeridad, complementariedad y eficiencia con la que actúan, no sólo obtienen los mejores rindes, sino también la mayor rentabilidad, factores que eliminan cualquier posible competencia.
De esta manera, el proceso de desplazamiento que vive el campo –señala Ezequiel Meler- es doble: de producción y de productores, dado que “Se ha ido desplazando del sector rural a miles de pequeños y medianos productores de tipo familiar. Ante la imposibilidad de competir, sea en términos técnicos, en economías de escala, o en términos de integración productiva, muchos chacareros han elegido convertirse en simples rentistas, opción que se entiende, asimismo, considerando los altos arrendamientos que perciben. En un proceso que asusta por la velocidad con que se desarrolla, la agricultura argentina se está quedando sin agricultores. Al mismo tiempo, el boom internacional de la demanda de soja vuelca las preferencias de los fondos de inversión hacia este producto, encareciendo el precio de la tierra de mejor calidad, tanto para el cultivo de otros cereales –principalmente, el trigo y el maíz- como para la actividad ganadera”. [6][7]
El gobierno, preocupado por recaudar y recaudar para contar con amplio margen de maniobra, sea para cumplir con los compromisos de la deuda externa o para repartir subsidios a las empresas parasitarias de los servicios y el transporte (o para lo que arbitrariamente decidan), ocultó siempre los graves desequilibrios que sus socios producían en el campo, causa también del encarecimiento sostenido de los productos alimenticios.
El peligro creciente de que terminemos en pocos años importando alimentos -como ya ocurre con otros países agricultores- representa, por tanto, algo mucho más serio que una simple amenaza.
En últimas, hemos vuelto a ser pioneros en la aplicación de las políticas neoliberales mundiales. Ayer, con Menem, entregando el petróleo, las empresas de servicios y el transporte. Hoy, con los Kirchner, ofreciendo nuestras tierras a la voracidad sojera y minera. Y lo que es peor hoy, en nombre del “progresismo”.
Por eso, no basta con pegar gritos airados contra la “oligarquía”, “el pasado menemista” o el “yuyo verde”. Se trata de dar alguna clara señal política que indique que se quiere poner fin a un modelo tan destructivo como empobrecedor. O que se está dispuesto a abrir el debate con las mayorías populares sobre qué país queremos y necesitamos.
Por el contrario, las administraciones K son responsables de haber facilitado que los “dueños” del campo acrecentaran un poder económico ilimitado, el que sin dudas se potenció y amplió social y políticamente a partir del desarrollo del conflicto. De esta manera, la dinámica abierta va produciendo nuevos realineamientos como relaciones de fuerza claramente desfavorables a los trabajadores y mayorías populares, aunque difícilmente podamos verlas hoy en toda su dimensión y consecuencias.
De esta manera –e irresponsablemente-, se dilapidan las energías y firme decisión de millones de argentinos que en el 2001/2002 salieron a las calles para derrotar la política neoliberal que hoy goza de plena salud.

Un giro radical

No reconociéndose en ninguna de las organizaciones que hoy motorizan el conflicto agrario, los integrantes del MOCASE (Vía Campesina) de Santiago del Estero se preguntan: ¿De qué distribución de la riqueza habla la Presidenta cuando la mayor riqueza está en la tierra?...Lo que pasa es que para nosotros no tiene precio, no es una mercancía. Por eso lo que hay que cambiar es el sistema”.[8]
Sin dudas, el cambio que propicia el MOCASE y otras numerosas organizaciones que componen “Vía Campesina”, implica un giro radical orientado hacia un nuevo modelo agrario sustentado en la soberanía alimentaria, claramente alternativo al de las políticas neoliberales que priorizan el comercio internacional en detrimento de la alimentación de los pueblos, ya sea haciendo depender de las importaciones agrícolas, o reforzando una industrialización destructiva que destruye el patrimonio genético, cultural y medioambiental.
La lucha por la soberanía alimentaria representa un proyecto alternativo, sólido y sustentable. Parte de reconocer el derecho de los pueblos y de las comunidades, a definir sus propias políticas agrícolas, pesqueras y de tierra, lo que incluye la lucha por la reforma agraria, la biodiversidad, el control de la producción y de los mercados, el acceso y control de los pueblos a la tierra y al agua.
Un proyecto de estas características no tiene defensores en las filas del kirchnerismo, como tampoco en los partidos llamados de oposición. No se puede esperar entonces que parte de las retenciones sea destinada a promover, desarrollar, dar créditos y todo tipo de facilidades a los pequeños agricultores y productores, campesinos, indígenas o tamberos dispuestos a impulsar los imprescindibles emprendimientos agrícolas o ganaderos que desplacen la creciente sojización de nuestros campos.
Seguramente habrá que seguir organizando y luchando desde abajo, como lo hace el Movimiento Nacional Campesino Indigenista (del cual el MOCASE es parte), profundizando el intercambio de experiencias y proyectos con los diversos movimientos sociales organizados en Vía Campesina, un movimiento de movimientos que crece en difusión y extensión mundial.
El conflicto que nos tiene de rehenes hace ya tres meses, lo debemos aprovechar para salir con mayor claridad y conocimiento de los problemas que globalmente enfrentamos, como país y como sociedad. Porque en cada lugar de trabajo, estudio, barrio o comunidad y donde fuera, logramos ejercer el derecho a intercambiar ideas y opiniones, a leer y escuchar distintas posiciones, haciendo esfuerzos denodados para no ser arrastrados por uno u otro lado de la contienda, lo que no ocurrió –desgraciadamente- con parte importante de la izquierda tradicional o de numerosos intelectuales, alineados tras los rebeldes de la soja o del gobierno.
Avanzando en otra dirección y con no pocas dificultades por la quietud que siguen manifestando los trabajadores y sectores populares de Capital y Gran Buenos Aires, resulta necesario destacar el inicio de la campaña “Contra el hambre y la inflación” (impulsada por el Frente Popular Darío Santillán, el FOL, el Movimiento Nacional Campesino Indígena y otras organizaciones sociales), las que realizaron una colorida movilización por las calles de Buenos Aires el 29 de Mayo reclamando/escrachando frente a los edificios de la Sociedad Rural, de Repsol-YPF y del Ministerio de Economía. O la declaración titulada “Otro camino para superar la crisis”, impulsada por Eduardo Lucita y firmada por intelectuales ligados al campo popular, la que claramente se distancia de cualquiera de las dos falsas opciones en que se pretende encorsetar la pelea.
Evidentemente, se hace necesario sacar lecciones como redefinir alianzas, a la par de seguir construyendo nuevas formas de hacer política. Alianzas que deben ir logrando la confluencia de campesinos, trabajadores rurales, pescadores, pequeños y medianos productores y pueblos indígenas, junto a los millones de trabajadores y el pueblo pobre de las ciudades, los que no sólo reclaman el acceso a los alimentos, sino también a la vivienda, la salud, la educación o el transporte. Una real pelea –conjunta- por la distribución de la riqueza, con políticas que nos independicen de los poderosos de uno u otro signo. Que nos vayan permitiendo construir desde abajo, un poderoso movimiento de transformación social.
[1] Mientras un habitante del sudeste asiático necesita 170 kilos por año, un europeo sólo consume siete. Por esa razón también la inflación será sumamente penosa para los países pobres.
[2] Informa página web “Visiones del Caribe”.
[3]"El arroz barato importado destruyó el arroz" producido localmente, señaló el nuevo Presidente Préval. "Hoy, el importado se volvió caro y nuestra producción nacional está en ruinas, y hay aun más miseria", añadió.
[4] Entre la medición oficial y las privadas habría una diferencia en torno a 3.000.000 de pobres.(!) Para estas últimas, habrían aumentado 1,3 millones los pobres durante el 2007/08 (x la suba precios alimentos) quebrándose la tendencia a la disminución que venía desde 2003. (Clarín, 27/4/08).
[5] Leer “Las aguas suben turbias” referido al proceso electoral, escrito por la autora en Octubre 2007.
[6]
Modalidades de concentración de la tierra en la Argentina reciente. Los pools de siembra.
Noticias del Sur

[8] Maldita soja”, revista MU número 14.

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