11 mar 2008

TRIBUNA DE OPINION: "LOS ESTADOS DESUNIDOS DEL SUR"

La insolencia de su ignorancia
Sobreactuación culposa
El poder bifronte
Infantilismo versus unidad

El más elemental sentido común indica que, cuando estalla un conflicto entre dos países amigos, Venezuela y Colombia en este caso, no se debe viajar a uno de ellos como si nada pasara. La visita de Cristina de Kirchner al amigo bolivariano a horas de que éste ordenase en vivo y en directo “¡Muévame 10 batallones hacia la frontera con Colombia! ¡De inmediato! ¡Batallones de tanques! ¡La aviación militar, que se despliegue!”, debió haber sido suspendida o al menos postergada.
La chávez-dependencia y el temor a la incontinencia verbal del presidente venezolano les impidieron a los Kirchner tomar la decisión que correspondía: no viajar en medio de ese despliegue bélico mediático contra un país que no había agredido en modo alguno a Venezuela. Para disimular el bochorno de este viaje, hubo que exagerar periodísticamente el rol mediador y apaciguador que la señora iba a cumplir en la Cumbre del Grupo de Río que debía tener lugar poco después en Santo Domingo, República Dominicana.

La insolencia de su ignorancia

Pero difícilmente pueda desempeñar ese papel quien está públicamente enrolada en el pelotón que sigue a una de las partes. Por eso el vuelo de la paloma de la paz kirchnerista resultó gallináceo. En primer lugar, Cristina Fernández creyó que la Cumbre del Grupo de Río sería el escenario en el cual podría vengarse de la humillación del fallido rescate de rehenes en diciembre del año pasado. Por eso le reprochó al presidente colombiano, Álvaro Uribe, haberle dicho en Buenos Aires, en diciembre del año pasado, que las FARC no deseaban liberar a nadie. “Y desde entonces, siete personas han vuelto a la vida”, agregó, sin reparar en que fueron liberadas precisamente para que ella y otros idiotas útiles hagan de voceros de las FARC sosteniendo una posición benévola en los foros mundiales hacia un grupo que desafía la integridad política y territorial de un país democrático. La respuesta de Uribe la puso en su lugar, ya que Cristina se estaba además adjudicando méritos inexistentes: “Usted hizo un gran aporte estructural, pero el canje humanitario se venía abordando desde mucho tiempo antes”.
Cuando el colombiano, en su respuesta, se refirió también al crescendo de la violencia en su país, casi parecía estar hablando de la Argentina de los años 70: “Llegó el paramilitarismo matando con crueldad a sindicalistas acusándolos de ser cómplices de la guerrilla y la guerrilla matando también sindicalistas con la excusa de que eran cómplices de los paramilitares”. Pero el setentismo argentino no ha aprendido nada; lo cual es evidente en la visión maniquea de la historia con la cual se absuelven a sí mismos de toda responsabilidad en la espiral de violencia que desembocó en el golpe del 76. Por eso hoy tienen una mirada cómplice hacia las FARC y por eso no salió del pico de la paloma mensajera ni una sola condena al accionar de esa guerrilla. Los últimos testimonios sobre la crueldad del trato a los rehenes los dejan indiferentes o los llevan a presionar más a Uribe como si fuese éste el que los tiene encadenados en la selva. En vez de contribuir al aislamiento político de las FARC, les dan oxígeno internacional, contrariando los esfuerzos del gobierno colombiano en el combate a esa guerrilla. Para el presidente de Ecuador, para su par de Venezuela –también para la cancillería argentina alineada con él- y para los franceses, la muerte de Raúl Reyes resultó una contrariedad en sus planes de sacar provecho mediático del conflicto que desangra a Colombia. Ahora resulta que todos ellos tenían trato con el jefe guerrillero en desconocimiento del principal interesado. Presentan además, sin fundamentos, a Raúl Reyes como moderado y dialoguista. Como lo definió Chávez, “un buen revolucionario”, cuyo último acto fue oponerse a que una delegación de la Cruz Roja visitase a los rehenes a fin de comprobar su estado de salud.
“Yo tampoco estoy de acuerdo con la unilateralidad. En todo caso, me gustaría que todos se comprometieran con la lucha contra el terrorismo”, pidió Uribe. En vano. Aunque el gobierno argentino no quiera llamar terroristas a las FARC, debería como mínimo condenar claramente su accionar y exigirle la liberación incondicional de los rehenes. No lo ha hecho nunca. El colombiano le dijo a su par nicaragüense, Daniel Ortega, algo en lo que no parecía reparar ninguno de los participantes de la reunión: “Hay una diferencia entre las insurgencias que combaten las dictaduras y los grupos armados financiados por el narcotráfico que obstruyen la democracia. Las FARC no son insurgentes contra una dictadura, sino sanguinarios contra una democracia”.
Cristina Kirchner también le recriminó a Uribe que no dialogase con las FARC como lo hacen algunos países de la Unión Europea pese a considerarlas terroristas. Una muestra más y van…. de la ignorancia kirchnerista en materia internacional. También una expresión de la soberbia del que cree que la película –la historia misma en este caso- empieza cuando él llega. El gobierno colombiano no se niega a dialogar con las FARC. Tampoco rechaza la intermediación de terceros países y hasta la ha promovido, siempre que no le falten el respeto, como hizo el amigo bolivariano de Cristina. A lo que se niega es a ceder a las exigencias previas de la guerrilla para iniciar un diálogo: en concreto, el despeje militar de dos municipios enteros. Y no es por empecinamiento sino por experiencia. Porque ya sucedió: de 1999 a 2002, hubo tres años de estériles negociaciones de paz, usados por las FARC para ganar tiempo y fortalecerse. Por otra parte, las últimas liberaciones ya demostraron que no es necesario ningún despeje y que todo eso no es más que una excusa y un montaje propagandístico. Cierta prensa subrayó el hecho de que las últimas liberaciones fueron un gesto unilateral de las FARC, sin contraprestaciones. Pero unas semanas antes, el gobierno colombiano también había liberado a prisioneros de las FARC sin contraprestación, entre ellos, al “canciller” del grupo, Rodrigo Granda.
Cristina de Kirchner habló con el tono admonitorio de quien cree tener autoridad moral para ello. Pero el mérito que se arroga en la defensa de los derechos humanos le cabe a los que lucharon cuando ésos derechos eran conculcados. Perseguir treinta años después -a sabiendas de que no habrá consecuencias- a los miembros de una institución, despojada ya de las atribuciones que no le correspondían y debidamente integrada a la vida democrática por las políticas de administraciones anteriores, no representa ningún mérito.
Pese a todo, la señora se tomó la libertad de advertirle a Uribe que “Colombia tiene derecho a combatir a las FARC pero deberá hacerlo desde la legalidad; el terrorismo no se combate con la violación masiva de los derechos humanos”. El presidente de Colombia no dejó pasar sin réplica la indirecta: “Presidenta Cristina Kirchner, nuestra seguridad es democrática, de la legalidad, de un total compromiso de los derechos humanos; para que no quede en el ambiente que es un reclamo suyo a nosotros”. Tuvo que recordarle además que en el marco de la Cumbre del Grupo de Río en Cuzco fue “una propuesta inicial de Colombia” facilitar la liberación de rehenes -no de Chávez, como se la presenta- y que el enviado del ex secretario general de la ONU, Koffi Anann, en dos años no pudo avanzar en las negociaciones de paz por trabas impuestas por las FARC. Otro dato ignorado por la delegación argentina.
En su réplica a Cristina, Uribe puso al desnudo una característica kirchnerista que aquí conocemos bien: el doble discurso. Fue cuando le recriminó el no haberle dicho en privado lo que luego, envalentonada por la fuerza del número, le lanzó en público.
Concluido el debate, el primer mandatario de Ecuador, Rafael Correa, terminó diciéndole a Uribe: “Presidente, le tengo que reconocer que lo admiro”. Según Página 12, “Uribe defendió sus posiciones ideológicas con un fervor que luego le fue reconocido por el propio Correa” y la misma delegación argentina admitió que “aún aislado” había sostenido su defensa. El presidente colombiano fue a dar la cara en un foro que sabía absolutamente adverso y soportó las críticas de todos, incluidas las oportunistas, como las de Cristina Fernández. En síntesis, un coraje en las antípodas de la conducta del ex comisionado Néstor que ni siquiera se animó a ir al Congreso de grupines por él mismo organizado…

Sobreactuación culposa

La sobreactuación latinoamericana en defensa de la soberanía territorial tenía como objeto disimular que la muerte de Reyes en un campamento para nada provisional en Ecuador los dejó al descubierto. Mostró hasta qué punto estaban amparando y dando espacio político a un grupo que combate a un Estado democrático y constitucional. “No estábamos bombardeando al pueblo ecuatoriano”, dijo en un momento Uribe como para poner en evidencia la desproporción de comparar lo sucedido con la doctrina preventiva de Bush, en base a la cual Estados Unidos invadió un país que no lo había atacado. En vez de valorar lo que constituyó un triunfo militar y político claro del Estado colombiano en su combate a la guerrilla, sienten rencor contra Colombia porque ese operativo frustró sus planes.
La exagerada indignación moral de algunos presidentes por la violación de un principio de derecho internacional buscó también disimular el desconocimiento de otro, no menos válido, como la resolución 2625 (XXV) de Naciones Unidas: “Todo Estado tiene el deber de abstenerse de organizar, instigar, ayudar o participar en actos de guerra civil o en actos de terrorismo en otro Estado o de consentir actividades organizadas dentro de su territorio encaminadas a la comisión de dichos actos”.
En la Cumbre de presidentes latinoamericanos en Santo Domingo, el sentido común lo aportaron además del anfitrión, el dominicano Leonel Fernández, los mandatarios de Brasil y, especialmente, de México que, a diferencia de Cristina Fernández, no pusieron el acento en el pase de facturas ni hablaron con rencor, sino que destacaron las coincidencias.
Lo que esta crisis confirmó es que quienes buscan presentar al gobierno colombiano como el más alineado con la estrategia de Washington, son los principales promotores de iniciativas que facilitan la ingerencia o tutela en los asuntos sudamericanos.
Repasemos. Chávez llegó a amenazar con hacerle a Colombia lo que no le hace al “Imperio”: nacionalizar sus empresas. Y ésta no es la primera vez que moviliza tropas a la frontera con ese país, sin motivo que lo justifique. Lo había hecho en los últimos días de enero pasado, en medio de insultos a Uribe. En ese momento, el diario el Tiempo de Bogotá informó que “hasta la Casa de Nariño (sede del gobierno colombiano) llegaron las versiones de que Estados Unidos podría estar aprovechando la coyuntura para lograr que Colombia acepte el traslado de la base militar que hoy se encuentra en Ecuador, con el pretexto de que ésta la haría menos vulnerable ante una amenaza armada. La preocupación por la posibilidad de que la confrontación verbal pueda estimular las pretensiones de Washington, y la convicción de que Chávez intenta tender una cortina de humo para tapar problemas internos, llevó al gobierno a guardar silencio”. ¿Quién es el “lacayo del imperio” en esta historia?
El ecuatoriano Rafael Correa, por su parte, se sumó a la doctrina estadounidense que busca poner a Colombia en la lista de Estados fallidos: “Ecuador no limita con el Estado colombiano sino con las FARC. No se engañen, en el sur de Colombia no está el gobierno de Uribe, están las FARC. Ahí no hay Estado”. Superada la crisis, mantuvo sin embargo su tesis. Con el argumento de que es “una frontera caliente, porosa, difícil”, Correa sostiene que “Colombia debe hacer más y, si no, permitir una misión de paz internacional (…) Ya es hora de bajar la soberbia. Y si es posible con la colaboración internacional lograr la paz en Colombia, mejor. Si no, seguirá siendo un peligro para la estabilidad regional”.
Pero el caso más flagrante fue el del presidente de Nicaragua, Daniel Ortega. El pasado 10 de enero decía que la Agencia Antidrogas de Estados Unidos (DEA) es “peligrosísima” y que “si uno se descuida, la DEA se te toma el país”. Menos de un mes después, le proponía a la misma agencia un patrullaje conjunto en el Caribe, más concretamente en el área de ese mar que Nicaragua le disputa a Colombia. “El patrullaje conjunto del Ejército con las fragatas norteamericanas se tiene que extender, ya no puede limitarse al Meridiano 82, ¡tiene que extenderse! Y son de los temas de fondo que tenemos que hablar”, les dijo Ortega, con entusiasmo digno de mejor causa, al jefe de Operaciones de la DEA, Michael Braun, al director regional, David Gaddis, y a la subsecretaria adjunta de la Dirección de Asuntos Internacionales de Narcóticos del Departamento de Estado, Christy McCampbell, integrantes de la delegación que lo visitó en Managua. En concreto, el presidente antiimperialista de Nicaragua apela a la intervención estadounidense para garantizar el cumplimiento de un fallo de la Corte Internacional de La Haya en un conflicto que tiene con Colombia. Esto significa que en la zona en litigio con Bogotá, litigio por el cual el sandinista puso en estado de alerta a su ejército y rompió –brevemente- relaciones con el gobierno colombiano, habrá, según sus propias palabras, un “un patrullaje conjunto de los nicas (sic) con los estadounidenses”. “Estábamos pendientes de este encuentro, para poder establecer una nueva etapa en las relaciones del Gobierno de Nicaragua con el Gobierno de Estados Unidos”, concluyó Ortega. Conclusión: no hará falta que la DEA “se le tome el país” porque él se lo está entregando…

El poder bifronte

El gobierno colombiano informó que, en la computadora capturada a Reyes, figuraban pruebas de sus contactos con el ministro de Seguridad Interior ecuatoriano, Gustavo Larrea. Al respecto, Horacio Verbitsky comentó el 4 de marzo pasado: “¿De qué extrañarse, si Reyes era el encargado de las negociaciones con los gobiernos extranjeros, como confirmó el canciller francés Bernard Kouchner? En la documentación difundida, Reyes transmite al secretariado de las FARC el interés del gobierno ecuatoriano por una solución política, pero también una gestión estadounidense ante Larrea: ‘Los gringos’ dice sin más precisiones Reyes, le pidieron al gobierno de Quito que transmitiera a las FARC el interés de conversar, porque el nuevo presidente será Barack Obama y ‘no apoyará el Plan Colombia ni el Tratado de Libre Comercio’”. Concluye Verbitsky: “Hay buenos motivos para creer que estas negociaciones, las ya entabladas y las que pudieran abrirse luego del cambio de gobierno en Washington, hayan sido el principal blanco que procuró impactar Uribe”.
Más tarde, en su columna del 9 de marzo, el mismo periodista explica que esta contradicción es sólo aparente: “Estados Unidos puede apoyar, dirigir o incluso realizar un operativo como el de Sucumbíos [el sitio ecuatoriano donde cayó Reyes] y al mismo tiempo firmar una declaración en respaldo de la soberanía y la no intervención [en la OEA] debido a la estructura bifronte con que atiende a la región. En su libro ‘The Mission. Waging War and Keeping Peace with America’s Military’ la periodista del diario The Washington Post, Dana Priest, describe la sustitución de la cancillería en la formulación y ejecución de la política exterior estadounidense” por el Comando Sur que “con más de un millar de personas supera la cantidad de especialistas en América Latina de las Secretarías de Estado, de Defensa, de Agricultura, de Comercio y del Tesoro sumadas”.
Los contactos de representantes del poder estadounidense, tanto político, como legislativo y hasta financiero, con miembros de las FARC, contactos que son además de larga data, sumados al dato al que se refiere Verbitsky acerca del carácter bifronte de la política estadounidense hacia la región, permiten ver con otra luz el debate que tuvo lugar en la cumbre del Grupo de Río. Antes que un enfrentamiento entre latinoamericanistas y “lacayos del Imperio” –por usar un lenguaje bolivariano- lo que allí se dio fue prácticamente una lucha dentro de la interna misma de Estados Unidos, país donde en este momento se agudiza la controversia sobre la estrategia a aplicar –cal o arena, o ambas- en todas las zonas calientes en las que se encuentra de un modo u otro involucrada esta potencia. La dualidad es permanente pero el empantanamiento en Irak, los crónicos problemas en Medio Oriente y la recesión económica, además de tratarse de un año electoral, la vuelven más evidente.
Esa “estructura bifronte” de la política norteamericana sustituyó en el sistema de dominación mundial a la dualidad que en tiempos de la Guerra Fría era representada por dos polos antagónicos en todos los planos: ideológico, político, económico y militar. Hoy, Estados Unidos condiciona, por izquierda y derecha, la conducta de todos. Lo que antes representaba Cuba y, detrás de ella, todo el sistema soviético, ahora lo encarna un sector interno del Imperio que, para mejor simbolismo, está a punto de adoptar la cara “políticamente correcta” del afroamericano Barack Obama.
Quienes antes se anotaban en uno u otro campo del mundo bipolar, hoy sirven al mismo centro de poder, de múltiples maneras. Unos le venden petróleo, otros le proveen el casus belli para acusar a Irán de Estado terrorista, otros califican a sus vecinos de “Estados fallidos”, otros le dan la excusa para instalar bases militares o patrullar sus mares, etc. Todos promueven el intervencionismo.
Del mismo modo que en los 70 creyeron que había un imperialismo malo (Estados Unidos) y otro bueno (la Unión Soviética) ahora encubren su hipocresía suponiendo que existe en el seno de la gran potencia un sector malo (belicista y unilateral) y uno bueno (dialoguista y multilateral). Como vimos, uno de los voceros nativos más cabales del sector “bueno” lo puso blanco sobre negro: entre el Comando Sur y el Departamento de Estado, él se queda con el Departamento de Estado.
El columnista dominical de Clarín se encargó de destacar que las palabras de Cristina en la cumbre del Grupo Río en ningún momento “rozaron el vínculo con Washington”. En su conflicto, más imaginario que real- con un país hermano, el sandinista Ortega apela a la ayuda de “los gringos”. Correa pide a gritos la intervención externa en su frontera con Colombia y Chávez ya no sabe más a qué apelar para incrementar la conflictivaza regional.
¿Hay alguna duda de que son el ala izquierda del “Imperio”? Por eso pronto se juntarán todos en la Internacional Socialista.

Infantilismo versus unidad

En su intervención en la Cumbre de Santo Domingo, Alvaro Uribe hizo una exhortación: “Dejemos de lado ese infantilismo latinoamericano de la guerra fría. Cada vez que hay un problema unos lo imputan a Estados Unidos y otros a Cuba: actuemos como adultos”
La diferencia entre el presidente colombiano y los demás no es de alineamiento sino de conciencia. El sabe de qué se trata, en virtud de lo cual mantiene una relación pública con el gobierno estadounidense que por múltiples “razones” es conveniente para los intereses de su país. Los demás, mientras públicamente actúan como gallitos de riña, en privado son mansas palomas que habilitan y promueven toda iniciativa de fragmentación y debilitamiento regional.
En su obra “El crimen de la guerra”, escrita en 1869, Juan Bautista Alberdi plantea que sólo una “democracia internacional” evitaría las conflagraciones bélicas en el futuro. “Que la masa de las naciones que pueblan la tierra formen una misma y sola sociedad, y que se constituya bajo una especie de federación como los Estados Unidos de la Humanidad”.
Uno de los primeros pasos a dar en ese sentido era, según Alberdi, “la formación de grandes unidades continentales (…). A la idea del mundo-unido o del pueblo-mundo ha de preceder la idea de la unión europea o de los Estados Unidos de la Europa, la unión del mundo americano, o cosa semejante a una división interna y doméstica del vasto conjunto del género humano en secciones continentales”.
El peligroso conflicto que irresponsablemente fogonearon Hugo Chávez y sus mosqueteros no pasó a mayores gracias a la sensatez aportada fundamentalmente por México, Brasil y la propia Colombia.
Pero para conjurar a futuro el peligro de la desunión, los dirigentes latinoamericanos deberían dejar definitivamente de lado el infantilismo y promover la consolidación, al modo que lo indicó Juan Bautista Alberdi, de los Estados Unidos del Sur.


Ricardo A. Romano

10 de marzo de 2008

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