19/08/08
Por Néstor Sappietro (Agencia de noticias Pelota de Trapo).-
El trabajo no parece tan complicado. Alcanza con tomar un mapa de nuestro país, marcar con un fibrón las zonas más pobres, rastrear al olvido en toda esa geografía, y entonces daremos con las pestes que azotan a los que menos tienen. El mapa del mal de Chagas ocupa la misma zona que el mapa de la pobreza. En la misma superficie se podrá encontrar tuberculosis, desnutrición, brucelosis… Todas las pestes están ahí. No hace falta un rastreo demasiado profundo, solo hay que buscar los cuerpos resquebrajados por la desidia, los que no ofrecen ninguna resistencia a las enfermedades. La información periodística es contundente, “el mal de Chagas lo sufren cuatro millones de argentinos, esto significa el 10 por ciento de la población”. La infección se extiende por las áreas más postergadas de la mano del desprecio. Según señala la cardióloga Claudia Beatriz Costa, de la Fundación Argentina de Lucha contra el Mal de Chagas, “la enfermedad es uno de los más importantes problemas sanitarios del país”, y puntualiza que los índices son casi inexistentes en el sur de nuestro territorio y superan el 50 por ciento en áreas del norte, como Formosa, Chaco y Santiago del Estero. Si bien el hábitat de la vinchuca son los ranchos de adobe y paja, el bicho también amenaza a las grandes ciudades. Las migraciones y la proliferación de villas han provocado un significativo incremento de la enfermedad en el Gran Buenos Aires y en las zonas marginales de la capital argentina. Podríamos arriesgar que a partir de esta amenaza concreta a los habitantes de la gran ciudad, la vinchuca, también llamada “chinche gaucha”, gane algunos segundos de relevancia para las cámaras de televisión. Tal vez, solo así abandone el anonimato y el desinterés al que está condenada por transmitir su mal a indigentes silenciosos que viven lejos de las luces del centro. La historia del Chagas y la desidia van de la mano. Desde las investigaciones iniciadas por Carlos Chagas en Brasil y completadas por el médico argentino Salvador Mazza; a la actualidad, la indiferencia de quienes pueden hacer algo por erradicar la enfermedad ha sido una constante. Mazza ofrendó su vida en busca de apoyos y subsidios para salvar a los anónimos y volverlos visibles a los ojos de la hipocresía del poder que conserva la misma lógica de aquellos días. El desinterés oficial se refleja en las palabras de Gonzalo Basile, presidente de Médicos del Mundo Argentina, “la inexistencia de censos sanitarios actualizados y fiables en las zonas afectadas dificulta el control y la labor de prevención”. El Chagas avanza producto de la inacción de los funcionarios que deberían promover su erradicación como un objetivo nacional. Claro que eso significaría trabajar para erradicar la exclusión social, económica y cultural; y semejante proyecto no parece estar en los planes de nuestros gobernantes. Cuatro millones de argentinos sufren el mal de Chagas. Para encontrarlos hay que tomar la ruta de la pobreza. Hay que buscar el puño cerrado de Salvador Mazza, apretado de indignación. Hay que seguir las huellas del abandono en esos cuerpos indefensos. No hacen falta carteles indicadores ni planos ni cartógrafos. En la soledad y la tristeza de cuatro millones de miradas, se dibuja el mapa del olvido.
21 ago 2008
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