28 jul 2008

BOLIVIA: EL REFERENDUM

Por Rafael Bautista S. (TRIBUNA BOLIVIANA)

Si toda la discusión sobre el referéndum se reduce a si es legal o
no, si soluciona la crisis o no, lo reducido es, en última
instancia, el referéndum mismo. Si la derecha imprime su sesgo a la
agenda de la discusión intelectual, entonces la izquierda sólo puede
responder de modo defensivo, entonces acontece la superficialidad
del asunto: yo soy más democrático y tú no, tú eres más autoritario
y yo no. Como sea, el yo es aquel que siempre tiene la razón: la
verdad se vuelve propiedad de alguien. Y este sinsentido lo promueve
precisamente aquel que no sólo promueve la anarquía institucional
sino propicia, también, el desconcierto intelectual. En esa trampa
se mete la izquierda cuando sigue el guión que establece la derecha.

Es evidente la negación de la derecha a medir su legitimidad de modo
real; no sólo porque está acostumbrada a inventarla sino porque eso
significaría reconocer la soberanía real que posee el pueblo, que
es, en última instancia, el lugar donde radica la legitimidad, el
poder y la soberanía. La derecha acostumbra a expropiar la
delegación política que recibe del pueblo, por eso nunca rinde
cuentas y se ríe de cambiar aquello; cree que la legitimidad la da
la usurpación del poder que practica. Por eso su negación es
coherente con aquella expropiación sistemática que practica. Pero
cuando la izquierda ingresa a la discusión desde las premisas que la
derecha impone, entonces ya no se ve esto y todo empieza a diluirse
en superficialidades que nunca (y esta es la intención última)
muestran la gravedad del asunto.

Un referéndum era bueno si confirmaba una expropiación de la
decisión; pues la pregunta que se imponía sobre los estatutos, en
realidad, era ésta: ¿nos da usted carta blanca para decidir por
usted? No importaba la respuesta, porque era una pregunta que se
respondía a sí misma; y esta traducía la concepción que la política
moderna tiene sobre el poder: "una dominación legítima sobre
obedientes" (Weber dixit). El obediente sólo sabe decir sí a la
dominación que se le ejerce, por eso cuando dice sí a la dominación
entonces todo está bien. Pero si el referéndum es real y deposita en
la gente la resolución política del conflicto, entonces todo está
mal. El cuco de todo esto está en admitir que la última sede del
poder radica soberanamente en el pueblo. Frente a esto la derecha
reacciona y trata de imponer –vía Unitel (la mafia continúa) y sus
gemelos, o Fides y Panamericana– lo que su conciencia colonial le
imprime como impronta de vida: la confrontación.

La derecha no puede democratizar la sociedad que dice representar
porque eso supondría la inclusión real de las grandes mayorías
populares e indígenas; pero sus prejuicios coloniales le impiden
eso, pues es precisamente la exclusión, discriminación, explotación,
negación de aquellas el fundamento de sus privilegios. Por eso sus
intereses jamás han coincidido con el interés nacional, pero sí con
el interés ajeno. La oligarquía boliviana se hizo a sí misma
dependiente desde el mismo momento en que opta por ser intermediaria
de los intereses imperiales del capital mundial. Eso produjo su
dependencia pordiosera, fruto de su desidia colonial, incapaz de
producir ella misma los antojos de sus deseos provincianos, viviendo
siempre a costa de aquellos que financiaron con sus vidas sus
costosos apetitos y, por los cuales, siempre estuvo dispuesta a
rifar a su propio país.

Por eso no puede concebir que se le devuelva la soberanía política a
aquel que la oligarquía siempre miró por encima de su hombro. Su
negativa expresa esta su condición colonial, cuya legitimidad radica
más en la injerencia externa que en la soberanía interna, por eso se
postra ante Goldberg o defiende a Alan García (si se trata de un
asunto bilateral, no duda en ofender al propio para defender al
ajeno). Por eso acude a la chicana leguleya para borrar con la
calumnia lo que firmó con sus errores. No hay disposición alguna que
pueda resolver un conflicto y, un conflicto, como el boliviano, debe
resolverse políticamente, lo cual se empieza devolviendo la
soberanía a quien le corresponde. Lo otro es el enfrentamiento y
esto es lo que significa el no al referéndum. No se trata, en última
instancia, quién gana o quién pierde (esto es el nivel estratégico),
sino de reconstituir la política sobre bases firmes y duradera y
esto empieza por acabar con la expropiación de la decisión. No
pueden unos cuantos decidir por el resto y menos cuando estos se
arrogan competencias que nadie les otorgó, como las famosas juntas
autonómicas. Tampoco un departamento podía decidir algo que afecte
al resto. Desde George Jackson esto se conoce como un atentado: una
asamblea en el extremo, que apenas representa una parte de la
nación, no puede tomar una decisión que afecta al todo de la nación.
La puesta en práctica de un mecanismo semejante constituye un
delito. Pero el delito mayor es negarle al pueblo su soberanía y
arrinconarlo al enfrentamiento. Que un presidente sacrifique su
mandato democrático, en aras de evitar el enfrentamiento y proponer
una solución política al conflicto es algo que debería reconocerse y
es, precisamente, ese algo, lo que no está en la agenda de
discusión. Porque esto significa descubrir la naturaleza política de
la derecha de nuestro país.


La Paz, Julio de 2008
rafaelcorso@yahoo.com

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