13 ago 2008

LENIN:¿NINGÚN COMPROMISO?

Hemos visto en la cita del folleto de Francfort el tono decidido con que los "izquierdistas" plantean esta consigna. Es triste ver cómo gentes que evidentemente se consideran como marxistas y quieren serlo, han olvidado las verdades fundamentales del marxismo. He aquí lo que en 1874 decía Engels -- que, como Marx, pertenece a esa rarísima categoría de escritores cada una de cuyas frases de cada uno de sus grandes trabajos tiene una asombrosa profundidad de contenido --, contra el Manifiesto de los 33 comuneros blanquistas:
“'. . . Somos comunistas' (decían en su manifiesto los comuneros blanquistas) 'porque queremos alcanzar nuestro fin, sin detenernos en etapas intermedias y sin compromisos, que no hacen más que alejar el día de la victoria y prolongar el periodo de esclavitud'.
Los comunistas alemanes son comunistas porque, a través de todas las etapas intermedias y de todos los compromisos creados no por ellos, sino por la marcha del desarrollo histórico, ven claramente y persiguen constantemente su objetivo final: la supresión de las clases y la creación de un régimen social en el cual no habrá ya sitio para la propiedad privada de la tierra y de todos los medios de producción. Los 33 blanquistas son comunistas por cuanto se figuran que basta su buen deseo de saltar las etapas intermedias y los compromisos para que la cosa quede ya arreglada, y que si -- ellos lo creen firmemente -- 'se arma' uno de estos días y el Poder cae en sus manos, el 'comunismo estará implantado' al día siguiente. Por consiguiente, si no pueden hacer esto inmediatamente, no son comunistas.
¡Qué ingenua puerilidad la de presentar la propia impaciencia como argumento teórico!" (F. Engels, "Programa de los comuneros blanquistas", en el periódico socialdemócrata alemán "Volksstaat"[18], 1874, núm. 73).
Engels expresa, en ese mismo artículo, su profundo respeto por Vaillant, habla de los "méritos indiscutibles" de este último (que fue, como Guesde, uno de los jefes más eminentes del socialismo internacional, antes de su traición al socialismo en agosto de 1914). Pero Engels no deja de analizar minuciosamente su manifiesto error. Naturalmente, los revolucionarios muy jóvenes e inexperimentados, así como los revolucionarios pequeñoburgueses aun de edad ya provecta y muy experimentados, consideran extraordinariamente "peligroso", incomprensible, erróneo, el "autorizar los compromisos". Y muchos sofistas (que son politicastros ultra o excesivamente "experimentados") razonan del mismo modo que los jefes del oportunismo inglés mencionados por el camarada Lansbury: "Si los bolcheviques se permiten tal o cual compromiso, ¿por qué no hemos de permitirnos nosotros cualquier compromiso?" Pero los proletarios educados por huelgas múltiples (para no considerar más que esta manifestación de la lucha de clases) se asimilan habitualmente de un modo admirable la profundísima verdad (filosófica, histórica, política, psicológica) enunciada por Engels. Todo proletario conoce huelgas, conoce "compromisos" con los opresores y explotadores odiados, después de los cuales, los obreros han tenido que volver al trabajo sin haber obtenido nada o contentándose con una satisfacción parcial de sus demandas. Todo proletario, gracias al ambiente de lucha de masas y de acentuada agudización de los antagonismos de clase en que vive, observa la diferencia que hay entre un compromiso impuesto por condiciones objetivas (los huelguistas no tienen dinero en su caja, ni cuentan con apoyo alguno, padecen hambre, están agotados indeciblemente) -- compromiso que en nada disminuye la abnegación revolucionaria ni el ardor para continuar la lucha de los obreros que lo han contraído -- y por otro lado un compromiso de traidores que achacan a causas objetivas su vil egoísmo (¡los rompehuelgas también contraen "compromisos"!), su cobardía, su deseo de servir a los capitalistas, su falta de firmeza ante las amenazas, a veces ante las exhortaciones, a veces ante las limosnas o los halagos de los capitalistas (estos compromisos de traidores son numerosísimos, particularmente en la historia del movimiento obrero inglés por parte de los jefes de las tradeuniones, pero, en una u otra forma, casi todos los obreros de todos los países han podido observar fenómenos análogos).
Evidentemente, se dan casos aislados extraordinariamente difíciles y complejos, en que sólo mediante los más grandes esfuerzos cabe determinar exactamente el verdadero carácter de tal o cual "compromiso", del mismo modo que hay casos de homicidio en que no es fácil decidir si éste era absolutamente justo, e incluso obligatorio (como, por ejemplo, en caso de legítima defensa) o bien efecto de un descuido imperdonable o incluso el resultado de un plan perverso. Es indudable que en política, donde se trata a veces de relaciones nacionales e internacionales muy complejas entre las clases y los partidos, se hallarán numerosos casos mucho más difíciles que la cuestión de saber si un "compromiso" contraído con ocasión de una huelga es legítimo, o si es más bien la obra traidora de un rompehuelgas, de un jefe traidor, etc.
Preparar una receta o una regla general (¡"ningún compromiso"!) para todos los casos, es absurdo. Es preciso contar con la propia cabeza para saber orientarse en cada caso particular. La importancia de poseer una organización de partido y jefes dignos de este nombre, consiste precisamente, entre otras cosas, en llegar por medio de un trabajo prolongado, tenaz, múltiple y variado, de todos los representantes de la clase capaces de pensar [*], a elaborar los conocimientos necesarios, la experiencia necesaria y además de los conocimientos y la experiencia, el sentido político preciso para resolver pronto y bien las cuestiones políticas complejas.
Las gentes ingenuas y totalmente faltas de experiencia se figuran que basta admitir los compromisos en general, para que desaparezca todo límite entre el oportunismo, contra el que sostenemos y debemos sostener una lucha intransigente, y el marxismo revolucionario o comunismo. Pero esas gentes si todavía no saben que todos los límites, en la naturaleza y en la sociedad, son variables y hasta cierto punto convencionales, no tienen cura posible, como no sea mediante un estudio prolongado, la educación, la ilustración y la experiencia política y práctica. En las cuestiones de política práctica que surgen en cada momento particular o específico de la historia, es importante saber distinguir aquellas en que se manifiestan los compromisos de la especie más inadmisible,
". . . Rechazar del modo más categórico todo compromiso con los demás partidos. . . toda política de maniobra y conciliación", dicen los izquierdistas de Alemania en el folleto de Francfort.
Es sorprendente que, con semejantes ideas, esos izquierdistas no condenen categóricamente el bolchevismo. No es posible que los izquierdistas alemanes ignoren que toda la historia del bolchevismo, antes y después de la Revolución de Octubre, está llena de casos de maniobra, de acuerdos, de compromisos con otros partidos, ¡sin exceptuar los partidos burgueses!
Hacer la guerra para derrumbar a la burguesía internacional, una guerra cien veces más difícil, prolongada y compleja que la más encarnizada de las guerras corrientes entre Estados, y renunciar de antemano a toda maniobra, a toda utilización (aunque no sea más que temporal) del antagonismo de intereses existente entre los enemigos, a los acuerdos y compromisos con posibles aliados (aunque sean provisionales, inconsistentes, vacilantes, condicionales), ¿no es esto acaso algo infinitamente ridículo? ¿No se parece esto al caso del que en una ascensión difícil a una montaña inexplorada, en la que nadie hubiera puesto la planta todavía, renunciase de antemano a hacer zigzags, a volver a veces sobre sus pasos, a prescindir de la dirección elegida al principio y a probar diferentes direcciones? ¡¡Y gentes tan poco conscientes, tan inexperimentadas (menos mal aun si la causa de ello es la juventud, porque ésta está autorizada por la providencia a decir semejantes tonterías durante cierto tiempo) han podido ser sostenidas directa o indirectamente, franca o encubiertamente, íntegra o parcialmente, poco importa, por algunos miembros del Partido Comunista Holandés!!
Después de la primera revolución socialista del proletariado, después del derrumbamiento de la burguesía en un país, el proletariado de este último sigue siendo durante mucho tiempo aún más débil que la burguesía, debido simplemente a las inmensas relaciones internacionales de ésta y en virtud de la restauración espontánea y continua, del renacimiento del capitalismo y de la burguesía por los pequeños productores de mercancías del país que ha derrumbado a la burguesía. Obtener la victoria sobre un adversario más poderoso únicamente es posible poniendo en tensión todas las fuerzas y utilizando obligatoriamente con solicitud, minucia, prudencia y habilidad, la menor "grieta" entre los enemigos, toda contradicción de intereses entre la burguesía de los distintos países, entre los diferentes grupos o diferentes categorías burguesas en el interior de cada país; hay que aprovechar igualmente las menores posibilidades de obtener un aliado de masas, aunque sea temporal, vacilante, inestable, poco seguro, condicional. El que no comprenda esto no comprende ni una palabra de marxismo ni de socialismo científico contemporáneo, en general. El que no ha demostrado en la práctica, durante un intervalo de tiempo bastante considerable y en situaciones políticas bastante variadas, su habilidad para aplicar esta verdad en la vida, no ha aprendido todavía a ayudar a la clase revolucionaria en su lucha por librar de la explotación a toda la humanidad trabajadora. Y lo dicho se aplica tanto al período anterior a la conquista del Poder político por el proletariado, como al posterior.
Nuestra teoría no es un dogma, sino una guía para la acción,[1] han dicho Marx y Engels, y el gran error, el inmenso crimen de algunos marxistas "patentados" como Carlos Kautsky, Otto Bauer y otros, consiste en no haber comprendido esto, en no haber sabido aplicarlo en los momentos más importantes de la revolución proletaria. "La acción política no se parece en nada a la acera de la avenida Nevski" (la acera limpia, ancha y lisa de la calle principal, absolutamente recta, de Petersburgo), decía ya N. G. Chernishevski, el gran socialista ruso del período premarxista. Los revolucionarios rusos, desde la época de Chernishevski acá, han pagado con innumerables víctimas su ignorancia u olvido de esta verdad. Hay que conseguir a toda costa que los comunistas de izquierda y los revolucionarios de Europa occidental y América fieles a la clase obrera paguen menos cara que los atrasados rusos la asimilación de esta verdad.
Los socialdemócratas revolucionarios de Rusia aprovecharon antes de la caída del zarismo frecuentemente la ayuda de los liberales burgueses, es decir, contrajeron con ellos innumerables compromisos prácticos, y en 1901-1902, aun antes del nacimiento del bolchevismo, la antigua redacción de "Iskra" (en la que estábamos Plejánov, Axelrod, Sasúlich Mártov, Pótresov y yo) concertó (no por mucho tiempo, es verdad) una alianza política formal con Struve, jefe político del liberalismo burgués, sin dejar de sostener al mismo tiempo la lucha ideológica y política más implacable contra el liberalismo burgués y las menores manifestaciones de su influencia en el interior del movimiento obrero. Los bolcheviques siguieron practicando siempre esa misma política. Desde 1905 defendieron sistemáticamente la alianza de la clase obrera con los campesinos, contra la burguesía liberal y el zarismo, no negándose nunca, al mismo tiempo, a apoyar a la burguesía contra el zarismo (en los empates electorales, por ejemplo); y prosiguiendo asimismo la lucha ideológica y política más intransigente contra el partido campesino revolucionario burgués de los “socialrevolucionarios", a los cuales denunciaban como demócratas pequeñoburgueses que se presentaban lisamente como socialistas. En 1907, los bolcheviques constituyeron, por poco tiempo, un bloque político formal con los "socialrevolucionarios" para las elecciones a la Duma. Con los mencheviques hemos estado muchos años formalmente, desde 1903 a 1912, en un partido socialdemócrata unido, sin interrumpir nunca la lucha ideológica y política contra ellos, como contra agentes de la influencia burguesa en el seno del proletariado y oportunistas. Durante la guerra concertamos una especie de compromiso con los "kautskianos", los mencheviques de izquierda (Mártov) y una parte de los "socialrevolucionarios" (Chernov, Natanson).
Asistimos con ellos a las Conferencias de Zimmerwald y Kienthal, lanzamos manifiestos comunes, pero nunca interrumpimos ni atenuamos la lucha política e ideológica contra los "kautskianos", contra Mártov y Chernov. (Natanson murió en 1919 siendo un "comunista revolucionario", populista muy afín a nosotros y casi solidario nuestro). En el mismo momento de la Revolución de Octubre concertamos una alianza política, no formal, pero muy importante (y muy eficaz), con la clase campesina pequeñoburguesa, aceptando enteramente, sin la menor modificación, el programa agrario de los socialrevolucionarios, es decir, contrajimos indudablemente un compromiso con el fin de probar a los campesinos que no queríamos imponernos a ellos, sino ir a un acuerdo. Al mismo tiempo, propusimos (y poco después lo realizábamos) un bloque político formal con la participación de los "socialrevolucionarios de izquierda" en el gobierno, bloque que ellos rompieron después de la paz de Brest, llegando en julio de 1918 a la insurrección armada y más tarde a la lucha armada contra nosotros.
Fácil es concebir, por consiguiente, por qué los ataques de los izquierdistas alemanes contra el Comité Central del Partido Comunista en Alemania por admitir este Comité la idea de un bloque con los "independientes" ("Partido Socialdemócrata Independiente de Alemania", los kautskianos) nos parecen desprovistos de seriedad y una demostración evidente de la posición errónea de los "izquierdistas". En Rusia había también mencheviques de derecha (que entraron en el gobierno de Kerenski), correspondientes a los Scheidemann de Alemania, y mencheviques de izquierda (Mártov), que se hallaban en oposición con los mencheviques de derecha y correspondían a los kautskianos alemanes. En 1917 hemos observado muy claramente cómo las masas obreras pasaban gradualmente de los mencheviques a los bolcheviques. En el I Congreso de los Soviets de toda Rusia, celebrado en junio de dicho año, teníamos sólo el 13 por ciento de los votos. La mayoría pertenecía a los socialrevolucionarios y a los mencheviques. En el II Congreso de los Soviets (25 de octubre de 1917, según el antiguo calendario,) teníamos el 51 por ciento de los sufragios. ¿Por qué en Alemania una tendencia igual, absolutamente idéntica de los obreros a pasar de la derecha a la izquierda ha conducido, no al fortalecimiento inmediato de los comunistas, sino, en un comienzo, al del partido intermedio de los "independientes", aunque este partido no haya tenido nunca ninguna idea política independiente y ninguna política independiente, ni haya hecho jamás otra cosa que vacilar entre Scheidemann y los comunistas?
Es indudable que una de las causas ha sido la táctica errónea de los comunistas alemanes, los cuales deben honradamente y sin temor reconocer su error y aprender a corregirlo. La equivocación ha consistido en negarse a ir al parlamento burgués reaccionario y a los sindicatos reaccionarios, el error ha consistido en múltiples manifestaciones de esta enfermedad infantil del "izquierdismo" que ahora ha hecho erupción y que gracias a ello será curada mejor y más pronto, con más provecho para el organismo.
El "Partido Socialdemócrata Independiente" alemán carece visiblemente de homogeneidad interior: al lado de los antiguos jefes oportunistas (Kautsky, Hilferding y, por lo que se ve, en gran parte Crispien, Ledebour y otros), que han dado pruebas de su incapacidad para comprender la significación del Poder de los Soviets y de la dictadura del proletariado, así como para dirigir la lucha revolucionaria de este último, se ha formado y crece rápidamente, en dicho partido, un ala izquierda proletaria. Cientos de miles de miembros del partido, que, al parecer, cuenta en total unos 750.000, son proletarios que se alejan de Scheidemann y caminan a grandes pasos hacia el comunismo. Esta ala proletaria propuso ya en el Congreso de los independientes, celebrado en Leipzig (en 1919), la adhesión inmediata e incondicional a la III Internacional. Temer un "compromiso" con esa ala del partido, es sencillamente ridículo. Al contrario, es un deber de los comunistas buscar y encontrar una forma adecuada de compromiso con ella, compromiso que permita, por una parte, facilitar y apresurar la fusión completa y necesaria con ella, y, por otra, que no cohíba en nada a los comunistas en su lucha ideológica y política contra el ala derecha oportunista de los "independientes". Es probable que no sea fácil elaborar una forma adecuada de compromiso, pero sólo un charlatán podría prometer a los obreros y a los comunistas alemanes un camino "fácil" para alcanzar la victoria.
El capitalismo dejaría de ser capitalismo, si el proletariado "puro" no estuviese rodeado de una masa abigarradísima de tipos que señalan la transición del proletario al semiproletario (el que obtiene en gran parte sus medios de existencia vendiendo su fuerza de trabajo), del semiproletario al pequeño campesino (y al pequeño productor, al artesano, al pequeño patrono en general), del pequeño campesino al campesino medio, etc., y si en el interior mismo del proletariado no hubiera sectores de un desarrollo mayor o menor, divisiones según el origen territorial, la profesión, la religión a veces, etc. De todo esto se desprende imperiosamente la necesidad -- una necesidad absoluta -- para la vanguardia del proletariado, para su parte consciente, para el Partido Comunista, de recurrir a la maniobra, a los acuerdos, a los compromisos con los diversos grupos de proletarios, con los diversos partidos de los obreros y pequeños patronos. Toda la cuestión consiste en saber aplicar esta táctica para elevar y no para rebajar el nivel general de conciencia, de espíritu revolucionario, de capacidad de lucha y de victoria del proletariado. Es preciso anotar, entre otras cosas, que la victoria de los bolcheviques sobre los mencheviques exigió, no sólo antes de la Revolución de Octubre de 1917, sino aun después de ella la aplicación de una táctica de maniobras, de acuerdos, de compromisos, aunque de tal naturaleza, claro es, que facilitaban y apresuraban la victoria de los bolcheviques, los consolidaba y fortalecía a costa de los mencheviques. Los demócratas pequeñoburgueses (los mencheviques inclusive) oscilan inevitablemente entre la burguesía y el proletariado, entre la democracia burguesa y el régimen soviético, entre el reformismo y el revolucionarismo, entre el amor a los obreros y el miedo a la dictadura del proletariado, etc. La táctica acertada de los comunistas debe consistir en utilizar estas vacilaciones y no, en modo alguno, en ignorarlas; esta utilización exige concesiones a los elementos que se inclinan hacia el proletariado -- en el caso y en la medida exacta en que lo hacen -- y al mismo tiempo la lucha contra los elementos que se inclinan hacia la burguesía. Gracias a la aplicación por nuestra parte de una táctica acertada, el menchevismo se ha ido descomponiendo cada vez más y sigue descomponiéndose en nuestro país; dicha táctica ha ido aislando a los jefes obstinados en el oportunismo y trayendo a nuestro campo a los mejores obreros, a los mejores elementos de la democracia pequeñoburguesa. Es esto un proceso lento, y las "soluciones" fulminantes tales como "ningún compromiso, ninguna maniobra" no hacen más que perjudicar la causa del acrecimiento de la influencia y el aumento de las fuerzas del proletariado revolucionario.
En fin, uno de los errores indudables de los "izquierdistas" de Alemania consiste en su intransigencia rectilínea a no reconocer el Tratado de Versalles. Cuanto más grande es "el aplomo" y "la importancia", cuanto más "categórico" y sin apelación el tono con que formula este punto de vista, por ejemplo, K. Horner, menos inteligente resulta. No basta con renegar de las necedades evidentes del "bolchevismo nacional" (Laufenberg y otros), el cual ha llegado hasta el extremo de hablar de la formación de un bloque con la burguesía alemana para la guerra contra la Entente en las condiciones actuales de la revolución proletaria internacional. Hay que comprender asimismo que es radicalmente errónea la táctica que niega la obligación para la Alemania Soviética (si surgiese pronto una República Soviética alemana) de reconocer por algún tiempo el Tratado de Versalles y someterse a él. De esto no se deduce que los "independientes" tuvieran razón cuando, estando los Scheidemann en el gobierno, cuando no había sido todavía derribado el Poder soviético en Hungría, cuando todavía no estaba excluida la posibilidad de una ayuda de la revolución soviética en Viena para apoyar a la Hungría Soviética, cuando, en esas condiciones, reclamaban la firma del Tratado de Versalles. En aquel momento, los "independientes" maniobraban muy mal, pues tomaban sobre sí una responsabilidad mayor o menor por los traidores tipo Scheidemann y se desviaban más o menos del punto de vista de la guerra de clases implacable (y fríamente razonada) contra los Scheidemann, para colocarse "fuera" o "por encima" de esta lucha de clases.
Pero la situación actual es de tal naturaleza, que los comunistas alemanes no deben atarse las manos y prometer la renuncia obligatoria e indispensable del Tratado de Versalles en caso de triunfo del comunismo. Esto sería una tontería. Hay que decir: los Scheidemann y los kautskianos han cometido una serie de traiciones que han dificultado (y en parte han hecho fracasar) la alianza con la Rusia Soviética, con la Hungría Soviética. Nosotros, los comunistas, procuraremos por todos los medios facilitar y preparar esa alianza, y, en cuanto a la paz de Versalles, no estamos obligados a rechazarla a toda costa y además de un modo inmediato. La posibilidad de rechazarla eficazmente depende no sólo de los éxitos del movimiento soviético en Alemania, sino también de sus éxitos internacionales. Este movimiento ha sido obstaculizado por los Scheidemann y los Kautsky; nosotros lo favorecemos. Ved dónde está el fondo de la cuestión, en qué consiste la diferencia radical. Y si nuestros enemigos de clase, los explotadores y sus lacayos, los Scheidemann y los kautskianos, han dejado escapar una serie de ocasiones propicias para fortalecer el movimiento soviético alemán e internacional, a la vez que la revolución soviética alemana e internacional, la culpa es de ellos. La revolución soviética en Alemania reforzará el movimiento soviético internacional, que es el reducto más fuerte (y el único seguro e invencible, de una potencia universal) contra el Tratado de Versalles, contra el imperialismo internacional en general. Poner obligatoriamente, a toda costa y en seguida, la liberación del Tratado de Versalles en el primer plano, antes que le cuestión de la liberación del yugo imperialista de los demás países oprimidos por el imperialismo, es una manifestación de nacionalismo pequeñoburgués (digno de los Kautsky, Hilferding, Otto Bauer y compañía), pero no de internacionalismo revolucionario. El derrumbamiento de la burguesía en cualquiera de los grandes países europeos, Alemania inclusive, es un acontecimiento tan favorable para la revolución internacional, que, para que esto ocurra, se puede y se debe dejar vivir por algún tiempo más el Tratado de Versalles, si es, necesario. Si Rusia por sí sola ha podido resistir durante algunos meses con provecho para la revolución el Tratado de Brest, no es ningún imposible el que la Alemania Soviética, aliada con la Rusia Soviética, pueda soportar más tiempo, con provecho para la revolución, el Tratado de Versalles.
Los imperialistas de Francia, Inglaterra, etc., quieren provocar a los comunistas alemanes, tendiéndoles este lazo: "decid que no firmaréis el Tratado de Versalles". Y los comunistas "de izquierda" se dejan coger como niños en el lazo que les han tendido, en vez de maniobrar con destreza contra un enemigo pérfido, y en el momento actual más fuerte, en vez de decirle: "ahora firmaremos el Tratado de Versalles". Atarnos de antemano las manos, declarar francamente al enemigo, actualmente mejor armado que nosotros, si vamos a luchar con él y en qué momento, es una tontería y no tiene nada de revolucionario. Aceptar el combate a sabiendas de que ofrece ventaja al enemigo y no a nosotros, es un crimen, y no sirven para nada los políticos de la clase revolucionaria que no saben "maniobrar", que no saben proceder "por acuerdos y compromisos" con el fin de evitar un combate que es desfavorable de antemano.
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* Toda clase, aun en el país más culto, aun la más adelantada, aunque las circunstancias del momento hayan suscitado en ella un florecimiento excepcional de todas las fuerzas de espíritu, cuenta y contará, inevitablemente, mientras las clases subsistan y la sociedad sin clases no esté completamente afianzada, consolidada y desarrollada sobre sus propios fundamentos, con representantes de clase que no piensan y que son incapaces de pensar. El capitalismo no sería el capitalismo opresor de las masas, si no ocurriese así, los compromisos de traición, que encarnan un oportunismo funesto para la clase revolucionaria, y consagrar todos los esfuerzos a descubrir su sentido y a luchar contra ellos. Durante la guerra imperialista de 1914-1918 entre dos grupos de países igualmente bandidescos y voraces, el principal y fundamental de los oportunismos ha sido el que adoptó la forma de socialchovinismo, esto es, el apoyo de la "defensa de la patria", lo que equivalía de hecho, en aquella guerra, a la defensa de los intereses de rapiña de la burguesía del "propio" país; después de la guerra, la defensa de la sociedad de bandidos llamada "Sociedad de Naciones"; defensa de las alianzas francas o indirectas con la burguesía del propio país, contra el proletariado revolucionario y el movimiento "soviético"; defensa de la democracia y del parlamentarismo burgueses contra el "Poder de los Soviets". Estas fueron las manifestaciones principales de estos compromisos inadmisibles y traidores que, en último resultado, han terminado en un oportunismo funesto para el proletariado revolucionario y para su causa.

Notas:
[1] Lenin alude al pasaje de la carta de F. Engels a F. Sorge, fechada el 29 de noviembre de 1886, en la que Engels, criticando a los emigrados socialdemócratas alemanes residentes en Norteamérica, dice que, para ellos, la teoría "es un dogma y no una gula para la acción". [pág. 69]


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