Durante una semana fue “el pibe de San Cristóbal”, sin nombre ni edad, sin otra compañía en el sector de terapia Intensiva del Hospital Ramos Mejía que la contradictoria presencia de los policías que el juzgado puso de consigna, y los militantes de CORREPI que esperaban los partes médicos.
Anoche, mientras en el quirófano los médicos intentaban aliviar la presión
intracraneana con una nueva operación, un trabajador solidario del hospital nos
contó que, desde hacía unos días, en la historia clínica figuraba un nombre,
Nicolás Álvaro Soriano. Y nos explicó que la bala entró detrás
de la oreja y salió por la ceja.
Con el nombre, encontramos un domicilio, en Virreyes, San Fernando. Una hora y media después, interrumpíamos la cena de un joven matrimonio y sus hijos. “Me dijeron que estaba detenido, yo esperaba que me avisaran cuando lo podía visitar”, dijo la hermana de Nicolás, que no terminaba de creer lo que le contábamos.
Es que el jueves 22, un policía de la comisaría del barrio se había presentado en su casa para constatar el domicilio. No le dijo que habían identificado a Nicolás por sus huellas dactilares, ni que estaba en gravísimo estado en un hospital en la ciudad de Buenos Aires. Tampoco le dijo que lo mandaban desde un juzgado nacional. Como hacía mucho tiempo que Nicolás vivía en la calle, y cada tanto le avisaban de alguna detención, ni se le ocurrió vincular la visita policial con el episodio de San Cristóbal.
Sin los compañeros y compañeras que sostuvieron la presencia en el hospital hasta que alguien pudo susurrar un nombre, Nicolás seguiría siendo un NN y seguiría solo, situación ideal para evitar que haya una querella que moleste en tribunales y una familia organizada y en la calle. No fue un descuido ni un error de comunicación que ocultaran la información. Es una nueva muestra, concreta y directa, de que la represión es política de Estado, y la impunidad de los represores, también.
Con el nombre, encontramos un domicilio, en Virreyes, San Fernando. Una hora y media después, interrumpíamos la cena de un joven matrimonio y sus hijos. “Me dijeron que estaba detenido, yo esperaba que me avisaran cuando lo podía visitar”, dijo la hermana de Nicolás, que no terminaba de creer lo que le contábamos.
Es que el jueves 22, un policía de la comisaría del barrio se había presentado en su casa para constatar el domicilio. No le dijo que habían identificado a Nicolás por sus huellas dactilares, ni que estaba en gravísimo estado en un hospital en la ciudad de Buenos Aires. Tampoco le dijo que lo mandaban desde un juzgado nacional. Como hacía mucho tiempo que Nicolás vivía en la calle, y cada tanto le avisaban de alguna detención, ni se le ocurrió vincular la visita policial con el episodio de San Cristóbal.
Sin los compañeros y compañeras que sostuvieron la presencia en el hospital hasta que alguien pudo susurrar un nombre, Nicolás seguiría siendo un NN y seguiría solo, situación ideal para evitar que haya una querella que moleste en tribunales y una familia organizada y en la calle. No fue un descuido ni un error de comunicación que ocultaran la información. Es una nueva muestra, concreta y directa, de que la represión es política de Estado, y la impunidad de los represores, también.
Desde la medianoche, gracias a las muchas personas que nos
ayudaron, Nicolás ya no está solo con la policía en el hospital, y muchos,
además del juez, sabemos su nombre.
¡Basta de gatillo fácil!
Ni una bala más, ni un pibe menos.
Contra la represión, ¡unidad, organización y
lucha!
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